lunes, 25 de diciembre de 2023

Jan Švankmajer

REVISITANDO AL APRENDIZ DE BRUJO

¿Alguien recuerda cuándo perdió la inocencia y descubrió que Los Reyes Magos eran los padres? Resulta poco probable. Sin embargo, en el campo de la animación cinematográfica podríamos afirmar que la distancia que media entre Bambi y Bob Esponja destaca su definitivo ingreso a la adultez. Ya no cabe pues hablar de “dibujitos animados”. Si se revisa además ese arco temporal - que tiene antecedentes, claro - se experimenta a la vez el derrumbe del pre concepto de su realización “exclusivamente gráfica”, y se accede a las múltiples variantes enumeradas por Richard Taylor en su “Enciclopedia de Técnicas de Animación” (Editorial La Isla)

Puede afirmarse - además -, sin riesgo de equivocación, que el animado es El Primer Cine, considerando el aporte respectivo del físico belga Joseph Plateau y del austríaco Stampfer en 1832; o las “Pantomimas luminosas” creadas por Emile Reynaud para su “Teatro Óptico”, estrenadas en 1892 en el Museo Grevin de París. Esta referencia suma un dato superlativo a nuestro apego por el quehacer en cuestión. 

Si consideráramos además las múltiples ventajas que desde mediados de la última década del Siglo XX nos aporta el paradigma digital, podríamos convenir que el que nos ocupa es también un arte del pasado cargado de futuro.

Y si alguien le ha hecho honor en todas sus formas, es el maestro Jan Švankmajer, nacido en PragaChecoslovaquia, el 4 de septiembre de 1934, artista y creador cinematográfico checo, de temática principalmente surrealista, célebre sobre todo por un trabajo creativo en el que mezcla diferentes técnicas, como el stop motion y el rodaje en imagen real, para crear obras inquietantes y sugestivas que admiten múltiples interpretaciones. 

En 1977, por ejemplo, Švankmajer incursionó en la literatura clásica, como lo haría a futuro en varias ocasiones, realizando como docu-ficción con fragmentos de animación un corto que aventura la hipótesis de que la trama de El castillo de Otranto, la célebre novela gótica del escritor inglés Horace Walpole, se hubiese desarrollado en una edificación situada al este de Bohemia.

En 1983, el talentoso animador rodó el corto titulado Hasta el sótano, en el que una niña real desciende a una vieja y penumbrosa cava, linterna en mano y saboreando un croissant, que en algún momento se le caerá al piso y será devorado por una jauría de zapatos animados como títeres de guante. Ahí la pequeña descubrirá a un anciano que duerme cubierto con trozos de carbón, quien, al detectar su presencia, la invitará a hacer lo propio. Mientras, una anciana amasa tortillas batidas con huevo y carbón, y le convida una espolvoreada con azúcar impalpable. A continuación, y en medio de semejante oscuridad, una serie de trastos arrumbados cobrarán vida hostigando a la niña. No son pocos los trabajos de Švankmajer, que - aún actuando niñxs - bordean lo siniestro. 

Entre 1982 y 1984, Švankmajer animó un par de oscuros e inquietantes cortos en blanco y negro adaptando sendos relatos de Edgar Allan Poe: La caída de la Casa Usher y El pozo y el péndulo. Apelando en ambos casos a claustrofóbicos planos detalle, aunque en el primero, con predominio de objetos, y en el segundo con medida intervención de la figura humana, que nunca aparece entera. Puede que la primera de esas piezas sea la versión más aterradora de las tantas en que el cine abrevó en dicho relato. 

En medio de las producciones anteriores, y siempre recurriendo a un humor corrosivo, el artista checo rueda Dimensiones del Diálogo, acaso una de sus obras más conocidas, integrada por tres actos, en cada uno de los cuales se exponen situaciones alegóricas a la imposibilidad de consenso y acuerdo en los intercambios simbólicos humanos, no solo de carácter racional sino también sentimental.

En 1988 colaboró con un videoclip de Hugh Cornwell titulado Otro tipo de amor, donde el intérprete se constituye a partir de un saco colgado sobre una silla al que le salen manos y rostro de arcilla, que luego ser fusionarán con los atributos reales del cantante, y hasta sus propios zapatos entonarán la canción gracias a la técnica de stop motion.

