RESCATES
PARA CINÉFILXS 2.0
El cine documental
de la Revolución
Cubana
CÁMARA Y FUSIL

Enrique Díaz
Quesada, y los pioneros del período silente
La década final del
Siglo XX arranca con el derrumbe de la última gran utopía laica de la humanidad
- la URRSS -, cuya influencia acaso subsista parcial y trabajosamente en la ya
legendaria isla socialista del Caribe.
Así como la primera película
de la historia del cine puede asimilarse a un documental - un filme de los
hermanos Lumière -, la primera cinta cubana ostentó también esta
categoría. En fecha tan temprana como el 7 de febrero de 1897, a dos escasas
semanas de la función inaugural del cinematógrafo en Cuba, el francés Gabriel
Veyre, quien lo introdujo después de haber arribado de México, rodó un
ejercicio del cuerpo de bomberos del Comercio de La Habana, a petición de la
actriz española María Tubau, quien se encontraba actuando en el Teatro
Tacón con su compañía. Dicha representación filmada se conoció con el título
de Simulacro
de incendio y tenía un minuto de duración. Este material, como
casi todos los documentales del período silente, se perdió al no existir en
aquella época una preocupación permanente por su conservación.
Al año siguiente, al actor cubano José E. Casasús le
correspondió la fortuna de realizar un primer corto publicitario: El brujo
desapareciendo, que estuvo dedicado a servir de propaganda a una
firma cervecera. Una copia de este se envió a los hermanos Lumière, y otra a Thomas
A. Edison. En esta pequeña película colaboró un muchacho de quince años de
edad llamado Enrique Díaz Quesada,
que luego se convertiría en la figura más relevante del cine cubano en la etapa
muda.
Entre 1906 y 1915, Díaz Quesada fue el principal realizador de
documentales en dicho país. La primera de sus obras, El parque de Palatino (1906),
es la muestra más antigua que se conserva de una película cubana, así como la
única existente en los archivos, de todas las cintas rodadas por este pionero.
Desde inicios del siglo XX hasta mayo de 1923 en que fallece, Díaz Quesada
luchó tenazmente por impulsar la producción cinematográfica en Cuba. Un incendio
que tuvo lugar poco después de su muerte destruyó prácticamente casi todos los
negativos de su obra. Entre los filmes rodados por él figuran La Habana en agosto de
1906, La salida de palacio de Don Tomás Estrada Palma, Un turista en La
Habana, Un cabildo en Ña Romualda, Los festejos de la
Caridad en Camagüey, Toma de posesión de José Miguel Gómez, Salida de Mr. Magoon
de Cuba, Los funerales de Morúa Delgado, Los cruceros Cubay Patria entrando en el
puerto de La Habana, Vuelo del aviador McCurdy sobre La Habana, Salida de tropas hacia
Santiago de Cuba durante la guerra racista, El epílogo del Maine, Industria de la caña
de azúcar, Los carnavales de Cienfuegos, Toma de posesión del
general Menocal e Inauguración de la
estatua del general Maceo.
Como se observa, en sus inicios, el documental tuvo una función
principalmente de carácter testimonial, donde se recogían algunos de los
sucesos políticos, sociales, históricos o culturales, significativos de la época,
aunque también ejerció un papel promocional o divulgativo. El propio Díaz
Quesada realiza, en 1910, un trabajo de publicidad: El sueño de un
estudiante de farmacia, en el que se muestran distintos
departamentos de la antigua Droguería Sarrá, y dos años más tarde, Festival infantil de
Bohemia, un reportaje sobre una distribución de juguetes organizada
por dicha publicación para los niños habaneros. En 1915, el llamado “padre de
la cinematografía cubana” captó en celuloide la pelea de boxeo entre Jess Willard
y Jack Johnson, que tanto diera que hablar en su tiempo. Un lustro
después rodará Cómo se hace un periódico, que además de mostrar el proceso
de edición de un diario anunciaba el concurso del periódico La noche, para
elegir al artista más popular del momento.
Ya en 1920 se edita un primer noticiero silente, Suprem Film, que
contenía noticias sobre la alta sociedad y anuncios comerciales. Su realizador
era Juan Valdés y en él colaboraba el cronista social Enrique
Fontanills. Su frecuencia era esporádica. Además de este intento de
noticiario, existieron otros de la etapa muda como las Actualidades Habaneras,
de Jorge Piñeyro, Salvador Cancio (Saviur) y Rogelio Pujol,
en colaboración con el periódico La Prensa; el Noticiero OK - que también editó
Juan Valdés -; el Noticiero Santiagueras - más bien una revista cinematográfica
-; y el Noticiero Liberty, pero solo este último continuó en el período sonoro,
aunque con ediciones ocasionales.
De la segunda mitad de la década de 1910 se tiene conocimiento de
otros documentales, de los cuales tampoco se conservan copias ni se conocen los
nombres de sus realizadores. Entre estos se sabe de títulos como Convulsión liberal en
Oriente, Cuba en la guerra, La manifestación
en honor de Estados Unidos, Las regatas de Varadero y El soldado de Cuba.
Entre los materiales del género, de determinada importancia, en la
década de los años veinte, pueden citarse: La llegada del Alfonso XIII,
un corto publicitario del refresco Orange Crush, Las regatas de
Cienfuegos, Camagüey histórico y legendario - de Anselmo
Lazcano -, dos reportajes sobre el ciclón de 1926 - uno de Manuel Andréu
y otro de Abelardo Domingo - ¿Cuál es la cubana de los ojos más lindos? -
de Ernesto Gallardo - (divulgador de un concurso publicitario auspiciado
por la revista Bohemia)
El gobierno del general Gerardo Machado creó en 1925 un
departamento de cinematografía, adscripto a la Secretaría de Obras Públicas, que
filmó un nutrido metraje de películas de carácter propagandístico. Su director
fue Manuel Martínez Illas, realizador de documentales que había debutado
en 1906 rodando el corto Cine y azúcar, para la Manatí Sugar Company.
Parte de este metraje está archivado en las bóvedas de la Cinemateca de Cuba,
el cual había sido añadido en los años cincuenta a noticieros de esa época.
Max Tosquella y el
arribo del sonoro
Para realizar la primera demostración de cine sonoro en Cuba, el
inventor norteamericano Lee De Forest viajó en febrero de 1926 al país
con sus equipos de filmación. El gobierno del general Machado financió un
documental con el propósito anterior. Lamentablemente no se conserva copia de
ese material.
Sin embargo, del primer experimento de cine sonoro realizado en
Cuba por técnicos cubanos, que data de 1932, Un rollo Movietone sí se
guarda constancia. Arturo del Barrio, Antonio Perdices y Ramón
Peón habían fundado, en 1929, la BPP Pictures que además de algunos
largometrajes de ficción produjeron una serie de documentales conocidos con el
nombre genérico de Conozca a Cuba.
En los archivos de la Cinemateca se conserva una copia del no. 5
de los materiales de esta serie, realizado por Max Tosquella, en el cual se recoge la inauguración del pabellón
García Tuñón en la antigua Quinta de Dependientes, hoy Diez de Octubre; también
se guarda otro título de la serie referente al bojeo del buque escuela Patria
por las costas de Cuba, que también dirigió el mismo Tosquella. La BPP Pictures
realizó otros documentales como Varona Suárez y el baile de las naciones y La última jornada del
Titán de Bronce, ambos de 1930, de los cuales se conservan copias.
