TEMAS
La Era de la Ciencia Ficción
Fatalista
¿QUÉ FUE DE NUESTRO MUNDO
ENTRE THE TWILIGHT ZONE Y BLACK MIRROR?
"La mutación
antropológica producida durante la pandemia
ha degradado
la dimensión erótica de lo humano".
Franco
"Bifo" Berardi
Escritor y filósofo
italiano
En su obra
Meditaciones del Quijote, el filósofo y ensayista español José Ortega y
Gasset escribió: "Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella
no me salvo yo". Con esa idea - fuerza, este influyente pensador puso de
relieve que el ser humano está constituido por dos aspectos esenciales: el
sujeto y el mundo que a cada quien toca trajinar. Habitamos pues un lugar específico,
en un contexto histórico que también nos configura y, a él respondemos desde
nuestra existencia.
Como parte de la
producción humana, la industria del espectáculo no ha sido ajena a dicha
premisa.
En el siempre
interesante campo de la ciencia ficción televisiva de ayer y de hoy sobresalen
dos sagas canónicas sumamente influyentes, tanto en el siglo pasado como en
este. Ellas son - creemos que indiscutiblemente - The Twilight Zone, y Black
Mirror.
The Twilight Zone (en inglés: La zona crepuscular) - conocida
en español como Dimensión desconocida, En los límites de la
realidad o La quinta dimensión - fue una ingeniosa e innovadora serie
antológica estadounidense dedicada al mencionado género. Cada episodio presentaba
un relato que planteaba dilemas morales, interpelaba al espectador y lo
confrontaba con su propia existencia, siempre rematado por un final
sorprendente.
Su primera etapa se emitió entre 1959 y 1964, y contó con 156 episodios
a lo largo de cinco temporadas, emitidas a través del canal CBS. 92
capítulos fueron escritos por el creador de la serie, Rod Serling,
quien también ejercía como presentador, modalidad que luego adoptaron
otras producciones de terror o suspenso, como Boris Karloff presenta, La hora
de Alfred Hitchcock, o - en el mundo hispanoparlante - Historias para no
dormir, cuyo presentador era “Chicho” Ibáñez Serrador. Entre el elenco
de escritores que participaron figuran los nombres de Richard
Matheson (El increíble hombre menguante, Soy leyenda), Ray
Bradbury (Fahrenheit 451, Crónicas marcianas) o Charles Beaumont (Las
7 caras del Dr. Lao), actores como Lee Marvin (12 del
patíbulo, Infierno en el Pacífico), Charles Bronson (Érase una
vez en el Oeste, El vengador anónimo) o Robert Redford (Butch
Cassidy y The Sundance Kid, Habana) y directores como Don
Siegel (La invasión de los ultracuerpos), Stuart Rosenberg (El
horror de Amityville), Richard Donner (Los Goonies, La
Profecía) o Jacques Tourneur (La Mujer Pantera, Una cita con el
diablo)
La serie obtuvo durante su emisión original 3 premios y 4 nominaciones
más a los Premios Emmy además de varios Premios Hugo, máximo galardón
que se otorga a las obras de ciencia ficción. Su éxito fue tal que llevó a la
creación de una segunda etapa a mediados de la década de 1980, que
reeditó la modalidad de contratar a prestigiosos realizadores contemporáneos
afines a la temática (Wes Craven, William Friedkin) como a escritores
(Harlan Ellison, George R. R. Martin) y estrellas de primer orden
(Bruce Willis, Helen Mirren); una tercera en 2002
presentada por el actor Forrest Whitaker; y una cuarta en 2019
- que recuperó cierto prestigio perdido -, dirigida por Jordan Peele
(¡Huye!, Nosotros) También se han realizado algunas películas, un cómic, y
otros muchísimos objetos alusivos.
Rodman Edward
Serling (25 de diciembre de 1924 - 28 de junio de 1975), el creador de
esta franquicia ya legendaria, fue un guionista y productor de televisión
estadounidense, conocido por sus dramas televisivos en vivo de la década de
1950, pero que se consagró a partir de la serie que nos ocupa. Serling
participó activamente en política, tanto dentro como fuera de la pantalla, y
contribuyó a la creación de los estándares de la industria televisiva. Era
conocido como el "joven iracundo" de Hollywood, por sus
enfrentamientos con ejecutivos y patrocinadores de la televisión sobre una
amplia gama de temas, como la censura, el racismo y la guerra, problemáticas que
abordó en sus guiones dotándolos de una impronta progresista y profundamente
humanista, acaso propiciada por los tiempos del Estado de Bienestar, un momento
histórico que facilitaba confiar en un futuro más próspero, lo cual contribuyó
a dejar una indeleble marca poética en gran parte de los capítulos de esta
serie, prácticamente concebidos como fábulas de anticipación moralizantes.