Durante el mismo año, este genio del Séptimo Arte se mofa del deporte más popular en Juegos viriles, su vigésimo corto animado (ver link al pie de esta nota), que arranca en un domingo cualquiera de pleno clima futbolero: una sala repleta de banderines, posters, fotos y souvenirs de clubes de fútbol - entre los que destaca el Sparta de Praga, el más laureado y popular de los checos - y un televidente que está listo, con sus cervezas y snacks, para disfrutar del inminente partido. Echando mano a la combinación de acción en vivo y siluetas animadas (que exhiben - jugadores y árbitro - el mismo rostro del espectador de TV), este duelo de 11 contra 11 no lo ganará el que anote más goles, sino el que produzca más bajas en el equipo rival mediante “técnicas” inesperadas de eliminación. Con esta premisa, y un montaje reiterativo y preciso, el filme retrata al fútbol como un burdo espectáculo circense, la algarabía del estadio moderno evoca a la del antiguo coliseo romano, y los goles que celebran los aficionados - validados por el árbitro - son las muertes absurdas de los jugadores. El protagonista es tan afortunado que el juego le cae a domicilio: un pelotazo que salió del estadio ingresa por su ventana y propicia que jugadores y árbitro entren a su departamento a continuar las acciones de estos “juegos viriles”.

En 1989, el célebre animador realiza el corto Oscuridad, luz, oscuridad, en el que un cuerpo humano se reconstruye gradualmente a medida que las diversas partes que lo constituyen se amontonan en una pequeña habitación y, finalmente, después de mucha experimentación, deciden cuál será el destino de cada una.

Durante el mismo año, a su vez rodó el corto Amor de carne, cuya historia se desarrolla íntegramente en la mesada de una cocina y tiene como protagonistas a dos trozos de carne cruda. La primera porción es cortejada por la segunda y juntas bailan al son de una grabación de los años 20 transmitida por radio, después de lo cual ambas se encuentran jugando y coqueteando en un plato lleno de harina, pero la pasión es abruptamente interrumpida por dos tenedores que pinchan las dos rodajas y las fríen en un sartén.

En 1991, Švankmajer realizó el corto de 20’ La Muerte del Stalinismo en Bohemia, relato sobre la historia checa desde 1948 hasta la "Revolución de Terciopelo" de 1989. Aquí combina sabiamente el uso del stop motion con un fotomontaje vertiginoso, recurso explotado con anterioridad por el documentalista cubano Santiago Álvarez, para crear videoclips de alta concentración de sentido político en formatos breves. El filme incluye secuencias tan conmovedoras como la fabricación en serie de partisanos manufacturados en arcilla, que a continuación son enviados al patíbulo deslizándose sobre una cinta sin fin, para ser ahorcados y vueltos a convertir en una masa informe de arcilla, en clara alusión al martirio de Julius Fučik, periodista y escritor, miembro del Partido Comunista de Checoslovaquia, detenido y posteriormente ejecutado por la Gestapo. Si algún asidero tiene aquella frase acerca de que “una imagen vale por mil palabras”, esta pieza audiovisual lo confirma con creces.