En 1932, Max Tosquella rueda propiamente el primer cortometraje
sonoro, Maracas
y bongó, con música de Eliseo Grenet, aunque este tiene una
trama de ficción. Como en los primeros años treinta se mantienen los efectos de
la crisis económica de 1929 y resulta complicado aún propiciar rápidamente los
cambios tecnológicos para asumir el cine sonoro, todavía fueron realizados
algunos documentales mudos en este período como el referente al terremoto de
Santiago de Cuba, en 1932, y La epopeya revolucionaria cubana y Una página de gloria.
Vuelo Sevilla-Habana, ambos de 1933.
Durante la república neocolonial numerosas empresas e individuos
se vincularon al negocio de la producción de documentales y cortometrajes, pero
muy pocos lograron subsistir durante un período razonable. Entre ese
privilegiado grupo figuró Manolo Alonso, dibujante, administrador de
cines, periodista, y sobre todo gran negociante, quien logró monopolizar desde
principios de los años cuarenta hasta 1950 la producción de noticieros, además
de realizar documentales, comerciales y dedicarse a la exhibición.
Comerciantes, políticos, el gobierno mismo, utilizaban fundamentalmente el cine
como medio de propaganda. Las empresas de los noticiarios incursionaron también
en el género documental y produjeron cortos que a veces denominaban con nombres
genéricos: Miniaturas Royal - serie de tipo turístico y didáctico inaugurada
por Luis Ricardo Molina, editor del reportaje La tragedia de Cali (1937), perteneciente
al Noticiero Royal News -, Verdades increíbles, entre otros.
Al comenzarse a incorporar el sonido al celuloide aparecen los
primeros cortometrajes musicales: El frutero (1933) y Como el arrullo de
palmas (1936), de Ernesto Caparrós, inspirados en la
música del compositor Ernesto Lecuona. Lamentablemente no se han podido
localizar copias de estas obras. En 1938, el propio Caparrós realiza Tam-Tam o El origen de
la rumba, que muestra el desarrollo de este baile afrocubano desde
la época de la esclavitud hasta el año de su producción. Es en este mismo año
en que el Partido Socialista Popular, de orientación comunista, funda la Cuba
Sono Film, la cual a través de Luis Álvarez Tabío y el operador José
Tabío realiza numerosos noticieros y documentales. Esta institución
fílmica, que se mantuvo hasta 1948, plasmó en imágenes la historia del
movimiento obrero y sindical cubano de esos años, además de denuncias y
valiosos testimonios de la realidad del país, pero el material se ha perdido en
su casi totalidad. Entre los documentales militantes iniciales pueden citarse
títulos como Acto a Castelao, Gran manifestación de septiembre de 1938, Toma de posesión del
Comité Nacional del Partido Comunista, Asamblea Juvenil por
la Constituyente, Constitución de la CTC, Gran manifestación del
20 de agosto de 1939, La Jata: intento de desalojo en
Guanabacoa, Llegada de combatientes internacionalistas cubanos, Por un Cerro mejor, Talleres para Hoy.
Entre los cortometrajes de finales de los años treinta, aparte de
los materiales sensacionalistas que los noticieros recogían, se rodaban
reportajes especiales sobre sucesos deportivos como La pelea de Kid
Chocolate y Fillo Echevarría, producido por Jorge Piñeyro, o
sobre la crónica roja como El caso de Margot
García Maldonado, de Leo Aníbal Rubens.
En el panorama de los años de la Segunda Guerra Mundial junto a
documentales de la Cuba Sono Films como Escuelas del Ecuador, Manzanillo: un
pueblo alcalde, El desalojo de Hato del Estero (con textos
de Nicolás Guillén y musicalización de Alejo Carpentier), Azúcar amargo, La lucha del pueblo
cubano contra el nazismo, ¡A trabajar para el pueblo!, Los carboneros de la
ciénaga, sur de Batabanó y Yaguajay, Un pueblo alcalde,
coexisten cortos musicales como Mis cinco hijos y Ritmos de Cuba,
ambos de Ernesto Caparrós, el primero patrocinado por la Cerveza Polar; Embrujo del fandango,
con Carmen Amaya y su conjunto de bailes flamencos, producido por la
Compañía Cinematográfica Cubana, y Flor de Yumurí, con Esther Borja, ambos
de Jean Angelo; Ritmo de maracas, de Antonio Jiménez Armengol
- el primero de los documentales de Producciones Cubanas, S.A., fundada por este último y Enrique
Crucet, realizador años más tarde de La ruta de Martí -, y Amor en kilociclos,
de Manolo Alonso, con Rosita Fornés y René Cabel. Otros
realizadores de documentales de esa época fueron José A. Sarol (Su majestad el
ladrillo, 1940; Camagüey, 1944; Los parques de La Habana - aparentemente el primer
filme en colores revelado en Cuba mediante el sistema Ansco Color
-, 1944; Santiago
heroico y sentimental, 1946); Enrique Bravo (El caso Oriente,
1942), quien había sido fotógrafo de El crimen de la descuartizada (1939),
cortometraje de la serie amarilla La Noticia del Día, fundada por Jorge Piñeyro y
Manolo Alonso, apéndice del Noticiario Cinematográfico Cubano CMQ-El Crisol;
Aurelio Lagunas (Cienfuegos, la perla del Sur, 1942); El lenguaje de las
flores y Palmares, 1944; Víctor Reyes (El diablo fugitivo,
1944); José Antonio García Cuenca (Isla del Tesoro, rodado en los años cuarenta); César
Cruz (Ahí
viene la conga, 1946); Alberto G. Montes (Borrando huellas de
otras épocas, Construyendo nidos de esperanza, Distancias fáciles, Nace un futuro,
todos de 1946, casi todos propagandísticos por encargo del gobierno de Grau
San Martín); Bebo Alonso, camarógrafo hermano de Manolo (Prensa, baluarte de la
libertad - premio nacional Juan Gualberto Gómez -, 1946,
aparentemente también en función de propaganda); Bernabé (Bebo) Muñiz (La historia íntima de
cayo Confites - premio al mejor documental bélico otorgado por
la Federación de Redactores Cinematográficos y teatrales -, 1947) En la segunda
mitad de la década del cuarenta la Cuba Sono Films produce, entre otros
documentales, Un héroe del pueblo español: José Gómez Gayoso, Realengo 18, Ventas de Casanova, Los precaristas de la
hacienda Sevilla, y Funerales de Jesús Menéndez, siendo esta la
última de sus realizaciones.
En el período sonoro hasta 1959, se fundaron unos veinticinco
noticieros, incluidos los que se editaron en el interior de la Isla. Al
fusionarse algunos de ellos con diversas empresas - radio-emisoras,
periodísticas, industriales - o entre sí, adaptaban nuevos nombres, pero
mantenían los mismos editores y lineamientos. Entre el ochenta y cinco y el
noventa por ciento de los noticieros que se creaban, desaparecían en corto
tiempo. El
Royal News, de Luis Ricardo Molina, y los de Manolo Alonso, Nacional y América -
en sus frecuentes y variables asociaciones con otras empresas - fueron los
únicos que lograron mantenerse a través de los años. Más tarde les siguieron
Cineperiódico, de José Guerra Alemán, y Noticuba, de Eduardo
Hernández (Guayo), que logró realizar un reportaje sobre la lucha
guerrillera revolucionaria de Fidel Castro en las montañas de la Sierra
Maestra. Estos últimos cuatro eran los únicos que aún se editaban al terminar
el año 1958.