Si, como reza el
refrán, “para muestra basta un botón”, puede que alcance con repasar la
sinopsis del octavo episodio de la primera temporada, titulado Tiempo
suficiente al fin, para captar la esencia de la serie que venimos revisando.

Ese
clásico homenajeado hasta la saciedad se centra en el señor Henry
Bemis (interpretado por el actor Burguess Meredith, que luego pasaría de
interpretar a El Pingüino en la serie Batman de los 60s a sparring del
primer Rocky), cajero de banco y ávido lector, quien lee David Copperfield mientras
atiende a una clienta. Está tan absorto en la novela que intenta agasajar a la
mujer, cada vez más molesta, con información sobre los personajes, pero no le
da lo que le corresponde. El jefe, furioso, y más tarde su esposa, intolerante,
se quejan de que pierde demasiado tiempo leyendo versos. Como una broma cruel, la mujer le pide que
le lea poesía de uno de sus libros; él accede con entusiasmo, solo para
descubrir que ella ha tachado el texto en todas las páginas. Segundos después,
destruye el libro arrancándole las páginas. Al día siguiente, como de
costumbre, Henry almuerza en la bóveda del banco,
donde nadie interrumpe su lectura. Momentos después de ver el titular de un periódico que
anuncia “Bomba H capaz
de destrucción total", una enorme explosión en el exterior sacude la
bóveda, dejando inconsciente a Bemis. Tras recuperar la consciencia y sus
gruesas gafas, el hombre abandona la bóveda y encuentra al banco demolido y a
todos sus ocupantes muertos. Al salir del lugar, comprueba que toda la ciudad ha
sido destruida y comprende que, si bien una guerra nuclear devastó la Tierra,
su presencia en la bóveda lo salvó. Pasa el tiempo, mientras el cajero busca
una chispa de esperanza entre los restos de un mundo muerto. Un teléfono
conectado a la nada. Un bar de barrio, un cine, un campo de béisbol, una ferretería, el buzón de lo que alguna
vez fue su casa y ahora es un montón de escombros, yacen delante suyo como
monumentos destrozados de lo que fue, pero ya no es: El Sr. Bemis, está solo en
un mundo devastado, con comida
enlatada para toda la vida y sin medios para salir a buscar a otros
sobrevivientes, de manera que sucumbe a la desesperación. Mientras se prepara
para suicidarse con un revólver que
encuentra, ve a lo lejos las ruinas de una biblioteca pública. Al investigar,
descubre que los libros siguen intactos; ese tesoro está a su entera
disposición, como el tiempo necesario para leerlos sin interrupciones. Así, al
cabo de su desesperación, Bemis ordena con satisfacción los libros que espera
leer durante años, sin obligaciones que se lo impidan. Justo cuando se agacha
para recoger uno, tropieza y sus anteojos se caen y se rompen. Conmocionado,
recoge los restos rotos y rompe a llorar, impotente y solo.
Pasó mucho tiempo
desde la emisión de la joyita que acabamos de reseñar. Como en una distopía más
surgida de la inspiración de Serling, pero ahora fuera de la pantalla chica, desde
entonces el capitalismo productivo devino financiero, la utopía del socialismo
real implotó, las Sociedades del Disciplinamiento dieron paso a las Sociedades
del Control, pasamos del paradigma metal-mecánico al informático, la vieja TV
dio paso al streaming y la radio al podcast, prácticamente no
queda institución o empresa donde un ser humano resuelva nuestros problemas o
trámites en persona y sonriendo
cordialmente, y al bebé que llora se lo entretiene entregándole un teléfono
celular móvil que - mutación antropológica mediante - la criatura opera con más
destreza que muchos adultos.
Hija del desangelado contexto descripto, Black Mirror (Espejo Negro),
es una exitosa serie de televisión antológica británica de ciencia
ficción creada por Charlie Brooker en 2011, que acaba de
estrenar en la plataforma Netflix su séptima temporada.
Descripta por su productora como “un híbrido de The Twilight
Zone y Relatos de lo inesperado (colección de dieciséis cuentos cortos escrita por Roald
Dahl) que se nutre
del malestar contemporáneo sobre nuestro mundo moderno”, se caracteriza
por presentar relatos autoconclusivos, algunos con una ambientación
postapocalíptica, otros presentan una sátira, una trama de fantasía,
una realidad alternativa, sociedades orwellianas o incluso
ambientados en una utopía, desplegando generalmente un sentimiento de “tecno-paranoia”,
que exaspera los riesgos de la
innovación tecnológica sobre el ser humano, desde un enfoque emparentado con la
serie animada Love, death and robots, que bien podría considerarse teñido de
cierto nihilismo ciberpunk (recuérdese la consigna ochentosa “no future”,
acuñada justamente en el país de origen de esta saga)
En cuanto al contenido del programa y la
estructura, Brooker ha declarado: “cada episodio tiene un tono
diferente, un entorno diferente, incluso una realidad diferente, pero todos son
acerca de la forma en que vivimos ahora, y la forma en la que podríamos estar
viviendo en 10 minutos si somos torpes”.
