DOSSIERS
SIGLO XXI: ¿PUEDE LA CIENCIA FICCIÓN
COMPETIR CON LA REALIDAD?
Desde hace algún tiempo atesoramos un hermoso librito de bolsillo
editado por La Máscara para la Colección Placeres (nunca mejor escogido ese
nombre) Su título es “La Ciencia Ficción. Imaginación, anticipación, utopía”.
En la portada puede verse un fotograma de la adaptación cinematográfica de
“20.000 leguas de viaje submarino” - novela de Julio Verne llevada a la pantalla en 1954 por Richard Fleischer - que muestra a un gigantesco calamar diseñado por el maestro del stop motion Ray Harryhausen, sujetando a un buzo con uno de sus tentáculos. ¡Cuál no sería nuestra
sorpresa al detectar una mini serie televisiva documental
consagrada al tema!
La primera entrega (de seis) está vertebrada por un cálido conversatorio
entre nada más y nada menos que James Cameron - creador de la serie - y Steven Spielberg, donde este último fundamenta emotivamente haber dirigido E.T. (1982)
para procesar la separación de sus padres consolándose con una suerte de amigo
imaginario venido de otra galaxia.
Allí también se argumenta acerca de que algunos filmes apelan a la idea
de la invasión extraterrestre para someter a algunos países fuertes
acostumbrados a doblegar a otros más débiles a la prueba de imaginarse
amenazados por una potencia alienígena tecnológicamente mucho más avanzada. Y
se define a este sub género del fantástico como el que siempre nos invita a
preguntarnos “¿y si acaso…?”.
Ahora bien, ocurre que transitamos la segunda década del Siglo XXI, y el
vertiginoso ritmo de la Revolución Tecnológica nos sorprende a diario con
las innovaciones de la Inteligencia
Artificial, la bio tecnología, la robótica, y otros tantos desarrollos de
avanzada. Al punto que - como atinadamente expresara oportunamente la colega
guionista Laura
Ferrari - hoy cuesta más que nunca antes
superar esa realidad desde la fantasía. Más aún, en no pocos casos tales
adelantos - como ocurre con la clonación - han requerido establecer cuidadosos
protocolos de carácter ético.
A continuación revisaremos un puñado de propuestas cinematográficas que
invitan a reflexionar al respecto.
Matrix: La porosa
frontera entro lo real y lo virtual
En 1962, en su cuento “La pradera”, Ray
Bradbury fantaseaba con un salón de juegos virtual en que dos niños
rebeldes encerraban a sus padres al arbitrio de leones famélicos.
Bueno, como cantan Los Redondos, “el futuro ya
llegó”: Una búsqueda en Google con el criterio “virtual worlds” arroja cantidad
de enlaces como resultado ( entre ellos www.barbiegirls.com, o www.worldofwarcraft.com) Pero… ¿qué
seguimos buscando los humanos en estos Shangri-La, Hiperbórea, o Eldorados de
nuevo cuño?
Utopía es un término inventado por Tomás Moro, que sirvió de título a una
de sus obras escritas en latín alrededor de 1516. En términos usuales, un
proyecto irrealizable, imaginario, aunque existe una revaluación crítica de su
estructura como horizonte de autosuperación que indica el límite de las
posibilidades humanas. ¿Se trata entonces de mundos más felices que el conocido?
No parece.
Con un antecedente inmediato en los simuladores
de vuelo, Second Life (https://secondlife.com/) oportunamente
atrajo a decenas de miles de nuevos usuarios cada día. En rigor de verdad, más
que usuarios son residentes. Porque los
habitués se dedican lisa y llanamente a habitar durante algunas horas al día un
mundo que no es el nuestro. En cuya sede italiana hubo una huelga de IBM (dado
que las empresas majors comenzaron a
publicitar en él) o en la local se han celebrado elecciones como en el mundo real. Es más, el interés creciente
que el fenómeno despertara llevó a la agencia de noticias Reuters y a la cadena
BBC a destacar corresponsales en dicho entorno digital.
Según los estudiosos del tema, vicios,
adicciones, y corruptelas, ya se enseñorean por el universo en cuestión, toda
vez que, fruto al cabo de la imaginación humana, porta consigo las miserias que
llevamos a cuestas.