Los noticieros más importantes subsistían, mayormente, por las
prebendas, comisiones del gobierno y “contribuciones” de grandes empresas de
servicio público, que pagaban mensualidades para evitar críticas o denuncias
públicas. Asimismo, se utilizaban a conveniencia para propaganda política, crónica
social, etcétera. Una característica de los noticiarios cubanos fue agregarle
un segmento, casi siempre de corte humorístico, patrocinado por alguna firma
comercial para atraer la atención del público. Por ejemplo, Cine Revista, de
los años cincuenta, con unos diez minutos de duración, contenía breves
documentales, notas deportivas y sociales, modas, y una selección de chistes.
De toda esta tendencia publicitaria, por supuesto, estuvo libre el Noticiero
Gráfico Sono Film, auspiciado por el Partido Socialista Popular en los años
cuarenta.
Los documentales de la década de los años cincuenta, en su
mayoría, se caracterizaron predominantemente por su espíritu propagandístico,
incluyendo a menudo una función turística o comercial. Manolo Alonso, además de
haber realizado dos de los largometrajes de ficción más significativos del cine
cubano de esa época: Siete
muertes a plazo fijo y Casta
de roble, y de ser la personalidad rectora de los noticiarios de
esos años, produjo o dirigió muchos de esos cortometrajes, entre ellos algunos
interesantes como Milagro en el mar (1951) -premio de la
Federación de Redactores Cinematográficos y Teatrales - y Virgen morena, patrona
de Cuba (1952), pero tuvo el pecado capital de encomiar con
frecuencia en varios de sus materiales al régimen del dictador Fulgencio
Batista: Adelante, siempre adelante (1954-1955), Cambio de poderes (1955), Una nación en marcha (1957)
Alberto G. Montes, fundador (en 1946) de la empresa Information Films se
dedicó a filmar documentales mayormente por encargo: Industrias nacionales:
el cemento (1950), Industrias nacionales: textil (1951), Feria Ganadera 1953, Cienfuegos turístico (1953), Bayamo M.N. (1955), El moderno San Rafael (1957),
y en 1954 creó la Cuban Color Films Corp., con Jorge Cancio y
George P. Quigley, dedicada a comerciales en colores. Otros nombres de
documentalistas habituales de esos años fueron los de J. A. García Cuenca
(Paraíso del
deportista, 1954), Manuel de la Pedrosa (con algunos de sus
cortos musicales como Del frufrú al mambo, Mambo en España, Rumba,
todos de 1951), y Rogelio Caparrós (La metalurgia básica nacional, 1957; Tabaco rubio,
1958). José Guerra Alemán, de Cineperiódico, realiza entre otros documentales
de interés Eva Perón, la dama de la esperanza (1952), reportaje con
motivo de los funerales de la esposa y estrecha colaboradora del presidente
argentino Juan Domingo Perón, y Haití, tierra de ensueño (1954) sobre el
150° aniversario de la independencia de ese país.
Eduardo Hernández (Guayo), en su época de integrante de Cineperiódico,
filma Honor
a las armas (1951), sobre la Escuela de Cadetes de Managua,
que mereció el Premio Antillana de ese año; en 1958 haría
historia con Sierra Maestra: baluarte de la Revolución Cubana, reportaje
periodístico a la lucha guerrillera dirigida por el Comandante Fidel Castro, ya
mencionado antes.
Entre los escasos intentos de realizar documentales con carácter
de denuncia social en esos años se hallan Jocuma o el cabo de San Antonio (1955) y La cooperativa del
hambre (1957), de José A. Sarol - el primero
solo pudo ser estrenado en los cines después de 1959 y el segundo fue destruido
por el gobierno de Batista cuando aún no tenía sonido, junto a toda la
producción y equipamiento de la empresa Minicolor Films, fundada por el realizador en
Guanabacoa en 1954- , y especialmente El Mégano, de corte
neorrealista, sobre el trabajo y la vida miserable de los carboneros de la
ciénaga de Zapata, en la costa sur de Cuba, realizado por Julio García-Espinosa con la colaboración de Tomás Gutiérrez Alea. Esta película, prohibida e incautada por la
policía batistiana, pero afortunadamente recuperada en una copia después del
triunfo de la Revolución se considera el principal antecedente de un cine con
conciencia social y artística manifiesta a partir de 1959.
SANTIAGO ÁLVAREZ:
ALMA MATER DEL NOTICIERO DEL ICAIC Fundador y director del Noticiero ICAIC Latinoamericano,
su obra se destacó por la presencia activa del periodismo, el reflejo de
importantes sucesos históricos como la invasión mercenaria a
Cuba en 1961, el genial uso del montaje y el empleo de la banda
sonora como parte indisoluble de la acción dramática. Defendía la importancia
del periodismo cinematográfico como enriquecedor del documental y afirmaba:
"Yo informo de acontecimientos a
partir de ideas que tengo sobre esos acontecimientos". En 1968, colaboró con Octavio Getino y Fernando
E. Solanas en el documental La Hora de los hornos, sobre los
efectos del imperialismo en Sudamérica. Por su labor como cineasta recibió más de 80
primeros premios en festivales internacionales y concursos nacionales. Fue nombrado miembro de la Academia de Artes de la
República Democrática Alemana y maestro perenne de la Escuela
Internacional de Cine de San Antonio de los Baños. Fue asesor del Ministro de
Cultura de Cuba, Presidente de la Federación Nacional de Cine-clubes y, hasta
1986, fue miembro de la Asamblea Nacional del Poder
Popular. En su honor, actualmente se celebra anualmente, en
la ciudad de Santiago de Cuba, el Festival Internacional de Documentales Santiago Álvarez in Memoriam. Jean-Luc
Godard le dedicó su seguna cinta de Histoires du cinéma.
En 1991 le fue otorgado el Premio Nacional de Periodismo José Martí. Murió a causa de la enfermedad
de Parkinson en Habana el 20 de
mayo de 1998 y fue enterrado en el Cementerio de Colón,
en La Habana. |
El ICAIC y el cine
de la Revolución
Desde los primeros días de enero de 1959 se evidenció la importancia
que el nuevo gobierno revolucionario iba a confiar al cine, y concretamente al
documental, con la creación de un departamento cinematográfico en la Dirección
de Cultura del Ejército Rebelde. Este embrión del Instituto Cubano del Arte e
Industria Cinematográficos (ICAIC), organismo que se crearía dos meses más
tarde, auspició la filmación de los cortometrajes Esta tierra nuestra,
de Tomás Gutiérrez Alea, y La vivienda, de Julio García-Espinosa. Estos dos
realizadores, integrantes desde muy jóvenes de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo,
y que, con ayuda de Alfredo Guevara,
futuro presidente del ICAIC, rodaran en 1955, El Mégano, brindaron un
aporte trascendental en las labores de fundación de esta institución fílmica.
