RESEÑAS
Historias para no dormir
EL
TEMERARIO DESAFÍO DE ACTUALIZAR
A “CHICHO”
IBAÑEZ SERRADOR
Muchxs espectadorxs hispanoparlantes que fuimos niños durante los 60s tenemos bastante presente aquella época dorada de la televisión argentina que, entre otros hallazgos, nos sorprendiera con las hoy irrecuperables Obras Maestras del Terror, que trajeron a un primer plano a Narciso Ibañez Menta, nuestro Vincent Price local, a cuya sombra figuraba el seudónimo de un libretista sumamente eficaz, que firmaba como Luis Peñafiel.
Hete aquí que este último era su hijo, quien más adelante, con los ciclos Mañana puede ser verdad e Historias para no dormir, demostraría palmariamente que ni la ciencia ficción ni el terror tienen porqué ser géneros apropiados por el mundo anglosajón.
Esta nota se ocupará del revival de esa última y legendaria serie televisiva
surgida de la imaginación febril de ese empeñoso genio de la televisión - y del
cine: no olvidemos sus imperdibles largometrajes La Residencia (1969)
y ¿Quién
puede matar a un niño? (1976) - que fue “Chicho” Ibáñez Serrador.
Digámoslo de entrada, a riesgo
de que suene conservador: Preferimos que los productos de excelencia no sufran remakes.
Aunque aquí la clave - para no
decepcionar a lxs nostálgicxs de la serie original, y recibir a esta reversión
con la mente abierta - reside en la aclaración “basada en”.
Convengamos que aquella producción - accesible en youtube - aún rezuma audacia narrativa, originalísima puesta en escena, y atmósfera inquietante.
Lo cierto es que en la Era del Vacío (*), la fugacidad de las imágenes, y la vertiginosa caducidad de lo dado, las nuevas generaciones, hijas del videoclip y del zapping, no toleran demasiado ni el blanco y negro ni el timing narrativo propio de un pasado en el que había margen para una “digestión” más lenta de la realidad.
De modo tal que resulta digno de celebración que un pool de cineastas hispanos relativamente jóvenes haya tomado a su cargo reinterpretar aquellas maravillas a la luz de los tiempos que corren.
Y el fruto de tal esfuerzo se dio a conocer en el 54º Festival de Cine de Sitges, una de las mecas de la producción audiovisual consagrada a lo fantástico.
Se trata entonces de una antología constituida por cuatro episodios unitarios por temporada, que rinden tributo al formato clásico de Narciso Ibáñez Serrador, realizados y estelarizados por figuras notables del cine español, como Rodrigo Cortés, Rodrigo Sorogoyen, Paco Plaza y Paula Ortiz, que dirigieron respectivamente La broma, El doble, Freddy y El asfalto, para una primera temporada, emitida en 2021.
De la producción se hicieron cargo ViacomCBS International Studios (VIS), Prointel e Isla Audiovisual para Amazon Prime Video y RTVE.
Valdrá la pena hacer algunas consideraciones por episodio.
El primero de esta tanda es La broma, acaso el más cuidado e irónico de todos. Escrito, editado y dirigido por Rodrigo Cortés, está protagonizado por Eduard Fernández (extraordinario intérprete que volvería a incursionar en el género brillando en la serie 30 Monedas, dirigida por Álex de la Iglesia), quien encarna a un juerguista empeñado en tomarse todo a la chacota, pese a que comparte una existencia gris con Elena (Nathalie Poza), quien a su vez flirtea con Alberto (el gran Raúl Arévalo, que el público argentino conoció junto a Guillermo Francella y Luis Brandoni a través del film Mi Obra Maestra, dirigido en 2018 por Gastón Duprat) Cuando los amantes se comploten para acabar con la vida de aquel a quien vienen traicionando, el tiro les saldrá por la culata, en un remate propio de una serie en la que lo monstruoso es inherente a la condición humana.
Por su parte, Sorogoyen escribió con Daniel Remón el guion de El doble, protagonizado por Vicky Luengo, que interpreta a una actriz que mantiene una relación difícil con Dani (David Verdaguer), sujeto inseguro si los hay, que adquiere un autómata semejante a él para que lo reemplace cada tanto. Particularmente centrado en los vericuetos de las relaciones emocionales, el capítulo se sitúa en un futuro distópico que requiere mascarillas dignas de la astronáutica, explotando ingeniosamente el diseño urbanístico del Madrid de hoy, y haciendo gala de un espíritu que bien podría asimilarse a la serie Black Mirror.
Freddy, el episodio a cargo de Paco Plaza (con guion propio y de Beto Marini) gana en calidad e inventiva respecto a los dos anteriores, incorporando al mismísimo Chicho Ibáñez Serrador (interpretado por Carlos Santos) como parte de la trama - al igual que lo hiciera Jordan Peele resucitando digitalmente a Rod Serling para su revival de Dimensión Desconocida - , jugando el rol de un director que exige a un actor tímido (el Miki Esparbé que volvería al género protagonizando la ocurrente producción de Netflix MalnaZidos, que ubica zombis en plena Guerra Civil Española) dejarlo todo ante cámaras, obsequiando una vieja marioneta embrujada que revelará todo lo que aquel pusilánime reprime, en su rol de muñeco de ventrílocuo. El infrecuente toque erótico quedará a cargo de la sugestiva Adriana Torrebejano.