Hay quienes ya desembarcaron en busca de
negocios, cual naves turcas a la conquista de Costantinopla: En 2006, la
empresa virtual de una ciudadana china que administra tierras y negocios llegó
a la tapa de la revista BusinessWeek convirtiéndose en ejemplo de latifundismo
virtual tras haber superado el millón de dólares de ganancias.
De manera que quien supuso que alguna vez
estaría a disposición de nuestra especie una tierra como la de los míticos,
sabios y esbeltos atlantes, de seguro no la hallará en el entorno virtual.
Pero, ya que
soñar no cuesta nada, reconozcamos que en su momento la saga Matrix (1999 - 2021, ex hermanos Wachovski, ya que han decidido cambiar
de sexo) contó con una enorme adhesión de público: A algunxs les fascinó por su
vertiginoso ritmo narrativo, a otrxs por su glamoroso diseño de indumentaria,
por las increíbles proezas físicas o hazañas digitales que propone, o en última instancia por lo novedoso de sus planteos.
Desde el
impactante estreno de su primera parte, en 1999, hasta la tercera entrega
(2003), que fue récord de taquilla, ha hecho gastar tanta tinta a
filósofos y comunicólogos como dinero en merchandising
anexo a los fanáticos. Y es cierto, nunca como en los últimos años, las
producciones del mainstream
hollywoodense se han mostrado tan reveladoras - ante el más mínimo tamiz
sicoanalítico o semiológico - de la paranoia de los dueños del planeta.
Para muestra basta
un botón: El filme titulado El reinado del fuego (2002, Rob S. Bowman) también proponía un futuro post-apocalíptico,
asolado - en este caso - por criaturas originadas en la mitología del lejano
oriente: Los dragones. En esta ficción,
tales seres feroces y antiguos podían reducir al edificio mejor plantado a una
amalgama de escombros calcinados y hierros retorcidos. En la ficción - como en la dramática realidad
contemporánea a su estreno -, los sobrevivientes humanos debían unirse para conjurar
ese enemigo que no comprendían, puesto que no respondía al statu quo al que estaban habituados. La amenaza, finalmente,
resulta derrotada por una coalición anglo-norteamericana. Poco después del
estreno, la CNN comenzaría a exhibir obscenamente, una versión menos metafórica
de la misma historia. Pero situada en Irak.
Sobreabundan pues
los análisis sobre texto y subtexto presentes en cada pieza
audiovisual como la saga que nos ocupa.
Y Matrix, si algo es, es un producto pretencioso y sobresignificado.
En el artículo
“Filosofía para principiantes”, publicado alguna vez en el Suplemento Radar del
Diario Página 12, el crítico Hernán
Ferreirós sostenía - en alusión a la ahora penúltima entrega de la saga (Matrix
Reloaded) - “Esta nueva parte carga las
tintas sobre el aspecto religioso-mitológico llamando a sus personajes El
Merovingio, Perséfone, Serafín… Como para darle algo que hacer mientras esperan
la próxima parte los ultra nerds dispuestos a decodificar cada referencia hasta
las últimas consecuencias”.
Coincidiendo
con su opinión, en esta nota no contribuiremos a canonizar una saga, para
muchxs de culto, induciendo a sus devotos a seguir leyendo bajo la superficie.
Pero - una de cal y una de arena - sí señalaremos que, si en algún producto
audiovisual contemporáneo se justifican narrativamente los Efectos Especiales,
es en esta versión fashion del mito
de La Caverna de Platón. Porque, al igual que oportunamente 2001. Odisea del
espacio (1968, Stanley Kubrik) marcó
un hito al incorporar a la pantalla grande una renovada imaginería en materia
de naves espaciales; o Alien. El octavo pasajero (1979, Ridley Scott), más tarde
produjo un salto cualitativo en el género ilustrando minuciosamente la evolución
biológica de su criatura; y Blade Runner (1982, también de Scott) se
extralimitó en la descripción arquitectónica y demográfica de aquellas megalópolis que Fritz Lang se atreviera a soñar desde la Alemania pre hitlerista,
en el filme de las ahora hermanas Wachovski se formulan planteos
intranquilizadores sobre las fronteras flotantes que separarían lo real y lo
virtual.