Los primeros documentales producidos por el ICAIC dieron muestras
de la nueva realidad social del país. Sexto aniversario, de Julio García-Espinosa,
y Construcciones
rurales, de Humberto Arenal, ambos de 1959, son ejemplos
testimoniales notables de esta obra documental inicial.
Siguiendo el postulado martiano “injértese en el tronco de
nuestras repúblicas el mundo”, el documental cubano, captando las vivencias y
el sentir del pueblo, comenzó a reflejar en la pantalla la identidad de la
nación, pero sin dejar de recoger los sucesos y hechos del mundo contemporáneo.
Desde junio de 1960, el Noticiero ICAIC Latinoamericano se
encargaría de narrar los principales acontecimientos que ocurrirían en el país
y en el extranjero. Su fundador y animador, Santiago Álvarez, a quien la práctica creadora transformó, con los
años, de aprendiz en maestro del celuloide, desplegó desde los primeros
noticieros un estilo dinámico e innovador, que imprimió un sello de calidad
inconfundible a los materiales de su tipo. El rasgo distintivo del estilo de
Santiago radicó en su habilidad excepcional para sintetizar un mensaje por
medio de la edición de fotogramas de muy diversas fuentes (fotografías,
grabados, películas, reportajes televisivos) con el empleo efectivo de la banda
sonora. Su línea artística, como la de Dziga Vertov en el cine soviético
de los años veinte, estuvo muy influida por la improvisación ante las tareas de
choque más disímiles que el país debió acometer en las difíciles condiciones de
aquellos momentos.
Sucesos tan trascendentales como la invasión mercenaria de Playa
Girón, el azote del huracán Flora o la repercusión de la desaparición física
del Guerrillero Heroico fueron recogidos por el Noticiero ICAIC en
sus emisiones semanales correspondientes, que luego mediante montaje originaron
documentales clásicos de Santiago Álvarez como Muerte al invasor (en colaboración con
Tomás Gutiérrez Alea, 1961), Ciclón (1963) o Hasta la victoria
siempre (1967)
respectivamente. Now! (1965), tal
vez el cortometraje más famoso de Santiago, para algunos antecedentes del
videoclip actual, apareció también como un noticiero en las salas
cinematográficas cubanas. Estos títulos anteriores junto a Cerro Pelado (1966), Hanoi, martes 13 (1967), L.B.J. (1968) y 79 primaveras (1969), constituyen lo
más relevante de la ejecutoria artística de aquel cronista fílmico indiscutible
sobre la lucha revolucionaria del pueblo cubano y la problemática
tercermundista contemporáneas.
No obstante, el fenómeno de la escuela documental cubana surgido
en la llamada década prodigiosa de los sesenta no se limitó a la figura ya
legendaria de Santiago. La riqueza temática y artística del género pudo
apreciarse desde muy temprano a través de muchos títulos de otros
realizadores: El negro (1960),
de Eduardo Manet; Carnaval (1960),
de Fausto Canel y Joe Massot; Ritmo de Cuba (1960),
de Néstor Almendros; Y me hice maestro (1961), de Jorge Fraga; Historia de una
batalla (1962)
y Cuentos
del Alhambra (1962),
de Manuel Octavio Gómez; Colina Lenin (1962), de Alberto Roldán; Historia de un ballet (1962), primer
documental que obtuviera la Paloma de Oro en
el Festival de Leipzig, y Nuestra Olimpiada en La Habana (1968), de José
Massip; Variaciones (1962), de Humberto Solás y Héctor Veitía; El parque (1963), de Fernando
Villaverde; Gente de Moscú (1963), de Roberto
Fandiño; Nosotros, la música (1964), de Rogelio París; Sobre Luis Gómez (1965), de Bernabé
Hernández; Vaqueros del Cauto (1965) y El ring (1966),
de Oscar L. Valdés; Hombres del cañaveral (1965), de Pastor Vega; La herrería de Sirique (1966),
de Héctor Veitía; La muerte de Joe J. Jones (1966), de Sergio
Giral, Por primera vez (1967) y Acerca de un personaje
que unos llaman San Lázaro y otros llaman Babalú (1968), de Octavio Cortázar; En la otra isla (1968)
y Una isla
para Miguel (1968),
de Sara Gómez; Hombres de Mal Tiempo (1968), de Alejandro
Saderman; En un barrio viejo (1963), Ociel del Toa (1965)
y Coffea
Arábiga (1968), de Nicolás Guillén Landrián.
Particularmente, Oscar L. Valdés, Sara Gómez, Guillén Landrián y Cortázar
pudieran considerarse junto a Santiago Álvarez, la avanzada de todo este grupo
de documentalistas. Sin embargo, podría enumerarse una relación más amplia de
obras de estos y otros autores, rodadas durante los años sesenta, para integrar
una antología de lo más significativo producido por el ICAIC a lo largo de toda
su historia.
La característica fundamental en la inspiración creativa de estos
años fue la experimentación osada y desenfadada propia de los bisoños, frente
al torbellino de las transformaciones económico-sociales cotidianas. A inicios
de los sesenta, los cineastas del ICAIC tuvieron que aprender por sí mismos la
técnica y el lenguaje cinematográficos. Como taller les sirvieron los cortos de
la serie didáctica Enciclopedia Popular, dirigida por Octavio Cortázar,
aparecidos entre 1961 y 1963. Pero también los jóvenes realizadores
aprovecharon las experiencias de algunos visitantes y representantes ilustres
de la documentalística universal contemporánea como Joris Ivens, Roman Karmen y Chris Marker, quienes vinieron a Cuba dispuestos a trabajar y a
trasmitir sus enseñanzas.
A finales de los años sesenta, empero, los documentalistas cubanos
ya habían demostrado que eran capaces de experimentar y aportar en el género,
ya fuera el propósito conceptual de sus búsquedas la investigación del pasado o
la indagación de la realidad cotidiana. La crítica internacional señala
generalmente los sesenta como “la época de oro” del documental cubano por su
ebullición imaginativa y espíritu creativo, apuntando que el género no ha
vuelto después a alcanzar la dimensión artística de aquella etapa. Este juicio
podría originar esquematismos, pues debe considerarse que los primeros años de
todo movimiento cinematográfico guardan la frescura y el esplendor del descubrimiento.
No puede exigirse a épocas posteriores los temas e inquietudes de un momento
histórico específico, pues cada período tiene sus características.
El único documental cubano realizado en los años sesenta que
provocó un rechazo oficial en su tiempo fue P.M. (1960), de Orlando
Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, rodado en 16 mm al margen del
ICAIC. Notablemente influido por el movimiento del Free Cinema inglés,
este material se apartaba de los temas épicos ligados a las transformaciones
revolucionarias que predominaban en el clima social de la época, abordando
aspectos de la vida de los bares nocturnos que mostraban a gente solitaria y
perdida en un mundo rutinario y monótono. La comisión de estudios y
clasificación de películas prohibió la exhibición de dicho filme por
considerarlo, en ese momento, nocivo a los intereses del pueblo cubano y su
Revolución. Hoy día puede verse como un ejercicio estilístico de acercamiento a
un universo marginal en cierto modo pintoresco.