El cierre de esta primera temporada remite, a nuestro juicio, al capítulo más interesante, toda vez que se juega a actualizar un relato de Carlos Buiza oportuna y magistralmente interpretado por el irrepetible Narciso Ibáñez Menta, que contara con una imperecedera dirección de arte, música de nuestro enorme Waldo de los Ríos, y un vuelo poético impropio de los feroces tiempos que corren. Y hete aquí que, a pesar de semejantes créditos previos, esta reinterpretación del original sale airosa justamente al elevar la apuesta a la hora de reflejar cuánto más indiferentes somos ahora respecto a la suerte del prójimo caído en desgracia. Hablamos ni más ni menos que de El asfalto, ahora a cargo de Paula Ortiz, que esta vez nos muestra a un empleado de delivery (Dani Rovira, que oportunamente encarnara al personaje del cómic hispano Súper López) quien hacia el fin de una jornada laboral particularmente calurosa tiene la desgracia de quedar pegado en una capa de asfalto fresca que lo va tragando gradualmente, ante los ojos de unxs descreídxs transeúntes que se burlan sin asistirlo en ningún momento. El desafío era ENORME y, si evitamos la odiosa comparación de Rovira con Narciso - operación que habrá que repetir un par de veces más en la temporada siguiente -, la pieza sale completamente airosa.
Tráiler: https://www.youtube.com/watch?v=2ngpEeoirxY&t=1s
Los episodios de la segunda temporada, estrenada en octubre de 2022, fueron El trasplante, dirigido por Salvador Calvo; La alarma de Nacho Vigalondo; La pesadilla, de Alice Waddington; y El televisor, de Jaume Balagueró.
Más afín al terror que a la fantaciencia, esta temporada nos brinda una muy adecuada versión de El trasplante, menos romántica que la original - en la que el protagonista lo dejaba todo por no condescender con el orden imperante - pero más justiciera con sus personajes. Todo el peso dramático recae sobre un impecable Javier Gutiérrez, encargado de ilustrar la moraleja de esta dramática fábula utilizada para denunciar la inhumanidad del capitalismo salvaje que venimos padeciendo.
A nuestro juicio, La alarma, con dirección de Vigalondo, es - por lejos - la entrega menos feliz de ambas temporadas. Partiendo de la idea de la invasión extraterrestre, presenta a un variopinto grupo de refugiados en la residencia de un matrimonio gay, en lo que nuestro Juan Sasturain - al referirse a la novela gráfica El Eternauta - denominó “situación Robinson”. Vale decir, el confinamiento de un individuo o grupo merced a algún tipo de asedio externo, que aquí, como en la obra cumbre de Héctor Germán Oesterheld, recurre a la amenaza de un fenómeno atmosférico supuestamente letal. Con un desarrollo errático plagado de desatinos guionísticos, lejos está este intento de hacerle honor al thriller oportunamente interpretado por Narciso, con su entrañable Contador Geiger a cuestas.
La pesadilla es una entrega que se aproxima al horror gótico de la mítica factoría británica Hammer Films, ubicando aquí al vampirismo en la Galicia rural de fines del Siglo XIX. Su trama incluye un par de citas del Drácula de Tod Browning (que, como se recordará, no bebía… vino) y el de Francis Ford Cóppola, que era capaz de desconcertar al espectador proyectando su sombra en dirección opuesta a la de su presencia física. Con mejor atmósfera que resolución argumental, hará no obstante las delicias de lxs fanáticxs del género, sumando el plus de algún apunte referido al arcaico prejuicio contra lo diferente.
Así como celebramos de la primera temporada la reinterpretación de El Asfalto, y en esta segunda la de El Trasplante, haremos lo propio con la versión de El televisor que propone ese maestro del terror ibérico que es Jaume Balagueró (director de títulos como Los sin nombre, Frágiles, o Musa), ubicando la historia en un presente signado por la paranoia de esas clases pudientes obsesionadas por blindar sus propiedades con cámaras de seguridad. Cruzando pues tecnología con pinceladas sobrenaturales - por cierto, ajenas a la historia original, que se limitaba a evidenciar la influencia a menudo adictiva de la “caja boba” -, se nos muestra la deriva hacia la sicosis de un jefe de familia que arrastra a los suyos a una situación límite, viviendo en estado de amenaza permanente. Así, la vieja pantalla de TV propuesta por Chicho, aquí será alternativamente la de un celular y la de un plasma conectado a un sistema de prevención de robos.
Resumiendo, vale sobradamente la pena que, de la mano de esta oportuna actualización de una serie remota para lxs jóvenes de hoy, estxs se introduzcan en el universo del mejor fantástico que nos legara un verdadero e inolvidable maestro entre los maestros del género, quizás con menos vuelo poético que entonces, pero acorde al desolador presente que vivimos. -
Tráiler: https://www.youtube.com/watch?v=xh6geu1j8FM
(*) La obra de Gilles Lipovetsky, “La era del vacío”, analiza los elementos más significativos de la sociedad posmoderna, que han conducido paulatinamente a los individuos a sumergirse en el vacío existencial.
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