Hechas estas
salvedades, pasemos del hecho meramente estético o narrativo, a plantearnos un
interrogante que parece oportuno formular: Visto que todo texto a partir de su
contenido y forma genera destinatarixs específicxs, y considerando la sentencia
del comunicólogo canadiense Marshall Mc
Luhan acerca de que “el medio es el mensaje”, a qué tipo de público le está
hablando Matrix (y todo producto cinematográfico de factura semejante)
Si partimos de
la base de que varios filmes
contemporáneos al abordado no permiten una comprensión exhaustiva de su relato
sino abrevando en otras fuentes extracinematográficas, llegaremos a la
conclusión de que la escala de producción actual del Gran País del Norte nos
propone este tipo de productos sólo como una pieza más de su industria del
entretenimiento, en el marco del lanzamiento simultáneo de otras múltiples y
complementarias, sin cuyo conocimiento jamás se llegará al fondo de ninguna
historia.
Así ocurrió con
aquella travesura taquillera que fue Blair Witch Project (1999, Eduardo Sánchez y Daniel Myrick) Quienes más lo disfrutaron fueron lxs cyberadictxs
que venían visitando desde un año antes de su estreno el sitio web que los convenció de que la historia
bien podía ser cierta. Y lo mismo sucedió poco después con X Men II (2003, Brian Synger),
que dejó más satisfechos a lxs espectadorxs que abrevaban paralelamente en la
serie animada (la cual reveló esclarecedores detalles de su final) que a los
pobres incautos que nos predispusimos a disfrutar, pochoclo en mano, de una
fábula futurista consumida en una sala oscura.
En resumen, tenemos malas noticias para quienes no hayan visto hasta quedar
ciegos la saga Matrix, o disfrutado el videojuego Enter the Matrix, o revisado
los 8 dibujos animados que acompañaron al estreno de la tercera secuela:
Sencillamente, será muy difícil que su comprensión abarque la totalidad de la
historia que se nos ofrece.
Moraleja: El mainstream hollywoodense dirigido preferencialmente
a lxs milennials expande el relato
cinematográfico a múltiples canales simultáneos (videojuego, animación,
historieta, etc.) apostando por un público fundamentalmente cybernauta y de
buen poder adquisitivo. En síntesis, una nueva élite consumidora.
Sabemos que
nuestro análisis parte de una determinada mirada generacional y que por ello
resulta discutible. Pero no son menos innovadores que esta saga posmoderna y
sensacionalista otros productos más
minimalistas, como PI (1998, Darren
Aronofski), que presenta a un matemático especialista en la kabalha
obsesionado con encontrar la clave numérica que organiza el mundo. Sólo que
respetan los cánones del espectáculo que consagraron hace 127 años los hermanos
Lumière y Meliès, en un tiempo en que el cine se veía en el cine. Y a la Montaña
Rusa se subía en los parques.
Transformers:
Tecnotrónica y “daños colaterales”
Cuándo no, la potencia
mundial más devastadora y menos atenta a la preservación del ecosistema ya cuenta con un
cyberinsecto espía de última generación.
Se trata de un pequeño robot,
de un gramo de peso, capaz de caminar sobre el
agua, creado por ingenieros de la Universidad Carnegie Mellon
(Pennsylvania) en colaboración con el Massachusetts
Institute of Technology (MIT)
Hasta no hace mucho, esa máquina era solo un
prototipo. Puede que ya sobrevuele algún barrio del Sur Global.
Se parece a una
chinche acuática, mide sólo 1,25 centímetros y está fabricada con fibra de
carbono y ocho pequeñas patas de acero recubiertas con un plástico repelente al
agua. Son estas extremidades las que le permiten pararse y caminar sobre tal superficie. Por el momento el
robot no tiene cerebro ni sensores, sino una especie de músculos formados por
tres interruptores eléctricos controlados por otros tantos circuitos conectados
a una fuente de energía.