EL MANIFIESTO POR UN
CINE IMPERFECTO El párrafo
inicial del enunciado original de Julio García Espinosa, “Hoy en día un cine perfecto - técnica y
artísticamente logrado - es casi siempre un cine reaccionario”, provocó
un rechazo incondicional en la mayoría de las mentes defensoras a ultranza
del paradigma del cine hollywoodense. Tanto ellas como aquellas que nunca
leyeron la propuesta teórica del autor de El joven rebelde y Aventuras
de Juan Quin Quin, y solo tuvieron como referencia la susodicha oración,
pensaron probablemente que se trataba de una idea extremista de un
intelectual de izquierda. Incluso, algunos cineastas y estudiosos
revolucionarios que conocieron en 1969 los pensamientos del autor, dudaron de
aquella afirmación tajante porque no comprendieron su verdadero significado. García
Espinosa redactó aquel significativo manifiesto como resultado de su práctica
cinematográfica, en particular luego de la realización de Aventuras de
Juan Quin Quin (1967), porque no estaba de acuerdo
con limitarse “a las opciones del cine
político que algunos se planteaban”. A finales
de 1960, “los filmes que se venían
haciendo en los entonces llamados países socialistas, tanto los que
criticaban al sistema como los que permanecían integrados a él, si bien no
exentos, en algunos casos de rigor estético, no dejaban de mantener intactas
las estructuras narrativas de Hollywood”. De lo que se trataba era de
buscar nuevas formas del lenguaje cinematográfico que contribuyeran a la
formación de un público más activo, “no cautivo”. La revolución en el cine no
implicaba únicamente la de incluir nuevos contenidos en los filmes, sino
también transformar profundamente las formas. Entre las
reflexiones visionarias de Julio estaban también las posibilidades de que, en
el futuro, la evolución de la técnica cinematográfica hiciera posible que
esta dejara de ser un privilegio de unos pocos, y que igualmente la
construcción de las salas de cine no fuera ya una cuestión fundamental. O
sea, como una suerte de Julio Verne avizoró el hecho de que cada cual
pudiera “filmar” y “ver una película” de un modo personal en su propio hogar
o en algún “adminículo” que portara junto con él. |
La Sección Fílmica de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
(ECIFAR), creada en diciembre de 1961, cuyo antecedente sería la Sección de
Cine de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde surgida dos años antes,
produciría a partir de la fecha citada filmes didácticos, documentales y el
noticiero NOTIFAR.
Aunque su producción estaba destinada esencialmente a las Fuerzas Armadas,
muchos títulos eran exhibidos por la televisión a través del programa Farvisión,
en programas especiales de los cines y en festivales nacionales y extranjeros.
En noviembre de 1968 se ofrece por primera vez al público en un cine comercial,
el Rex
Cinema, una semana de cine de temática militar y al año siguiente,
el documental Y llegado el momento, de Abelardo Pláceres, recibe
el premio especial en el Festival de Cine Militar de los Ejércitos Amigos, en
Rumania. Entre los primeros largometrajes de esos estudios pueden
citarse: Mundial
71 (1971),
de Francisco Soto Acosta; Crónica de una visita (1972), de Roberto
Velázquez; Marzo 13 (1973), de Jorge Fuentes y FAR Año XV (1973),
de Romano Splinter. Otros documentales significativos posteriores
son Canción
de ayer y después (1977),
de Danilo Lejardi; Polígonos (1977)
y Hermanados
en la hazaña (1980), de Eduardo de la Torre; Proa al futuro (1981),
de Romano Splinter; Ayer, hoy y siempre (1982) y Obá-Ilú (1986), de Emilio
Oscar Alcalde y España en el corazón (1982), de Belkis Vega. En
diciembre de 1978 adoptarían ya el nombre de Estudios Cinematográficos y de Televisión
de las FAR (ECITV-FAR)
al incorporar la televisión a sus tareas. Años más tarde algunos materiales
serían incluso galardonados en el Festival
del Nuevo Cine Latinoamericano, como es el caso de la serie
documental Corresponsales de guerra (1987), de Belkis Vega.
En 1972 se funda el Departamento de Cinematografía Educativa
(CINED) de la Dirección de Medios de Enseñanza del MINED, que varios años
después se convertiría en la empresa de películas y diapositivas didácticas de
ese organismo. Dicha institución ha producido desde entonces documentales para
el sistema nacional de enseñanza, que en ocasiones se han mostrado en la
pantalla chica y han llegado a competir en festivales nacionales e
internacionales. Ya en 1976, el documental El primer instrumento, de Luis Acevedo Fals, obtiene el máximo
galardón en un festival de protección e higiene del trabajo de los antiguos
países socialistas, y en el Primer Festival del Nuevo Cine Latinoamericano
(1979), concursa junto a este una amplia muestra de cortometrajes de esta
entidad educacional: La poesía de Nicolás Guillén (1974) de Ambrosio Fornet, Quelonios (1975) de Francisco
Fernández Conejero, Caña de azúcar (1978) de Santiago Prado, En peligro de
extinción (1979) de Manuel Acosta Cao, Conociendo la
naturaleza (1979) de Marcelo Fajardo, Crónica de una
encuesta (1979) de Eddy Pérez Tent, La primera opción (1979)
de Alberto Ortiz de Zárate, Sierra Maestra (1979) de Félix Villar.
A los años setenta se ha hecho referencia como la “década gris” de
la cultura cubana, a causa del estancamiento burocrático que afectó a muchas
manifestaciones artísticas en ese lapso, aunque el ICAIC puede encontrarse
entre las contadas instituciones que pudieron salvaguardarse de su efecto.
Entre lo más relevante de la producción fílmica de los setenta, no puede
desconocerse Muerte y vida en El Morrillo (1971), de Oscar Valdés,
conjunción creativa del documental y la ficción, sobre los sucesos políticos
ocurridos en Cuba desde el fin de la dictadura de Machado hasta la muerte del
revolucionario Antonio Guiteras, que ayudaría a poner en boga a ese
híbrido denominado docudrama. Girón (1972),
de Manuel Herrera, fue el primer largometraje que se apropió de ese
estilo empleado ya por Saderman, en Hombres de Mal Tiempo (1968), que
probablemente sirvió de inspiración a Manuel
Octavio Gómez para su cinta de ficción La primera carga al machete (1969) Otros títulos loables del documental cubano de inicios
de esta década son 1868-1968 (1970), de Bernabé Hernández, ¡Viva la República! (1972),
de Pastor Vega, y Hablando del punto cubano (1972), de
Octavio Cortázar. Con los años setenta, Santiago Álvarez se alejó de la línea
experimental desarrollada en el decenio precedente, y comenzó a explotar más el
largometraje documental de tema político-social sobre la lucha
internacionalista contra el imperialismo y la reacción (De América soy hijo y
a ella me debo, 1972; Y el cielo fue tomado por asalto, 1973; Los cuatro puentes,
1974), y también a reflejar más la solidaridad de Cuba hacia otros pueblos (La estampida,
1971; El
tigre saltó y mató... pero morirá... morirá, 1973; El octubre de todos,
1977)
Otros realizadores emplearon el género para vitorear la obra
social de la Revolución, en sectores como la construcción o la educación, como
Rogelio París, en No tenemos derecho a esperar (1972) y Jorge
Fraga en La
nueva escuela (1973) respectivamente. Directores
experimentados en el cine de ficción como Humberto Solás, Tomás Gutiérrez Alea
y Julio García-Espinosa se decidieron también eventualmente en esta década a
retornar al documental: Solás rodó dos obras estimables Simparelé (1974)
y Wifredo
Lam (1979), Titón entregó un ejemplar cortometraje de siete
minutos, El
arte del tabaco (1974) y García-Espinosa brindó un testimonio
crítico sobre los crímenes de guerra yanquis en Viet Nam en Tercer mundo, tercera
guerra mundial (1970)
El largometraje documental más significativo de este período
fue 55
hermanos (1978), de Jesús Díaz, acerca de la primera
visita a Cuba de la Brigada “Antonio Maceo”, formada por jóvenes que fueron
sacados del país por sus padres, cuando eran niños, en los primeros años de la
Revolución, asunto abordado con profunda sensibilidad y emoción.
