RECOMENDACIONES
Descansa en paz
POEMA VISUAL SOBRE UNO DE LOS TABÚES
MÁS DIFÍCILES DE TRAMITAR
Desde tiempo inmemorial, el tema de la muerte - destino al que los humanos nacemos condenados - ha desvelado a la filosofía sin que esta haya logrado hasta la fecha una respuesta tranquilizadora.
De las amadas inmortales de Edgar Poe - pródigo en historias atravesadas por la necrofilia - a los muertos vivientes del pionero George A. Romero, pasando por el Cementerio de animales de Stephen King, literatura y cine han ofrecido sobradas muestras de la no resignación a tan inexorable destino.
Con reminiscencias - aún más melancólicas - del filme Les Revenants (2004, Robin Campillo), luego convertido en serie, los finados de este film retornan inexplicablemente y muy desorientados. Como en la mayoría de las referencias citadas, nunca iguales a como fueron en vida.
La trama se sitúa en un caluroso día de verano en Oslo, donde los muertos despiertan misteriosamente. A continuación, tres familias se verán sumidas en el caos cuando sus seres queridos fallecidos vuelvan a ellos, sin comprender quiénes son ahora ni qué desean.
Expresión de lo que se ha dado en llamar cult terror, no se espere de esta historia - relatada en un tono de letanía - ningún desborde granguignolesco, pues no se trata del típico film de zombis, sino de algo mucho menos grotesco y más desconcertante.
Una sucesión de sutiles indicios irá indicando al espectador de que dichos retornos no son dignos de celebración: Un videojuego sobre muertos vivientes, un niño que luce un color lardáceo, una novia anciana incapaz de retribuir la devoción con que se la recibe, una madre que ya no se prodiga con los hijos que la reclaman.
Así pues, la atonía de los regresados demandará reeducación, su laxitud les producirá escaras, y la propia conciencia de que ya nada será igual los conducirá a un llanto impotente y silencioso.
Probablemente la secuencia de la pareja lésbica de ancianas que intenta remontar su viejo amor, ilustrada por la tan bella como desgarradora pieza de Jacques Brel titulada Ne me quite pas, ofrezca el punto de máxima intensidad dramática de esta propuesta inquietante y poco frecuente.
En conclusión, los muertos siguen muertos y continúan descomponiéndose, solo que pestañean y respiran. Pero nada más. Su condición se manifiesta con una gradualidad tan perturbadora que uno termina por rogar que, culminado su ciclo vital, no retornen por nada del mundo. Porque tarde o temprano pondrán en acto su envidia de los vivos.
Conste pues que no se trata de un experimento que pretenda asustar, sino más bien aleccionarnos para dejar las cosas como están, ilustrando sórdidamente las consecuencias de aspirar a lo contrario. -
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