A su vez, indicó en entrevistas previas al lanzamiento de la serie
que el objetivo de la misma es alertar, mediante el uso de fábulas distópicas,
sobre los peligros a que la dependencia tecnológica puede llevar a nuestra
especie. Por ello cada capítulo se centra en un aspecto concreto, su trama es autoconclusiva
y no existe hilo conductor entre los diferentes episodios. Gracias a ello,
aunque a lo largo de su emisión han variado los directores, intérpretes,
tramas, tonos, entornos o realidades sugeridas, se considera consistente al
universo de Black Mirror.
Repitiendo la
operación anterior, de reseñar la sinopsis de un capítulo de esta última
temporada, podrá el lector o lectora sacar sus propias conclusiones acerca de
las transformaciones ocurridas en materia de discurso y contenido al interior
de productos pertenecientes al mismo género, pero en contextos sumamente
disímiles.
En este caso
tomaremos como ejemplo su primer episodio, titulado Gente corriente, y dirigido
por Ally Pankiw.

Se trata de la
entrega que ha concitado la mayor crítica en toda la nueva temporada. En ella, Amanda
(Rashida Jones), la integrante femenina de un matrimonio de clase media
baja que sin embargo tiene una vida apacible y dichosa, sufre un tumor
cerebral que le mantiene luchando por su vida, por lo que su marido Mike (Chris
O'Dowd) entra en contacto con una empresa privada para salvar a su
amada. Contrata así un servicio tecnológico capaz de mantenerla viva al
precio de 300 euros al mes. Sin embargo, este plan - dependiente de una central
que se financia a expensas de transmitir comerciales publicitarios en red desde
el cerebro de cada uno de sus clientes - pronto queda obsoleto y obliga al
matrimonio a pasarse al premium para evitar contratiempos que
complican la vida de Amanda. Así, como ocurre con múltiples insumos propios de
la era digital, se ven sumidos en una espiral que les obliga a pagar cada vez
más, lo cual fuerza a Mike a humillarse en internet para ganar dinero
a través de una aplicación que nada tiene que envidiar a la saga Jackass, y que
premia con crecientes sumas de dinero el sortear pruebas que por lo general
implican autoinflingirse daño físico. Sin duda alguna se trata de una crítica
feroz a los servicios de streaming, a la precariedad actual y a la
continua extorsión que el capitalismo de plataformas y las empresas ejercen
sobre las personas más necesitadas y sin recursos, al punto de que últimamente para
ellas resulte cada vez más caro mantenerse vivo. Así se arriba a un dramático
desenlace que no spoilearemos, exhibiendo una mirada mucho más escéptica que la
que animó a la serie que revisamos en primer término, ineludiblemente
relacionada con el punto de inflexión histórico que vivimos, altamente
condicionado por novedades para algunos ingobernables como la IA, que no
facilitan avizorar un porvenir inmediato demasiado alentador.
Con excepción de su
quinto capítulo (“Eulogy”), magistralmente interpretado por el enorme Paul
Giamatti, ese es el tono general de la serie, en toda la temporada y buena
parte de las anteriores.
Quizás
lo expresado hasta aquí nos haga acreedores a la condición de Darwinianos 1.0, caracterización que atribuye a la programación cognitiva de nuestra
especie el personaje Cameron Walker, encarnado por Peter Capaldi (Dr.
Who) en el cuarto episodio (“Juguetes”) de esta séptima temporada de Black
Mirror, tan recomendable como intranquilizadora.
Recapitulando, por cierto,
que no es nuestra intención tensionar el mensaje transmitido por las series que
hemos comparado, simplificando esa operación como si la primera de ellas
constituyera un cuento de hadas que nos advertía contra ciertos males y la
segunda adquiriese el carácter de una pesadilla capaz de generar insomnio
permanente, sino antes bien contrastar el momento del mundo que determinó a
cada una, y ambas terminaron espejando. En tal devenir, a una le tocó en suerte
problematizar el contexto de un mundo con muchísimas posibilidades por delante,
y a la otra producir un llamado de atención en un momento de la historia humana
en el que el tecnofeudalismo global nos enfrenta a la disyuntiva de tener que abandonar
el único planeta - hogar con que contamos.
Concluiremos con un
interrogante que, a partir de lo expuesto hasta aquí, nos urge formular:
¿Ofrecerá el inminente estreno de la serie El Eternauta, originada en una
latitud geocultural que aún tiene tanto para ofrecer al mundo que nos toca, y
surgida de la imaginación de un guionista montonero detenido - desaparecido,
una perspectiva algo más esperanzadora, a partir de su premisa acerca de que
“nadie se salva solo”?
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