En 1992 realizó Food, apelando a la técnica de pixilation (aplicación del principio de stop motion sobre modelos vivos), para examinar la relación humana con la comida mostrando un desayuno, un almuerzo y una cena. El primer bloque nos muestra a un hombre mayor sentado a una mesa, frente a otro de cuyo pecho penden instrucciones. Siguiéndolas, el primero introduce una moneda en la boca del segundo, le apreta un ojo con su dedo índice, y la camisa del segundo se abre exhibiendo cómo un montacargas eleva y sirve al otro un café con leche, una rodaja de pan, y una salchicha asada. Aplicándole un puñetazo en el mentón al sujeto proveedor, sus orejas expenderán el cuchillo y el tenedor necesarios para desayunar. Pateándole el tobillo, el hombre también proporcionará la servilleta de rigor. A continuación, quien ha suministrado el pedido abandona su rol y, colgándole el instructivo en el cuello, lo delega ahora en el primer hombre. Acto seguido, dicha rutina se repite alimentando a un tercer hombre. Y vuelta a invertirse los roles, ahora en pro de un cuarto personaje. En el segundo bloque, descubrimos a un hombre maduro y pulcro sentado a otra mesa, frente a un muchacho algo desalineado, en un ámbito que semeja a un restaurante. Como el mozo pasa de largo y no los atiende, el joven toma una florcita del florero que decora la mesa y se la coloca en su ojal, el mayor toma todas las flores, las sirve en su plato, las almuerza, y se bebe el agua del recipiente que las contenía. El muchacho, sin nada más para ingerir, se devora el florero. Poco después, el primero se sirve e ingiere la servilleta, y el otro, que no encuentra la suya, se come un pañuelo viejo. Luego, el primero se sirve sus propios zapatos, y enrolla los cordones cual tallarines, el otro lo imita devorando los propios. Y así ocurre sucesivamente con todas sus prendas, hasta quedar desnudos, circunstancia que los llevará a engullirse la vajilla, el mantel, y hasta la propia mesa. Pero el mayor finalmente reservará los cubiertos para devorarse al comensal más joven. En el tercer y último bloque, sucesivos comensales sazonan y cenan partes de su propio cuerpo: una mano, una pierna, dos senos, y hasta un pene y dos testículos.


Para aproximarse a este autor:

https://www.youtube.com/watch?v=DOrvvOcv9dM


(habrá más Švankmajer… porque corresponde)

 

  

lunes, 18 de diciembre de 2023

HALLAZGOS 

Comic Book Confidential

EL NOVENO ARTE CONTRA “LOS MACARRAS DE LA MORAL”

Cómic en EEUU, tebeo en España, fumetti en Italia, manga en Japón, o historieta en Argentina, el denominado Noveno Arte - como en tantos otros órdenes de la cultura - acuñó la denominación genérica global de cómic porque, más allá de algún prehistórico antecedente gráfico, conoció la notoriedad pública en la gran prensa norteamericana, asociado a productos de carácter humorístico, entre los que suele destacarse la tira Yellow Kid, obra de Richard F. Outcault  publicada entre 1895-98 en el periódico New York World de Joseph Pulitzer. Y aunque alrededor de la tercera década del siglo pasado ese género ya se había diversificado, aún carga con tal designación.

En 1934, al precio de 10 centavos dólar, apareció la exitosa revista Famous Funnies, que incluía la tira Slam Bradley, concebida por Segal y Shuster, quienes más adelante crearían al popular Superman.

A fines de los años 30, el cómic ya era una próspera industria, plagada de personajes heroicos (Batman, Flash, Shazam) y atravesada por los primeros artistas de renombre, como Jack Kirby.

En tal contexto surgió un mutante destinado a contribuir desde las tiras gráficas con las políticas de defensa del Gran País del Norte, empeñado en velar por la seguridad del “mundo libre”: Capitán América.

De tal modo, daba comienzo en este medio una batalla cultural que se trasladó al frente durante la Segunda Guerra Mundial, y que conserva su vigencia en nuestros días.

En los albores de los años 40 el policial negro se impuso en el cómic de la mano de un descomunal narrador gráfico que alguna vez se declaró escritor y pintor frustrado, aunque convirtió esos dos fracasos en un éxito gigantesco: Will Eisner, creador de Spirit.

Tras la guerra, el público - bajo el influjo de la bomba atómica - prefería olvidar el horror. Los superhéroes perdieron popularidad, y la oferta se amplió (Archie, La Pequeña Lulú, Pato Donald, Gene Autry, etc.) de la mano del Sueño Americano.

Hacia los años 50 aparecieron las primeras tiras de terror, de las que quizás Tales from the Crypt haya sido la más famosa. Pronto hubo cientos de ellas, algunas sumamente sangrientas. 

Contra ello se rebelaron las Ligas de Moralidad. 

Un ignoto Dr. Fredric Wertham, por ejemplo, escribió al respecto un prejuicioso libelo titulado La Seducción de los Inocentes. El sujeto opinaba de este modo: “La verdadera pregunta es ‘¿los cómics son buenos o no?’. Si quisiéramos una generación mitad violenta y mitad carne de cañón además de semianalfabeta, los cómics son buenos; es más, ¡son perfectos! Hace poco, un chico de 11 años mató a una mujer de 42 años en California. Cuando llegó la policía, el hermano mayor dijo ‘¿saben lo que provocó esto? Los malditos cómics’. Prohíbanlos y no volverá a suceder. En mi opinión, sin duda y sin ninguna excepción, los cómics contribuyen a la delincuencia juvenil”. 

