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PARA LA ERA DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Contestes de los vertiginosos avances contemporáneos en materia de innovación tecnológica, hecho que dificulta cada vez más a literatos y guionistas superar en originalidad a la realidad, vayamos de la ciencia a la ficción.
La Unión Europea (UE) acaba de dar luz verde a la primera ley importante a nivel mundial para la regulación de la inteligencia artificial (IA) Se trata del AI Act, una normativa pionera que establece reglas comprensivas sobre la tecnología en cuestión.
El lanzamiento de ChatGPT por OpenAI puso de manifiesto la falta de detalle en la legislación existente para abordar las capacidades avanzadas de la IA generativa emergente y los riesgos relacionados con el uso de material protegido por derechos de autor. Esto llevó a los funcionarios a reconocer la necesidad de una normativa más específica.
“La adopción del AI Act es un hito significativo para la Unión Europea”, afirmó Mathieu Michel, secretario de Estado belga para la digitalización. “Con el AI Act, Europa enfatiza la importancia de la confianza, la transparencia y la responsabilidad cuando se trata de nuevas tecnologías, asegurando al mismo tiempo que esta tecnología en rápida evolución pueda florecer y estimular la innovación europea”, agregó Michel en una declaración citada por CNBC.
El lector se preguntará qué tiene esto que ver con el film que pretendemos analizar. Pues ocurre que las leyes acostumbran a irle en saga a tales avances, y aquí el director Gareth Edwards nos ubica en un futuro remoto y distópico en que la mentada IA ya es materia corriente, al punto de que ha replicado - en forma parcial o total - humanoides que conviven con nuestra especie y, al igual que los de Blade Runner (1982, Ridley Scott), se han salido de madre y aspiran a su total autodeterminación, lejos de la tutela de una humanidad que ha sucumbido al complejo militar-industrial de un poder monopólico en un contexto de extrema globalización, que exhibe altos contrastes socioculturales entre el centro y la periferia de ese mundo.
En ese marco, el protagonista, en carácter de doble agente, mantiene un vínculo sentimental con una científica relacionada con la resistencia contra el orden establecido. Ambos esperan un bebé. Él supone que la fuerza a la que responde solo procura información, pero acabará por advertir que esta realmente se propone el exterminio de los insurgentes para dar con una forma de IA de avanzada que los lidera, a partir de lo cual hará cuanto esté a su alcance por evitar que sucumban tanto su pareja como la criatura que lleva en el vientre.
Vale la pena destacar que estamos ante una súper producción en toda la regla, al estilo de Máquinas Mortales (2018, Peter Jackson) o Dune (aunque aquí no haya un elenco de estrellas tan destacado como en la saga de Denis Villeneuve)
Edwards concibió la película a partir de una biblioteca de imágenes de alrededor de 50 piezas de arte conceptual y a partir de ahí fue elaborando una historia que cuenta con un enfoque diferente a los métodos del Hollywood actual, rodando en lugares reales que le cuadraban para dar vida a ese catálogo gráfico, un trabajo de localización que acumuló hasta 80 escenarios distintos, para luego, con el filme completamente editado, introducir al diseñador de producción y otros artistas para modificar los fotogramas y encajar todos los elementos de post producción encima.
El producto final, pródigo en efectos especiales de nueva generación, recuerda en su planteo algunas propuestas contraculturales tales como Distrito 9 (2009, Neil Blonkamp), adonde el sector más plebeyo de una raza extraterrestre quedaba abandonado por sus mandantes en una nave espacial flotante sobre el cielo de Johannesburgo, siendo más adelante discriminado hasta por el más pauperizado de los lugareños, o Avatar (2009, James Cameron), donde una avanzada imperial de nuestra especie va en busca de saquear el combustible que alberga el Árbol de la Vida custodiado por el pueblo N'avi del planeta Pandora, cuyos habitantes resistirán al igual que lo vienen haciendo muchos pueblos árabes en defensa de ese “oro negro” que atesora su tierra.
Pues aquí también el quid de la cuestión reside en el derecho que los seres creados por la IA reclaman a ser dueños de su destino.
Quien acostumbre a leer este tipo de productos entre líneas, sin sucumbir a la parafernalia del gran despliegue visual, no pasará por alto la similitud entre el objetivo de los rebeldes de destruir a la nave misilística Nomad y los hechos del 11 - S. Si en aquella circunstancia el World Trade Center representaba la meca del poder económico occidental, aquí el citado vehículo encarna la quintaesencia de un poder armamentístico destinado a someter a quien se le oponga.
En conclusión, otra vez la ciencia ficción se para del lado de los condenados de la tierra. Que no decaiga. –
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