Ese no es el único ejemplo digno
de atención. Oportunamente la agencia informativa
IBLNews, Reuters, informó que científicos británicos estudian la mecánica del vuelo de los insectos y las aves para desarrollar una
nave de espionaje que no resulte mayor que una abeja. Según el citado informe, Ismet Gursul, director del grupo de
investigación aeroespacial de la Universidad
de Bath,
en los Estados Unidos, declaró "Estamos buscando
la forma más eficaz de volar y una (de las formas estudiadas) es el movimiento
rápido de alas flexibles" (...) "En este sentido, estamos
imitando a la naturaleza y el vuelo de los insectos y aves". "Los microaviones podrían enviar grabaciones en detalle de batallas
y evitar que los exploradores humanos arriesguen su vida", agregó.
Asimismo, estas naves diminutas podrían asentarse en el techo de los vehículos
enemigos y marcarlos para ataques futuros, o para transportar armas químicas o
biológicas, según científicos de dicha Universidad.
Pese a que los
memoriosos quizás recuerden aquel fallido experimento que pretendió artillar a
los animales más nobles de la tierra, los delfines, quienes - contrariamente a
lo esperado - no respondieron a los estímulos programados y acaso aún vaguen
por allí transportando su carga letal, el presupuesto que se regatea a la
protección del medio ambiente del único planeta-hogar con que contamos, privilegia una inversión
-
estridente o sorda
- en pertrechos bélicos que se incrementa de contínuo en forma exponencial.
Promediando el
Tercer Reich, el dramaturgo judeo-alemán Bertolt
Brecht escribía -
a propósito de la intelligentzia del Führer - algo así como “los científicos del régimen laboran incansablemente
a sol y sombra... Un solo error en sus cálculos, y la humanidad quedará a
salvo”.
Y, a propósito
de lo reseñado hasta aquí, ni bien comienza el primer filme de la saga Transformers,
dirigido por Michael Bay y estrenado
en 2007, el público es violentamente transportado a Qatar (el mismo escenario en que por estas horas nuestra Selección Nacional de fútbol compite en 8vos de final), desierto medio oriental donde “abnegados”
marines batallan heroicamente contra un enemigo invisible. Ipso facto, un mega aguijón mecánico de
metal negro emerge de la arena y arremete contra esos custodios de la armonía
planetaria. Se trata de un gigantesco cyberescorpión. La hecatombe ya está en
marcha. Los Decepticons están aquí. Ahora la emprenderán sin piedad contra los
Autobots que, como ellos, también vienen del cosmos.
“Es su guerra - dice el slogan publicitario del filme -, pero es nuestro mundo”.
Lo curioso
(aunque no muy original) es que los autómatas villanos surjan de las arenas
árabes, y los héroes lo hagan desde un apacible villorio norteamericano en el que se han
mimetizado con el automóvil de segunda mano que trabajosamente accede a
comprarse el protagonista...
Gran parte del
público joven pasa de reparar en los colores que originalmente han ornamentado
los uniformes del viejo Capitán América o de La Mujer Maravilla, pero para
muchxs abuelxs se vuelve un poquito “otra vez sopa” que aquí el transformer
bueno luzca una vez más el azul, rojo y blanco que continúan identificando a la
rapiña global.
Tampoco es
nuevo que los fanáticos de la irreverente serie animada South Park (1997 -
2022, Matt Stone y Trey Parker) hayamos soportado que en
su versión largometraje el enemigo mortal de los pequeños héroes fuera el
mismísimo Saddam Hussein, poco antes
de ser ahorcado para la CNN por los guardianes de la civilización, ni que la
nueva nacionalidad de Drácula, padre de los vampiros, en Blade: Trinity (2004, David S. Goyer) sea irakí.
En
consecuencia, vale la pena “parar la pelota” un ratito y - así como la
dictadura oligárquico-militar genocida interpeló a los adultos acerca de qué
estarían haciendo sus hijxs por la noche -, cuestionarnos cada tanto acerca de
qué valores consumen lxs milennials a
través de los numerosos contenidos - basura que abundan en la web.
Uno de los
momentos culminantes del filme que nos ocupa muestra al villano Megatrón
volando abrazado a su némesis (¿o no volaron otros “villanos” hacia un destino
fatal el 11S, comprometiendo la vida de inocentes ciudadanos?) hasta atravesar
juntos - y en cámara lenta - un enorme edificio de lado a lado.