A continuación, el Senado norteamericano creó un Comité con el nombre de aquel fulano. 

Pese a la defensa ejercida por ciertos autores, algunas editoriales se acogieron a un estricto código de moral cuya aprobación, de ahí en más, debía aparecer etiquetando cada publicación. Así, las palabras “horror”, “terror”, o “bizarro” fueron erradicadas de esas revistas.

El juez Charles F. Murphy, por su parte, ordenó tachar con pintura blanca toda expresión gráfica sospechada de estimular nocivamente a los menores.

Tales restricciones eliminaron numerosos títulos de calidad. 

Hasta que entrados los 50s, de la mano de un dream team de maestros de la parodia encabezados por Harvey Kurtzman - que le hicieron la vida imposible hasta al mismísimo senador Mc Carthy -, apareció la Revista MAD, y produjo un irreverente parteaguas en el mainstream del Noveno Arte.

Hacia los 60s, la expectativa despertada en EEUU por la administración Kennedy brindó un renovado impulso a la figura del súper héroe. En tal contexto se originó la gran pulseada editorial entre DC Cómics (Superman, Batman, Linterna Verde, Mujer Maravilla, Liga de la Justicia) y Marvel (Spider Man, Hulk, Iron Man, Los Cuatro Fantásticos, X Men, personajes - todos estos - nacidos bajo el influjo del inspiradísimo Stan Lee, que apostó por exaltar las destrezas de personas comunes, a lo sumo modificadas genéticamente)

En la segunda mitad de los 60s, a partir del antecedente de la Revista MAD - y en pleno auge de la cultura psicodélica -, se produciría un fenómeno contracultural aún más radical e irreverente: El de los llamados Underground Cómix, cuyo referente más conocido seguramente sea el maestro Robert Crumb (Fritz El Gato, Mr. Natural), a quien  acompañaron Víctor Moscoso, Gilbert Shelton, Robert Williams, Spain, Dan O’Neil (¡multado por ridiculizar ni más ni menos que a un emblema nacional yanqui como Mickey Mouse!), la genial Shary Flenniken, Bill Griffith, y algunos otros.

Avanzados los 70s aparecieron autores que practicaron un realismo a menudo autorreferencial, como el guionista Harvey Pekar, suerte de Woody Allen de las tiras gráficas, que protagonizó sus propias aventuras en la saga American Splendor, alguna vez adaptada al cine e interpretada por Paul Giamatti.

Autores como Jaime Hernández, Linda Barry, la dupla Art Spiegelman (creador de la multipremiada novela gráfica MAUS) - Françoise Mouly (editores de la originalísima revista - objeto RAW), Charles Burns, o la híper politizada Sue Coe se inscriben en esa línea.

Por entonces floreció un movimiento de comunicación alternativa denominado Free Press, que logró burlar la censura durante más de una década difundiendo contenidos insumisos.

Los 80s contaron con grandes renovadores del género super heroico, como Frank Miller, que concibió un Batman mucho más oscuro en su saga Dark Knight, luego magistralmente adaptada al cine por Christopher Nolan con Christian Bale en el rol del Hombre Murciélago. 

En la frontera entre el Siglo XX y el XXI, la pantalla grande comenzó a verse invadida con sostenido éxito por toda la galería de personajes Marvel, sus cross overs y sus respectivos spin offs.

Hoy por hoy, prácticamente ninguna ciudad grande o mediana carece de una comiquería, y si la producción importada encarece los costos, lxs amantes del Noveno Arte pueden seguir despuntando el vicio a través de los incontables fanzines que se consiguen en ese tipo de tiendas o en las frecuentes y nutridas convenciones del género.-  

 

Recomendamos enfáticamente asomarse a este imperdible documental:

https://www.youtube.com/watch?v=JER3ENgsYts

lunes, 11 de diciembre de 2023

RECOMENDACIONES 

NOCHE Y NIEBLA

LA BUROCRACIA DEL HORROR

“Hay que destruir, pero productivamente”.

