DOSSIERS
FEDERICO FELLINI
LA IMAGINACIÓN SIN CADENAS

Tercera - y (por ahora) última - semblanza de un gigante: Cuenta la leyenda que Fellini, como fue ocurriendo con otros colegas suyos (antes Pier Paolo Pasolini y Luigi Comencini, después Mateo Garrone), estaba obsesionado con filmar su versión de Pinocchio, la fábula moral de Carlo Collodi. Y que alguna vez, en las postrimerías de su vida y falto de fuerzas para cumplir aquel sueño, le habría encargado al protagonista de su film póstumo, Roberto Benigni, que lo concretara en su nombre, cosa que el bufo napolitano finalmente hizo, con un éxito muy relativo.
El director de La Vita e bella (1997) sostenía que, si algo fastidiaba al Mago de Rímini, era explicar a la prensa sus películas. Más bien, como gran admirador de Carl Jung, prefería acercar al espectador hasta el borde del abismo, para que este continuara la travesía por su cuenta.
Supersticioso al fin, o acaso creyente, a menudo el artista refería que había realizado un viaje astral, entre dormido y despierto. Muchos de sus films reflejan esa atmósfera de duermevela.
Nicola Piovani, uno de los músicos que sucedió al fallecido Nino Rota - autor de casi todas las partituras fellinianas - una madrugada, desorientado al volante respecto del rumbo a casa del cineasta, le consultó “Federico, y si nos perdiéramos”. Cuenta que la respuesta de su acompañante fue “ojalá…”
A Fellini le fascinaba el misterio de las madrugadas. Si bien declaraba no reconocer referente alguno, admiraba con devoción al sicoanalista Ernst Bernhard, de quien tenía un retrato tras el escritorio de su estudio, como si se tratara de su Ángel de la Guarda. A propósito de ese encuentro tan trascendente en la vida del realizador, cuentan sus allegados que sin las sesiones que tomó con Bernhard, su film 8 ½ no existiría. Y, quien conozca la obra felliniana - en la medida en que a partir de entonces comienza un período más introyectivo en la obra del realizador - coincidirá en que este funciona como frontera de la etapa precedente, de tono farsesco siempre pero mayor exterioridad.
“No hay nada más sincero que el sueño”, solía repetir el realizador desde entonces. A partir de su pasado como caricaturista, alguna vez diseñó su propio “Libro de los sueños”, plasmando en él todo su mundo onírico. Así, el psicoanálisis lo condujo al I Ching, que consultaba cotidianamente como un oráculo. Y de ahí saltó al espiritismo, asistiendo a sesiones en las que también participaba su esposa Giulietta. Lucia Alberti, una maga de su confianza, sostenía que dicha práctica afectaba mucho al realizador, porque este era Mago Blanco, y tenía la capacidad de concentrar todas las energías negativas en circulación. Fellini siempre se sintió cautivado por lo oculto, lo paranormal. También incursionó en el Tarot, cuya iconografía lo fascinaba. El realizador alguna vez también experimentó con LSD. De hecho, algunos críticos interpretan su film Giulietta degli Spiriti (1965) como el más lisérgico que hizo. Una asistente suya, incluso, refiere la cercanía de Fellini con el mentalista Gustavo Rol, a quien definía como una antología de lo paranormal, y cuya amistad cultivaba con fruición. Es más, en su círculo íntimo se comentaba que aquel hombre era capaz de pintar un cuadro teledirigiendo los pinceles sin tocarlos. Fellini incursionó a su vez en la antroposofía y en la filosofía Rosacruz, empeñado en demostrarse que existe algo más que la realidad. Algo de eso se refleja en el soliloquio de Ivo Salvini ante los nichos de sus familiares, en La voce della luna (1990), su film póstumo. Pero en tal dirección iban los dos proyectos que se le truncaron: Viaje a Tulum y El Viaje de G. Mastorna, los que el tal Rol le desaconsejó rodar, advirtiéndole que si los concretaba la desgracia caería sobre su vida. Vale apuntar aquí que Fellini afirmaba comprender sus films a través de las composiciones de Nino Rota, su musicalizador de cabecera, quien, para más dato, era el más grande coleccionista de literatura esotérica en toda Italia.
Pese a su carácter por naturaleza jocundo, Fellini no soportaba la invalidez, y en su última internación comprendió visionariamente que estaba acabado. Y se dejó morir.
Poco tiempo después, su esposa también fallecía en un hospital de Roma. Cuando llegaron sus hermanas a retirar el cuerpo, una interna que se acercó a dar sus condolencias reveló que la noche anterior había soñado con la visita de Fellini a Giulietta. Lo curioso es que en el sueño el realizador cargaba a un bebé. Por entonces no existían las redes sociales, y la pobre mujer ignoraba por completo que el célebre matrimonio había perdido a su único hijo, que alcanzó a vivir un mes.
Imperdible referencia: https://www.youtube.com/watch?v=gC-eB2JOTrw
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