Puede que suene
remanido. Pero vale la pena no perder capacidad de asombro ante semejante
inversión de la industria del entertainment
- ya transformada en quinta columna de la industria armamentística - puesta al
servicio de tan obscenos panfletos.
Alguna vez escuchamos el relato de alguien que, desempeñándose
como Maestro Mayor de Obras durante la dictadura, advirtió desde un
ventanal del Ministerio de Obras Públicas platense cómo insospechables
carteros, heladeros, y canillitas abandonaban ante su asombro esos inofensivos
oficios para convertirse en solícitos esbirros del régimen de facto a la caza
de un militante joven. Esos también eran Transformers. Sin embargo, hubo
argentinos como Juan Martín Jáuregui,
capaces de enfrentarse contra todos sus pertrechos en soledad durante 36 horas, hasta tomar la decisión de
volarse para no correr el riesgo de colaborar con el proceso de destrucción
nacional (La Plata, 19/10/1975)
En conclusión,
que pese a la ostentación de tecnología y recursos destinados masivamente a
tanto crimen apabullante, el factor humano y las causas justas han ido prevaleciendo
a lo largo de la Historia. Y el último Imperio enemigo de la humanidad
sucumbirá en este siglo,
como lo augura su fracaso en Siria, o Afganistán.
Avatar: El capitalismo de plataformas a la conquista
de otros mundos
Como permiten deducir
los filmes Wall - e (2008, Andrew Stanton) o Elysium (2013, Neil
Blonkamp), ya hay magnates estadounidenses anotados para viajar en futuros charters aeroespaciales a conquistar
nuevas colonias
en la galaxia.
Que Hollywood
“profetiza” sobre hechos consumados lo prueban desarrollos como el “Toro de Stanford”, una maqueta de
hábitat humano en órbita propuesta durante el Estudio de Verano de
la NASA en el año 1975, y realizada en la Universidad de
Stanford con el propósito de especular acerca de diseños para futuras colonias espaciales.
En el Siglo XXI, las conferencias sobre naves
interestelares ya atraen a una multitud llena de expectativas: investigadores,
inventores y aficionados entusiasmados con la idea de construir naves espaciales capaces
de volar entre distintos sistemas estelares.
En 2015, el cosmólogo de la Universidad de
California en Santa Bárbara (UC, EE. UU.) Philip
Lubin subió al escenario del Simposio de la Nave de 100 años. En él,
describió su plan para construir
un láser tan poderoso que podría acelerar pequeñas naves espaciales hasta el 20 % de la
velocidad de la luz, lo que les permitiría llegar a Alpha Centauri en solo 20 años.
Su idea podría convertirnos en exploradores interestelares dentro de una sola
generación. Era algo impresionante.
Como Lubin es un excelente orador público, las
tecnologías subyacentes ya existían y la solución científica era sólida, fue
asaltado después de la charla. Allí conoció al antiguo director de
investigaciones del Centro de Investigación Ames de la NASA, Pete Worden. Poco antes de eso, Worden
se había convertido en el director de Iniciativas Breakthrough, un programa sin
ánimo de lucro financiado por el multimillonario ruso de la tecnología Yuri Milner. Seis meses después de su
encuentro, el proyecto de Lubin recibió casi 90 millones de euros de los fondos
de Breakthrough y consiguió el apoyo de Stephen Hawking, quien consideró que su idea era "el
próximo gran salto hacia el cosmos".
Por otra parte, el 6 de mayo del corriente año,
SpaceX, la compañía de vuelos espaciales del polémico magnate Elon Musk, cumplió 20 años.
Luego de un 2021 donde estableció un dominio en ese sector, la empresa liderada
por uno de los empresarios más ricos del mundo se prepara para expandir aún más
sus operaciones.
Los objetivos de SpaceX son dos: continuar con
la exploración del espacio y lograr un aterrizaje exitoso en la Luna y en Marte.
Suena bastante aventurado, pero sin embargo durante 2021 la compañía liderada
por Musk consiguió logros necesarios para cumplir con esas
metas.
Además, SpaceX también efectuó 31
lanzamientos de cohetes Falcon 9, los que - este potentado que tanto
contribuyó a la caída de Evo Morales
en Bolivia para dominar el mercado del litio - planea utilizar para llevar
personas a otros planetas.