En la década de los setenta aparecen los primeros cortometrajes de
algunos de los directores debutantes del cine de ficción de los ochenta y se
afianzan como documentalistas algunos que habían dado sus primeros pasos en los
sesenta. Juan Carlos Tabío filma un didáctico Bagazo (1970),
seleccionado por los críticos entre lo más significativo de ese año. Luis
Felipe Bernaza, con su jocoso estilo característico, presenta Golpe por golpe (1974)
y El
piropo (1978) Orlando Rojas, con su penetrante sentido
artístico rueda Día tras día (1977) y Viento del pueblo (1978).
Rolando Díaz, con su innegable carácter popular, acierta en el blanco
con Redonda
y viene en caja cuadrada (1979). Constante Diego, poseedor de
un proverbial conocimiento del diseño y la gráfica, entrega Las parrandas (1977)
y Carteles
son cantares (1979) Fernando Pérez, muestra en Siembro viento en mi
ciudad (1978), sobre Chico Buarque de Hollanda, mayor
rigor profesional y alcance que sus colegas en otros documentales sobre algunas
figuras contemporáneas del canto que aparecieron en varios materiales fílmicos
de los setenta. Daniel Díaz Torres se agregaría a este grupo, a inicios
de los ochenta, con dos cortometrajes de cuidadosa elaboración estética: Madera (1980)
y Los
dueños del río (1980) Estos tres últimos cineastas: Rolando,
Fernando y Daniel, venían participando como realizadores en los noticieros del
ICAIC de finales de los años setenta, algunos de los cuales ya desbordaban esa
categroía y devinieron documentales de amplia aceptación popular, con un
enfoque crítico sobre los servicios a la población y la atención a la
comunidad.
Documentales sobresalientes de esta época son también Pablo (1978),
largometraje de Víctor Casaus; Pedro cero por ciento (1980)
y Cayita,
leyenda y gesta (1980), de Luis Felipe Bernaza; y A veces miro mi vida (1981),
de Orlando Rojas; los cuatro apoyados en individualidades carismáticas
irrepetibles, cada una perteneciente a esferas sociales y contextos diferentes.
Una temática imprescindible del cine documental cubano en la
segunda mitad de la década de los setenta necesariamente tenía que reflejar la
participación de dicho país en las luchas solidarias de liberación en el
continente africano. Títulos como La guerra en Angola (1976) de Miguel
Fleitas y Etiopía, diario de una victoria (1979) - coproducción
del ICAIC y ECITV-FAR - realizado por el propio Fleitas con Roberto
Velázquez, recogen este testimonio.
A finales de esa década se produce una especie de eclosión del
movimiento aficionado de cineastas, gracias a la introducción y venta de
equipamiento y película de 8 mm en el país. Esto posibilitó que surgieran
grupos como el de la Casa de Cultura de Plaza, en la capital, y el Círculo de
Aficionados del Cine Cubanacán de Santa Clara, entre otros, lo cual daría pie a
que en septiembre de 1981 se organizara por el Ministerio de Cultura el Primer
Encuentro Nacional de Cine Aficionado, en La Habana, y en noviembre de 1984, el
Primer Festival Nacional de Cine Aficionado donde se mostraron numerosos
documentales de cineastas no profesionales.
Los ochenta fueron años de reformulación de la política cultural
cubana, en los cuales predominó una ansiedad por problematizar el arte y
vincularlo con la realidad social. Aunque existieron controversias y polémicas
que rebasaron los marcos del ICAIC, en esta etapa tuvieron acceso al documental
otras talentosas nuevas figuras que realizaron obras meritorias de diversos
temas. Entre la producción más descollante del documental cubano del ICAIC de
los ochenta pueden enumerarse: En tierra de Sandino (1980) de Jesús Díaz, La Gloria City (1980) de Sergio
Núñez, Historia de una descarga (1981) de Melchor Casals, Algo más que una medalla (1982)
de Rogelio París, Con amor (1982)
de Santiago Villafuerte, El corazón sobre la tierra (1982) de Constante
Diego, Una foto recorre el mundo (1982) del chileno Pedro
Chaskel, Crónica de una infamia (1982) de Miguel Torres, La espera (1982)
de Orlando Rojas, Camilo (1982) y Omara (1983) de Fernando
Pérez, Mujer ante el espejo (1983) de Marisol Trujillo, Los marielitos (1983) y Niños desaparecidos (1985)
de Estela Bravo - en coproducción
con el ICRT y Sky
Productions respectivamente -, Granada, el despegue
de un sueño (1983) y El viaje más largo (1987) de Rigoberto
López, La semilla escondida (1984) de Lázaro Buría, Una vida para dos (1984) y Kid Chocolate (1987) de Gerardo
Chijona, Yo soy la canción que canto (1985) y Con luz propia (1988) de Mayra
Vilasís, Uno, dos, eso es (1986) de Miriam Talavera, Mientras el río pasa (1986) y Volvamos a empezar (1987)
de Guillermo Centeno, No es tiempo de cigüeñas (1987) de Mario
Crespo, Joven de corazón (1987) de Octavio Cortázar, Buscando a Chano Pozo (1987)
de Rebeca Chávez, ¡Quietos ya! (1987) de Guillermo Torres, Telarte (1987)
de Idelfonso Ramos y Campeonas
(1988) de Oscar Valdés, aunque tal vez la personalidad más singular
del género en esos años sea la de Enrique Colina, que con sus cortometrajes
del período (Estética,
1984; Vecinos,
1985; Más
vale tarde que nunca, 1986; Chapucerías, 1987) supo captar con auténtico
espíritu criollo la forma de ser del cubano actual.
En la segunda mitad de la década del ochenta aparecen los primeros
trabajos fílmicos procedentes del Taller de Cine de la Asociación Hermanos Saíz
(AHS) - fundado en junio de 1987 e integrado por jóvenes miembros del ICAIC, el
Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), los ECITV-FAR y de
Cinematografía del MINED - y de la Escuela
Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños - inaugurada en diciembre de 1986 -,
que promueven a una novísima generación de cineastas. Instituciones o
dependencias como los ECITV-FAR, ya mencionados, y los Estudios
Cinematográficos del ICRT - creados estos últimos en 1962 -, logran en estos
años ampliar la producción de documentales para los fines específicos con que
el Estado las creó. El formato de vídeo se agrega al de celuloide, y posibilita
también que los grupos de cine aficionado que existen en el país puedan
incrementar el número de cortometrajes realizados.