Heinrich Himmler

 

Cuando uno se dispone a revisar este documental de Alain Resnais fechado en 1956 - que cuenta con la prodigiosa asistencia de dirección del legendario Chris Marker -, lo que menos se imagina es que comenzará describiendo una soleada campiña ilustrada con música bucólica, aunque se trate de la descripción del predio donde tuvo lugar el exterminio planificado de millones de semejantes, perpetrado por uno de los regímenes políticos que aún cubre con un manto de sombra la condición humana.

Cada acceso a esos lugares estaba coronado por frases como “el trabajo es libertad” o “a cada uno lo que merece”.

Algunos contaban con siniestras extravagancias como una orquesta de prisioneros, un zoológico en plena finca de cautiverio, un invernadero para Himmler, un roble atribuido a Goethe más respetado que la vida de cualquier recluso, un efímero orfanato constante y trágicamente reabastecido.

Al referirse al diseño de semejantes sitios, la narración en off dirá que “los arquitectos diseñan tranquilamente las puertas destinadas a franquearse una sola vez”. Y ese será el tono, lacónico y demoledor, del relato en cuestión.

Aquel siniestro precedente legitimaría tiempo después numerosos procesos de exterminio basados en concepciones supremacistas de toda laya: El régimen racista de Ian Smith en Sudáfrica; el genocidio dictatorial argentino (que también contó con sitios de oscura memoria como la Escuela de Mecánica de la Armada); o el holocausto palestino vigente en nuestros días, y paradojalmente perpetrado por la clase dirigente de un pueblo otrora faenado por el Tercer Reich.

El espectador o espectadora del Sur Global detectará de inmediato los denominadores comunes del martirio correspondiente a su propio pueblo: La reducción del ser humano al anonimato absoluto y a la condición de objeto - rapado, tatuado, ataviado con un mameluco azul, numerado, sujeto a una incomprensible jerarquía - al arbitrio de una decisión inapelable.

Lxs prisionerxs políticxs identificadxs por un triángulo rojo, diferenciado del triángulo verde que ostentarán los criminales comunes, frecuentemente detentando el rango superior de Capo, que tendrá sus privilegios, como acaparar insumos o recibir por la noche a su prisionera favorita. Por encima, los SS, intocables, para dirigirse a ellos había que hacerlo a tres metros de distancia. Y en el vértice de dicha pirámide, el Comandante, que no hacía el trabajo sucio ni se consideraba implicado en él, y a menudo llevaba una vida familiar mundana en algún chalet lindero consagrado a tal efecto.

Húmedos y oscuros barracones donde se dormía en estado de alerta ante eventuales irrupciones nocturnas de los guardias, se comía en estado de terror, y se mataba por una manta. Una cama mal hecha implicaba 20 garrotazos.

En los baños se manifestaba la disentería, cundía el mercado negro, o bien se tramaban conspiraciones.

Enfermarse implicaba correr el riesgo de recibir una inyección letal.

Un falso quirófano era consagrado a experimentar con lxs prisionerxs. Monopolios farmacéuticos enviaban productos probablemente tóxicos para ser probados allí, o bien compraban un contingente de reclusos para administrarles dichas sustancias en sus propias factorías.

Largas jornadas de trabajo forzado, con sol rajante o nieve helada, rutina regida por la Ley de la Selva: Al que desfallecía se lo descartaba.

El título del film explica a generación tras generación el sentido de la identificación NN.

La humillación o la muerte del prisionero frecuentemente quedaba sujeta al aburrimiento de un guardia. Y, aún en semejantes condiciones, la solidaridad con el prójimo más desvalido no desapareció jamás.

Todo se recuperaba, zapatos, anteojos, toneladas de cabello femenino para confeccionar tejidos, huesos molidos convertidos en abono, cuerpos transformados en jabón.

30:41 minutos de visión obligatoria. Aunque más no sea para resistirnos, en el entorno inmediato, a la posibilidad siempre presente de retroceder en cuatro patas como las bestias: https://www.youtube.com/watch?v=FoMhYLZ96nY

lunes, 4 de diciembre de 2023

Grata sorpresa que dejó 2023

Un POEta entre Corman y Flanagan

Ni el cine ni la TV se han resistido al gótico influjo de la obra del célebre poeta y cuentista bostoniano, desde la primera adaptación de La caída de la casa Usher llevada a la pantalla en 1928 por Jean Epstein hasta la notable serie de la que se ocupa esta nota, pasando por la más que digna realización de nuestro Enrique Carreras, quien en 1959 adaptó tres cuentos del autor en cuestión - Los hechos en el caso del Sr. Valdemar, El corazón delator, y El tonel de amontillado - bajo el título de Obras Maestras del Terror, magistralmente interpretados por el genial  Narciso Ibáñez Menta. 