Tal fue el predominio de SpaceX que los
expertos en el tema señalan que la compañía casi tuvo el monopolio total de los
lanzamientos realizados durante el 2021. De todas formas, dudan que su mentor
pueda cumplir con todos los objetivos que estableció. Sobre todo el que apunta
a poner
un hombre en la luna en 2023 y establecer una colonia en
Marte en 2028.
Conociendo estos datos uno se predispone de
otro modo para asistir al estreno de la secuela de la impactante
superproducción Avatar (2009, James
Cameron)
Hasta el estreno en 3D de ese tanque de la Twentieth
Century Fox cuya producción insumiera 237.000.000 Dls., concebimos el significado de la
palabra que titula dicho film como una suerte de estuche mediante el cual huir
de uno mismo.
Pero el director de Abismo (1989), Terminator (1984)
y Titanic (1997) nos ofrece la productiva variante de utilizarlo para
experimentar el lugar del otro.
Así, al cabo de disfrutar de una de las más
poderosas experiencias audiovisuales de su vida, el público que la disfrute
desde un cierto pensamiento crítico aquí
encontrará “los caballos delante del carro”.
Vale decir, la computación como auxiliar de una
rebozante creatividad, y no como sustituta de un relato ausente. Últimamente
las nuevas tecnologías de post producción digital han venido facilitando remakes de universos fantásticos otrora
mostrados con degradante precariedad, o bien facilitando por primera vez la
representación de utopías y ucronías como Narnia o La Tierra Media, de
impensable abordaje en épocas de artesanado analógico. Pues cabe destacar que
la producción en cuestión presenta un mundo minuciosamente concebido (15 años
de gestación a partir de las primeras 114 líneas del autor), con sus etnias, su
flora, su fauna, su tecnología y su cosmovisión. Bienvenida sea la tecnología
de punta si las simulaciones que aporta permiten imaginar entornos más
“humanos” que el que estamos destruyendo.
A lo largo de su existencia, la industria
cinematográfica del Gran País del Norte ha matizado su desembarco en las
pantallas mundiales - habituado a mega producciones de dudosa calidad atentas a
las demandas del mercado - con algún que otro “hijo bastardo” que, burlando previsiones del mainstream ha arriesgado planteos
alternativos y hasta provocadores.
Ese rol cumplió oportunamente Apocalypse Now
(1979, Francis Ford Cóppola), uno de
los mejores filmes bélicos de la historia, que casi llevó a la quiebra a su
director, y no tardó en transformarse en la más demoledora revisión filmada
sobre la guerra de Viet Nam.
No hace tanto recibimos con similar beneplácito
a la producción neozelandesa Sector 9 (2009, Neill Blomkamp), una película del
mismo género que la que nos ocupa pero con un criterio narrativo más crudo y
menos lírico. Su planteo resulta consonante con el formulado por Cameron, sólo
que ubica a los extraterrestres como accidentalmente varados y discriminados en
campamentos de refugiados ubicados en Johannesburgo, Sudáfrica. El argumento
también propone un cambio de roles entre víctimas y victimarios, que habrá de
motivar un replanteo en la ideología del protagonista, exponente de estos
últimos.
Pero volvamos a Avatar. En dicha
superproducción, un marine veterano de guerra y parapléjico es seleccionado
para participar en el programa que lleva por título el del film, tras la muerte de su hermano gemelo,
quien era uno de los científicos que formaban parte del mismo. De esta forma es
trasladado a Pandora, una luna del planeta Polythemis cuya atmósfera es tóxica
para los humanos y que, además de albergar una asombrosa biodiversidad, está
habitada por los na’vi, una raza humanoide de piel azul. [Los humanos se encuentran en
conflicto con los nativos debido a que están asentados alrededor de un
gigantesco árbol, conocido por ellos como Árbol Madre, que cubre la inmensa
veta de un mineral muy cotizado. A esta altura del relato cuesta mucho no
pensar que Pandora alude a algún país petrolero de Medio Oriente y el “tesoro”
de ocasión a una metáfora del “oro negro” en el mundo que habitamos. La
existencia de dicho bien ha llevado a una empresa privada a crear un proyecto
de explotación de recursos minerales.