Las Muestras de Cine Joven que se organizan a partir de 1988 hasta
1992 y cuyo espíritu recogió después el evento anual El Almacén de la
Imagen, de Camagüey, coadyuvaron al ensanchamiento del espectro
temático de los materiales concebidos. Diana (1988) de Juan Carlos
Cremata (EICTV), Hilo directo
(1988) de Frank Rodríguez (EICTV), Sonata para Arcadio (1989)
de Fernando Timossi (EICTV), Piensa en mí (1989)
de Alejandro Gil (ECITV-FAR), Muy bien
(1989) de Aarón Yelín (EICTV), La americana (1990)
de Luis Orlando Deulofeu (EICTV-FAR), Querido y viejo amigo (1990)
de Gloria Torres y Magda González
- ambas del ICRT -, En la calzada de Jesús (1991) de Arturo
Sotto (EICTV), Palomas (1991) de Niurka Pérez
(EICTV-FAR), Reflexión (1992) de Ricardo Martínez
(AHS) y Memoria (1992)
de Rosaida Irizar (ECITV-FAR), son algunos ejemplos de los títulos
documentales más significativos en estas muestras iniciales.
Una nueva figura que despunta en el documental cubano, a finales
de esta década e inicios de la década de los noventa, es Jorge Luis Sánchez,
realizador proveniente del Taller de Cine de la Asociación Hermanos Saíz, quien
con sus cortometrajes Un pedazo de mí (1989) y El Fanguito (1990)
parece centrarse en los conflictos de algunos personajes del entorno en
cuestión que viven y se comportan de forma diferente al resto de la sociedad;
estos documentales han recibido amplios reconocimientos nacionales e
internacionales. En cuanto a las realizadoras surgidas a principios del último
decenio del siglo XX, una de las más galardonadas ha sido Niurka Pérez, quien
formando parte en sus comienzos de ECITV-FAR, logró romper cierto estigma
ortodoxo de la temática patriótico-militar al cual muchos consideraban que
estaba únicamente limitada la producción de esta institución. Luis O. Deulofeu,
a comienzos de los noventa logra producir también dentro de estos Estudios dos
obras muy relevantes: Equilibrio (1992) - sobre los planes
agrícolas para el autoconsumo dentro de las FAR - y Forever (1993)
- acerca de la aparición de la bicicleta como parte del paisaje y el hogar
cubanos -, que demuestran un gran sentido audiovisual muy imaginativo.
Los telecentros creados en cada una de las provincias van
sumándose también en el futuro a esta corriente de novedosos talentos
audiovisuales. Tele-Pinar
consigue en un inicio estar a la vanguardia, al alcanzar ya en la
Tercera Muestra de Cine Joven un premio en video con Juanito (1990)
de Ramón Rodríguez. Algunos estudiantes extranjeros de la EICTV de San
Antonio de los Baños, como el brasilero Wolney Oliveira - con El invasor marciano:
36 años después (1988) y Sabor a mí (1992) - y el
español Benito Zambrano - hoy consagrado realizador de su país -,
con Los
que se quedaron (1993), logran incluso galardones a nivel
internacional, en festivales de cine de España, Brasil y Argentina
respectivamente. Otros títulos destacados realizados en la EICTV son Barrio Belén (1988)
de la peruana Marité Vargas, Rincón de San Lázaro (1991) del
nicaragüense Leonel López, y Un héroe se hace a patadas (1995) del colombiano Andrés
Burgos.
La grave crisis económica que comienza a atravesar el país a
principios de la década de los noventa, causada por el derrumbe del campo
socialista y la desintegración de la URRSS, obliga a restringir la producción
de documentales y a buscar nuevas alternativas de expresión artística a los
realizadores. El Noticiero ICAIC Latinoamericano concluye su
producción en julio de 1990, luego de treinta años ininterrumpidos, bajo la
dirección de Santiago Álvarez. No obstante, dos de sus emisiones, Los albergados y Un día de Atarés,
ambas de José Padrón, se erigen por encima del promedio y consiguen ese
año alcanzar el premio especial del Jurado de documentales en el Festival del
Nuevo Cine Latinoamericano.
Los estudios cinematográficos del ICRT también recesan
definitivamente al iniciarse los noventa. En sus cerca de tres décadas de
existencia logró consolidar una buena cantidad de obras en celuloide y perfilar
un apreciable número de realizadores. Entre lo más notable de la producción de
documentales para este medio pueden citarse La sonrisa de la victoria (1970),
de Sergio Núñez; Cuando pasa la muerte (1979), de Jorge
Ramón González, merecedora de una Paloma de Oro en el Festival de
Leipzig; Arcoiris
de pueblos (1980), de Víctor Buttari y Ángel Castro; Las parrandas
remedianas (1981) y Caturla (1984), de Senobio (Puri) Faget; Líbano, la guerra
interminable (1982), de Diego Rodríguez Arche; 635 años de son (1978)
y Nicolás (1984),
de Teresa Ordoqui; Todo lo que se diga es poco (1983), de Santiago
Prado; Jalapa, la frontera (1984), de Simón Escobar; Salvando flores (1984),
de Félix Marcos Daniel; Esteban Salas (1984), de Andrés Torres; Vida nocturna (1983)
y SOS
Quelonios (1983), de Manuel Acosta Cao; La ciudad de las
columnas (1984),
de Norma Heras León; El desastre de Barcaiztegui (1984), de René
David Osés; El orfebre (1986), de Lizette Vila; Cartas de un hombre (1986),
de Jorge Aguirre, etcétera.
Las filmaciones en vídeo, las cintas en coproducciones y la
prestación de servicios a cineastas extranjeros se presentan como diversas
opciones para continuar en activo dentro de la industria cinematográfica
nacional. En estas condiciones, a pesar de las limitaciones del Período
Especial, el ICAIC logra producir algunos documentales interesantes en
celuloide como Hasta la reina Isabel baila el danzón (1991), de Luis
Felipe Bernaza; El rey de la selva (1991), de Enrique Colina; A mis cuatro abuelos (1991),
de Aarón Yelín; El largo viaje de Rústico (1993), de
Rolando Díaz; y Cuerdas de mi ciudad y El cine y yo,
de Mayra Vilasís, ambos de 1995; mientras que en el formato de vídeo aparecen
obras destacadas como La virgen del Cobre (1994), de Félix de
la Nuez; Del otro lado del cristal (1995), de Guillermo
Centeno, Marina Ochoa, Manuel Pérez y Mercedes Arce; El cine y la vida: Nelson Rodríguez y
Humberto Solás (1995), de Manuel Iglesias, Y me gasto la vida (1997),
de Jorge Luis Sánchez, así como Identidad (1999) y De mi alma, recuerdos (2002),
de Lourdes de los Santos. Entre los cortometrajes documentales
realizados en vídeo fuera del ICAIC, durante los años noventa, uno de los más
relevantes posiblemente sea Herido de sombras (1994), de Jorge
Dalton, coproducido entre el Departamento de Vídeo y Televisión de la
Universidad de Guadalajara, y el Taller de los Inundados de la televisión
cubana, que integraron Camilo Hernández, Armando Llanes y el
propio Dalton, responsable del desaparecido programa Memoria.
