RECOMENDACIONES
MEGALÓPOLIS
EL ESTRENO MÁS ESPERADO DEL
FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2024
Suponiendo que
nuestros dossiers y recomendaciones tuvieran alguna recepción, acaso no
haga demasiada falta aclarar que lo que se hallará en dichos textos es
cinefilia pura, por lo general ajena a estrenos y primicias, al mainstream,
o al cine calificado como artie. Amamos pues a todo el cine capaz de
conmovernos o apenas de distraernos con buenas artes (incluso - por qué no -
algunos productos un tanto trash) De modo que frecuentemente nuestras
publicaciones prescinden completamente de “sentido de la oportunidad”, lo que
podría motivar comentarios del tipo de “recién ahora se expiden sobre ese film”.
Pues bien, hecha
esta salvedad, confesaremos que hace mucho tiempo que deseábamos encontrar
algún pretexto para referirnos a Francis Ford Cóppola, esa especie de
Rey Midas capaz de incursionar en cualquier género legándonos un film de culto.
Sobran ejemplos: La Conversación (1974), La Ley de la Calle (1983), la saga de
El Padrino (1972/90), Apocalypse Now! (1979), Bram Stoker’s Drácula (1992) Sus clásicos
son tantos y tales que permiten perdonarle bodrios olvidables como Tetro (2009)
y alguno que otro más.
El hombre pues es un animal de cine, un desaforado, una leyenda viviente
que en más de una oportunidad arriesgó todo su patrimonio personal por darse el
gusto de materializar un sueño, dejando para la historia del Séptimo Arte un
puñado de títulos memorables.
El que nos ocupa en esta ocasión acaso confirma la condición desmesurada
de este italoamericano que no se rinde, y que - estrenando tanto su viudez como
sus 85 años - ha vuelto a jugarse el todo por el todo.
El resultado final de su última apuesta reúne tantos exégetas como
detractores, pero confirma que el hombre está lejos de su canto de cisne.
Vale la pena refrescar que, en 1977, Coppola tuvo la idea de hacer una película
que estableciera paralelismos entre la caída de la República romana y el futuro
de los Estados Unidos, recurriendo a la conspiración de Catilina en la Nueva
York actual.
Pero, aunque comenzó a planificar la película en 1983, el proyecto pasó décadas
en un callejón sin salida.
La trama esencialmente actualiza una famosa lucha de poder romana del
año 63 A. C.,
centrándose en la figura de un arquitecto y diseñador que anhela transformar la
Nueva Roma en una deslumbrante utopía futurista, alguno de cuyos presupuestos estéticos recuerda a los de Antonio Gaudí y Le Corbusier.
En esta ucronía, César Catilina inventa un
material de construcción al que bautiza Megalón, el cual fluye como un líquido
y tiene un brillo dorado.
El sujeto está enfrascado en una feroz
rivalidad con Franklyn Cicerón, el alcalde corrupto de Nueva Roma, urbe que
luce como una Nueva York vagamente futurista y ambientada en los llamativos
interiores de la Torre Trump.
Pero Megalópolis no se contenta con presentar
una lucha por el poder bañada de referencias a Shakespeare, sino
que también
construye dos historias de amor signadas por la adversidad: la
que protagonizan César y la hija de Cicerón, lo que podría interpretarse como
una relectura de Romeo y Julieta, aquí sin final trágico; y la que todavía une
a César con su esposa fallecida (un hilo narrativo que remite al mito de Orfeo
y Eurídice, y a su vez a la Rebecca de Alfred Hitchcock) Este cóctel
narrativo aparece alineado por un sinfín de citas a poetas y filósofos, de Petrarca
a Safo, de Marco Aurelio a Rousseau, de Ovidio a Emerson.
Los diálogos emulan al último cine del maestro Jean-Luc
Godard, con el que la película también comparte la preocupación por
la crisis
de una cultura occidental golpeada por la barbarie y el culto a la ignorancia.
Desde su atalaya creativa y financiera, Coppola nos muestra la peligrosa deriva
autodestructiva del mundo contemporáneo e intenta insuflar algo de luz con su
espíritu visionario.