No obstante, lo que seguramente tenga más presente el fandom global sea el ciclo Poe dirigido por Roger Corman durante la primera mitad de los años 60. Vale la pena detenernos a repasar como notable antecedente sus ocho títulos, estelarizados - en su mayoría - por el carismático y versátil Vincent Price:

 

La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960) 

El filme que inaugura el ciclo no sólo es el más logrado de todos, sino que también es el que más fielmente refleja la atmósfera del autor. En él encontramos muchas de las constantes que caracterizarán al resto de la serie: locura, caracteres atormentados, climas mórbidos, escenografías neblinosas, extrañas enfermedades, secuencias oníricas de tono psicodélico, estancias lóbregas, criptas, pasadizos secretos… Price realiza la más brillante performance de toda su carrera encarnando al atormentado Roderick Usher, uno de los personajes más fascinantes salidos de la pluma de Poe.

El péndulo de la muerte (The Pit and the Pendulum, 1961) 

Inspirada levemente en el relato El pozo y el péndulo, esta entrega se muestra como una de las menos logradas del ciclo, pese a contar con una magnífica ambientación del interior del castillo en el que transcurre la acción. El abuso de flashbacks borrosos y una interpretación demasiado sobreactuada de Price no contribuyen al resultado final de una realización que, sin embargo, cuenta con el beneplácito de los amantes del género.

Historias de terror (Tales of Terror, 1962)

Esta película está compuesta por tres historias en las que se adaptan los relatos Morella, El gato negro (en cuya trama hallamos claras referencias a El tonel de amontillado, otra imprescindible creación de Poe) y Los hechos en el caso del señor Valdemar. La más conseguida es la última, en la que se destaca la presencia del talentoso Basil Rathbone. El irrepetible Vincent Price protagoniza cada uno de los episodios.

La obsesión (Premature Burial, 1962)

Se trata del único filme del ciclo no interpretado por Price. El actor británico Ray Milland es el encargado de protagonizar esta película que se inspira en el relato El entierro prematuro. El resultado es magnífico, ya que Milland encarna con solvencia a un personaje angustiado al que le obsesiona la idea de ser enterrado vivo al creer que sufre catalepsia. Corman nos regala otra deliciosa y elegante puesta en escena de neblinosa apariencia, mostrando un indudable talento a la hora de suministrar de forma progresiva los elementos de suspense que dotan al relato de una tensión que irá in crescendo. En esta entrega vislumbramos influencias que van desde el Vampyr de Dreyer (la secuencia del entierro representada desde el punto de vista subjetivo de quien está siendo enterrado) hasta el episodio que Hitchcock filmó para la primera temporada de su serie Alfred Hitchcock presenta, titulado Angustia, y protagonizado por el notable Joseph Cotten. 

El palacio de los espíritus (The Haunted Palace, 1963)

Aunque se la suela incluir dentro del ciclo porque en sus créditos iniciales se hace referencia a que se inspira en un poema del autor de Los asesinatos de la calle Morgue, poco tiene que ver esta película con Poe, ya que en realidad se trata de una adaptación libre de la novela corta de H. P. Lovecraft El caso de Charles Dexter Ward. En cualquier caso, nos encontramos ante uno de los mejores trabajos de Corman, su más oscura incursión en un género que dominaba a la perfección. Huelga decir que Price vuelve a estar espléndido en su doble rol, ya que interpreta tanto al brujo Joseph Curwen como a su descendiente Charles, quien procura convocar a los dioses primigenios mediante el blasfemo Necronomicón para que dominen el mundo. 

El Cuervo (The Raven, 1963) 

La cinta más libre de todas las que componen el ciclo. Una deliciosa sátira que reúne a tres iconos del género como el recurrente Price, Boris Karloff y Peter Lorre. La historia, guionada por el brillante Richard Matheson, parte del poema de Poe publicado en 1845, del que toma su título. 