Desde mediados de los años 90, se crean casas productoras de vídeo
para dar respuesta a la necesidad de la filmación de audiovisuales a un costo
más bajo. Entre ellas las más conocidas son Mundo Latino, del PCC - que
no solo circunscribe su producción a la esfera político-ideológica, sino que
incluye otras temáticas como las del arte y el folklore [la serie Lucumí (1994) de cinco
cortometrajes de Tato Quiñones, Wemilere
(1994) de José Estrada o Sosabravo en dos dimensiones (1995)
de Teresita Huerta, por ejemplo], la ciencia y la tecnología o la
ecología y el medio ambiente - ; Televisión Latina, de la Agencia
Informativa Prensa Latina - que ha procurado trabajos valiosos
como Fe (1989)
de Cristina González, Miami-Habana (1992) de Estela Bravo y Mujeres diferentes (1997)
de Niurka Pérez -; RTV Comercial, empresa del ICRT, - con obras concursantes en
el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano como Caballero de La Habana (1998)
de Natasha Vázquez y Rigoberto Senarega, Del habano: historias
y misterios (1999) de Teresita Gómez y Los sitios cubanos de
Ernest Hemingway (1999) de Jorge Alonso Padilla -; Hurón Azul,
de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) - con títulos
significativos como Gracias a la vida (1998) de Lizette Vila, Bajo la noche lunar (1998)
de Lourdes Prieto, Soy como soy (1999)
de Octavio Cortázar y Hombre de teatro (2000) de Jorge Aguirre - ;
y Producciones
Trimagen S.A.,
surgida a partir de los antiguos Estudios Cinematográficos y de Televisión de
las FAR que a finales de los ochenta se denominaron Estudios Granma,
los cuales luego diversificaron su producción temática y recientemente se han
transformado en una empresa de servicios - entre lo más sobresaliente de esta
institución en la última década pueden citarse Del sueño a la poesía (1993)
de Belkis Vega, Nube de otoño (1993) de Alejandro Gil
y Zaida (1994)
de Niurka Pérez.
Paralelamente comienza o se amplía la producción de materiales
procedentes de otros telecentros del interior del país; de estos TV Camagüey y
la Televisión Serrana parecen llevar la batuta, y más recientemente también
CHTV. Del primer telecentro pueden citarse interesantes documentales como El viaje (1996)
y La
tejedora: su extensa realidad (2001), de Gustavo Pérez,
y del segundo, Tocar la alegría (1996), de Marcos Bedoya; Video carta a Islas
Baleares (1998) y La tierra conmovida (1999) de Daniel
Diez; La chivichana (2000),
de Waldo Ramírez; y Al compás del pilón (2002), de Carlos Y.
Rodríguez. De CHTV es destacable la serie de jóvenes artistas plásticos
realizada por Yuder Laffita. También en los últimos años estudiantes de
la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual del Instituto
Superior del Arte (ISA) han acometido trabajos documentales, entre los cuales
sobresalen Y
todavía el sueño (1998) y Los zapaticos me aprietan (1999)
de Humberto Padrón, El gusto exquisito (2001) de Lluis D.
Hereu Vilaró y Habanaceres
(2001) de Luis Leonel León.
Instituciones culturales como el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau o CREART, entre muchas
otras, así como entidades religiosas y otras asociaciones no gubernamentales - el
Centro Martin Luther King Jr., la Oficina Católica Internacional del Cine y el
Audiovisual de Cuba, el Grupo Promocional del Barrio Chino, por citar solo
algunas - han conseguido también rodar documentales de su esfera de interés.
Algunos realizadores han acudido a productores extranjeros con sus
proyectos y han logrado filmar en vídeo largometrajes documentales como Yo soy del son a la
salsa (1996), de Rigoberto López, o en vídeo como ¡Van Van empezó la
fiesta! (2000)
de Aarón Vega en codirección con Liliana Mazure, los cuales se
han exhibido durante el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, con notable
acogida de público, crítica y jurados. Otra variante de producción es la de que
incluso algunos documentalistas de instituciones oficiales han fundado sus
propios grupos de video independientes, adscriptos al Movimiento Nacional de
Vídeo, y, en ocasiones, éstos han realizado coproducciones con entidades
estatales o casas productoras; casos que sirven de ejemplo son el de Marina
Ochoa y Félix de la Nuez, quienes crearon el ya desaparecido
grupo Trivisión,
y filmaron junto al ICAIC y CINED, Blanco es mi pelo, negra es mi piel (1996), que fuera
galardonado en Cinemafest´97, en San Juan, Puerto Rico, así como el de Gloria
Rolando, fundadora del grupo de vídeo Imágenes del Caribe,
realizadora, entre otras obras, de El alacrán (1999),
producida por Televisión Latina con
la colaboración técnica y artística de esta agrupación de vídeo.
La Primera Muestra Nacional del Audiovisual Joven - que se
desarrolló entre finales de octubre y principios de noviembre del 2001 - y la
Segunda Muestra Nacional de Nuevos Realizadores - celebrada en febrero del 2003
- ayudaron a divulgar más ampliamente varios nombres de los más noveles
talentos en el género.
En el año 2001 en la Televisión Cubana se crea el Grupo de
Creación de Documentales para dar continuidad a la producción de obras del
género en este medio concebidas por realizadores experimentados, que ha
aglutinado también a artistas procedentes de otras entidades e instituciones.
A comienzos del siglo XXI el documental cubano continúa su
búsqueda creativa permanente intentando experimentar o innovar [La época, el encanto y
fin de siglo (1999) de Juan Carlos Cremata, Las manos y el ángel:
tributo a Emiliano Salvador (2002) de Esteban García
Insausti, Documentos personales (2004) de Ismael Perdomo],
abordando temas originales, inéditos o apenas explorados [Hasta que la muerte
nos separe (2001) y Mírame mi amor (2002) de Marilyn Solaya; En vena (2002)
de Terence Piard, Otoño (2001) de Patricia Pérez; Viviendo al límite (2004)
de Belkis Vega], desarrollando asuntos conflictivos o polémicos [Frank Delgado, una nueva
trova (2002) de Juan Carlos Travieso, De Moler (2004),
de Alejandro Ramírez], aprovechando sabiamente el legado cinematográfico
para homenajear a figuras cimeras de la cultura [Luis Carbonell (después de tanto tiempo) (2001)
de Ian Padrón] o profundizando en las raíces artísticas [Los últimos gaiteros
de La Habana (2004) de Ernesto Daranas y Natasha
Vázquez] Incluso el documental traspasa cada vez más las fronteras del cine
de ficción o se apropia de las técnicas de puesta en escena de este último,
como en la conmovedora Suite Habana (2003)
de Fernando Pérez, donde ambos géneros se mezclan o confunden. -
Cuarta entrega de nuestra saga sobre el cine de no ficción nostramericano (continuará... )
Aporte audiovisual sugerido:
¡Hasta la victoria siempre! (1967, Santiago Álvarez)
Disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=Bqaz08RX6_4&t=7s
Bibliografía
de consulta
BUSTOS, GABRIELA (2008), (2012): “Santiago Álvarez y el Noticiero de la Revolución Cubana”, en Comunicación y televisión popular. Escenarios actuales, problemas y potencialidades, Vinelli (comp.), Cooperativa Gráfica El Río Suena, Buenos Aires, pp. 145-161.
Disponible en:
GARCIA ESPINOSA, J. (1969) Por un cine imperfecto.
Disponible en: http://www.rua.ufscar.br/por-un-cine-imperfecto/
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