Las mentes de algunos científicos liderados por
una doctora cuyos únicos intereses están en la cultura local y el estudio de la
luna, son trasladadas a los cuerpos artificiales de unos na'vi creados
genéticamente (avatares) mientras ellos permanecen inconscientes en cabinas de
enlace.
Mientras examinan la vegetación, el
protagonista es perseguido por una bestia y, como resultado, cae a un río y se
pierde. Mientras intenta orientarse, es espiado por la princesa del clan nativo
y, cuando está a punto de matarle, una semilla del Árbol de las Almas, sagrado
para los na'vi, se posa en la punta de la flecha. Ella lo interpreta como una
señal, decide dejar vivir al marine y acaba salvándole la vida al ser atacado
por una manada de animales. Cuando la na’vi está decidiendo qué hacer, decenas
de semillas del Árbol de las Almas se posan en él, por lo que Neytiri - así se
llama la joven nativa - decide llevarle con los suyos. Su comunidad no se fía, ya que ha tenido malas
experiencias en otras ocasiones, pero la líder espiritual nota algo especial en
el marine y acepta que se quede para aprender a ser un na’vi bajo la enseñanza
de su hija.
Pasan las semanas y él cada vez comparte más
tiempo con los na’vi, maravillándose por su cultura y sus capacidades, y, como
resultado, empieza a olvidar su misión e incluso su vida como humano. Tras la
ceremonia de integración al clan, la princesa lleva a su entenado al Árbol de
las Almas, donde le muestra la conexión que pueden tener con Eyhwa, una deidad
que recuerda a la Madre
Tierra homenajeada por los pueblos originarios de América. En
ese lugar se sinceran sobre sus sentimientos y se unen como pareja.
Tras una arenga del comandante a cargo del
convoy terrícola, digna de Donald
Rumsfeld, que identifica a los legítimos dueños de ese suelo con una suerte
de “eje del mal”, los humanos comienzan a talar el bosque y derriban el Árbol
Madre.
Una piloto chicana - clara metáfora de la
conducta insumisa de algunos residentes latinos en EEUU - consigue liberar al
marine, la doctora y su ayudante, cautivos de la intolerancia militar. Una vez
a salvo, el protagonista reflexiona sobre qué hacer para que los nativos
vuelvan a confiar en él y se propone montar a la bestia alada que conocen como
toruk. Según una historia que le contó la princesa, esta es la criatura más
peligrosa de Pandora y quien pudiera domarla traería la paz a los na'vi. Tras
lograr su objetivo, se dirige al Árbol de las Almas y los Omaticaya, al verle a
lomos del toruk, le perdonan. Entonces les pide que le acompañen para reunir a
los otros clanes na'vi y para luchar contra el ejército de los humanos. He aquí
una clara alusión al concepto de Nación como comunidad de origen, arraigo y
destino.
Los nativos tratan de combatir a los militares,
pero no pueden hacer nada contra su armamento. Sin embargo, Eyhwa envía a todas
las criaturas de Pandora a atacar a los humanos, mientras el marine consigue
destruir sus dos naves principales. Al igual que en el sudeste asiático
ocurriese en la vida real, en esta ficción las armas artesanales se imponen
sobre los pertrechos más sofisticados del universo. La princesa logra matar al
comandante agresor con su arco.
El líder empresario terrestre y el personal
militar son expulsados de Pandora, cabe destacar que descriptos como los
verdaderos alienígenas de la historia, mientras que al marine y los científicos
que estudian Pandora se les permite quedarse. La película finaliza cuando la
mente del protagonista es transvasada a su avatar na'vi de forma permanente por
el Árbol de las Almas. Como en el filme australiano aludido más arriba, ponerse
en la piel del otro permite vivenciar sus carencias y anhelos, y propender a
una convivencia más fraterna pese a las diferencias.
Esta apuesta de Cameron combina los mejores
recursos de la industria del entretenimiento con un notable espesor narrativo,
cóctel que proporciona un impactante producto de masas capaz de fomentar esa
reflexión habitualmente anestesiada por parte de una juventud convocada por la tecnología
generalmente para el autismo.
Afortunadamente, aún existen producciones por
el estilo que, en vez de alienar, interpelan. Sólo hay que saberlas buscar.-