La máscara de la muerte roja (The Masque of the Red Death, 1964) 

Probablemente nos encontremos ante el filme más sofisticado y ambicioso desde el punto de vista artístico de todo el ciclo, de ahí que para muchos sea el mejor. Adapta la obra homónima de Poe, cuya trama se mezcla hábilmente con la de Hop-Frog, otro relato breve del inspirado escritor. Price está magnífico en la caracterización del perverso y satanista príncipe Próspero. Para el recuerdo queda la última secuencia de la película, en que la Muerte Roja irrumpe en la fiesta de disfraces que se celebra en el castillo contaminando de la mortal plaga a todos los allí presentes. 

La tumba de Ligeia (The Tomb of Ligeia, 1964)

La película que cierra el ciclo es esta libre adaptación de uno de los relatos más estremecedores de Poe. En su prólogo encontramos un homenaje a otro de los maestros del cuento de terror clásico como Ambrose Bierce y a su relato El funeral de John Mortonson. Price vuelve a componer de forma notable el retrato de un hombre atosigado por el recuerdo de su fallecida esposa. Visualmente se trata de uno de los filmes más interesantes de la serie gracias, en parte, a la excelente fotografía de un profesional de la factoría Hammer como era Arthur Grant y a la filmación de hermosos planos exteriores (toda una rareza en Corman) en los alrededores de una vieja abadía.

 

No está de más expresar que, con semejantes precedentes, y sabiendo que Mike Flanagan se disponía a desplegar una breve historia de horror gótico a lo largo de 8 capítulos adaptados a nuestro presente, las reservas del lector de Poe se justificaban plenamente.

Ellos son: 1 - Una fosca medianoche (así comienza el poema El Cuervo), 2 - La máscara de la Muerte Roja, 3 - Los crímenes de la Calle Morgue (ingeniosa inclusión del simio al que refiere el cuento homónimo), 4 - El gato negro, 5 - El corazón delator (capítulo que honra la historia original recurriendo a tecnologías de punta), 6 - El escarabajo de oro, 7 - El pozo y el péndulo (originalísima justificación del artefacto al que alude su título), y 8 - El cuervo (ave de mal agüero omnipresente en toda la saga)

Pero para grata sorpresa de quienes conocen la obra del autor en cuestión, esta serie que puede verse en la plataforma Netflix no solo no defrauda para nada, sino que se las ingenia para remedar un puñado de textos de Poe encontrándole a cada uno su prodigioso correlato en el Siglo XXI, e hilvanándolos a través de un enigmático e intemporal personaje encarnado por Carla Gugino, que conecta con el rol de emisario del más allá asignado por el bostoniano al cuervo de su inmortal poema.  

Eso no es todo. La serie despliega una familia Usher integrada por hijxs genuinxs y adoptivxs, nietos, y nueras, bautizadxs con los nombres de célebres personajes emanados de la obra de Poe, como Morella, Lenore, Próspero - quien protagonizará un momento cúlmine de la saga en tributo a su disoluto homónimo de La Máscara de la Muerte Roja -, o la dulce Annabel Lee, esposa del padre de familia, de quien este se despedirá recitando un bellísimo pasaje del poema que lleva su nombre, como hará en otro momento con algún fragmento de El Cuervo.

Pero en esa galería destacan dos personajes de singular gravitación en la saga. El aquí fiscal Auguste Dupin - originalmente infalible detective que despliega su talento deductivo a lo largo de tres cuentos policiales del autor -, quien a lo largo del presente narrativo de la serie será depositario de las retorcidas memorias de un demolido Roderick; y el misterioso Arthur Gordon Pym, viajero de los confines en la obra del bostoniano, devenido aquí en una suerte de eficiente fixer contratado para eliminar toda prueba de corruptela por parte de la familia que titula esta serie. Verdadero capo lavoro de un Mark Hammill bien distante de aquel Luke Skywalker de Star Wars.

Bravo pues por un Flanagan que remonta con creces el paso en falso dado con la flojísima adaptación de Otra vuelta de tuerca - novela de Henry James reiteradamente llevada a la pantalla - bajo el nombre de La maldición de Bly Manor. -

 

 

 

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