En tal
tesitura, el prestigioso director convierte la vida de las clases acomodadas
neoyorquinas en un verdadero circo romano, un esperpento que culmina en la
celebración de la boda entre Craso y una joven periodista que en realidad está
enamorada de César. Esa bacanal que transforma en Coliseo al Madison Square Garden, adonde se llevará a cabo un singular remate de vírgenes,
remite a
las fiestas de la rancia aristocracia
que aparecen en La gran belleza (2013, Paolo Sorrentino), las cuales
indudablemente se inspiran en la dramaturgia coral y
grandilocuente desplegada por el inolvidable Federico Fellini, tanto como al gusto por la barroca
exaltación del cine de Terry Gilliam, con quien Coppola comparte aquí una
vocación quijotesca que neutraliza todo sentido de la mesura o el pudor,
por ejemplo en la recorrida nocturna por la gran ciudad, donde el protagonista
imaginará esculturas colosales como una Justicia
agobiada, o una Libertad que deja caer unas Tablas de la Ley que se hacen
trizas.
Procurando poner patas arriba un mundo dominado
por el capitalismo salvaje o la demagogia de poca monta, el autor de la saga de
El padrino traza lo que sería el
último suspiro de un imperio ficticio de sorprendente parecido con el Circo
Máximo contemporáneo y desmoronado de Estados Unidos, tributando -
voluntariamente o no - a la demoledora
impugnación del poder sostenida por Pier Paolo Pasolini, cuyo frustrado
sueño mayor - Porno Teo Colosal (alguno de cuyos pasajes recreó Abel Ferrara
para su film Pasolini de 2014) - hubiera compartido la megalomanía profética que
reboza el film de Coppola.
Estamos entonces
ante un proyecto de ensueño conceptual que Coppola ha perseguido durante casi
la mitad de su vida. Y en 2024, esta película personal, profunda y contumazmente
optimista, que convoca a no renunciar a la utopía, con un presupuesto
autofinanciado de 120 millones de dólares, constituye un verdadero unicornio.
Como pocas veces
solemos hacerlo, aquí vale la pena subrayar varios aciertos de un logradísimo casting:
César Catilina, el
citado arquitecto de esa ciudad futura, que posee además la capacidad de
modificar las leyes de la física, es un ajustado Adam Driver capaz de
soltar a su amante (la muy ponderada Aubrey Plaza) frases como "si
vas de bueno, el mundo no te toma en serio".
Nathalie
Emmanuel como Julia, la hija de Cicerón, posee un
resplandor digno de la inolvidable Sean Young de Blade Runner (1982, Ridley
Scott)
Lawrence
Fishburne, hace las veces de asistente de Catilina y
filósofo de ocasión.
El talentoso Giancarlo
Espósito - que algunos descubriéramos como inconmovible villano en la saga
Breaking Bad… aunque Coppola le había echado el ojo mucho antes - brilla
encarnando al ubicuo alcalde Cicerón.
El veterano John
Voight da vida a un decadente Hamilton Craso.
Shia LaBeouf encarna a Craso Jr., personaje que cuesta no asociar con el magnate Donald
Trump.
Y Talia Shire
interpreta a la demandante madre de César, cumplimentando la infaltable
presencia en escena de la familia Coppola.
(conste que además
hay un intrascendente cameo ni más ni menos que de ¡Dustin Hoffman!)
Realizador, productor, y
guionista, una de las figuras
clave de aquel Nuevo Hollywood que potenció a los directores frente a los
productores, Parnaso que comparte con otros grandes cineastas como Steven Spielberg,
George Lucas, Martin Scorsese o Brian de Palma, suponiendo que este fuera su film póstumo, correspondería decir que se
retira por la puerta grande, con un discurso equivalente al del falso führer de
El Gran Dictador (1940, Charles Chaplin) "El ser humano debe ser
considerado un milagro. Estamos hechos de la materia de los sueños", dirá
Driver sobre los cimientos de su monumental creación y frente a una multitud
que lo ovaciona, hacia el epílogo del film, ya devenido en alter ego de Coppola.
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Tráiler subtitulado:
https://www.youtube.com/watch?v=PhvNnYZxslg