lunes, 26 de mayo de 2025

RECOMENDACIONES

Athena

IMPACTANTE ALEGATO SOCIAL DE UN HIJO DIGNO DEL APELLIDO GAVRAS


En la entrega N° 35 de los valiosos dossiers que acostumbra a difundir Memoria Audiovisual, correspondiente al 1° de marzo de 2025, Horacio Campodónico reseña algunos antecedentes a tener en cuenta a la hora de considerar la genealogía del realizador que nos ocupa en esta nota: 

El paso inaugural de los films de Constantin Costa-Gavras en Argentina transitó un complejo período político comprendido entre el estreno de Z en 1970 (a poco de la destitución del Gral. Juan Carlos Onganía por el Gral. Roberto Marcelo Levingston) y el breve recorrido por nuestras pantallas de Estado de sitio, estrenada el 15 de agosto de 1973, a un mes de la renuncia de Héctor J. Cámpora a la presidencia de la Nación (cuando todavía lograba mantenerse Octavio Getino al frente del Ente Nacional de Calificación Cinematográfica) El jueves 7 de mayo de 1970 tuvo lugar el estreno en Argentina de Z (Costa-Gavras, 1969), en la sala del cine Gran Rex y simultáneos, con una poda de 4 minutos. El film llegaba finalmente al país a un año de su presentación en el Festival de Cannes (20 de mayo de 1969), donde había obtenido el premio al mejor director y al mejor actor (Jean-Louis Trintignant) Además, también había accedido a 5 nominaciones en la 42° edición de los premios Oscar, donde finalmente obtuvo 2 estatuillas (mejor película extranjera y mejor montaje) La exhibición de Z en Argentina se produjo en una coyuntura política más que particular: el impacto del Cordobazo (29 y 30 de mayo de 1969) había comenzado a resquebrajar la sustentabilidad política del dictador Juan Carlos Onganía, en cuya gestión se había sancionado y promulgado el 24 de diciembre de 1968 la Ley 18.019 (conocida como ‘Ley de censura’), mediante la cual se creó el Ente Nacional de Calificación Cinematográfica. Tras este hecho dieron inicio las exhibiciones clandestinas de La hora de los hornos (Octavio Getino - Fernando Solanas, 1968), generándose de este modo una inusitada puesta en valor del denominado cine político’ y una amplia serie de críticas y debates tanto en Argentina como en América Latina, dentro de un contexto local en el que se activó la efervescencia militante y tuvieron lugar distintos levantamientos populares. El secuestro y ejecución del ex-dictador Gral. Pedro Eugenio Aramburu por parte de la agrupación Montoneros (1° de junio de 1970), provocaron la inmediata destitución de Onganía. Meses más tarde, peronistas, radicales, demócratas progresistas, bloquistas, conservadores populares y socialistas unifican criterios y anuncian la ‘Hora del Pueblo’ (11 de noviembre), teniendo como único objetivo común la exigencia de elecciones a la dictadura”. 

Pues bien, quien firma el film que reseñaremos, Romain Gavras, es un realizador francés justamente hijo de Costa-Gavras, lo que no constituye un dato menor a la hora de revisar su impronta autoral. 

Si por ventura coincidiéramos con la actualización del viejo concepto Tercer Mundo, hoy renombrado Sur Global, nuestra primera definición será que en esa latitud geocultural se inscribe el potentísimo film Athena, estrenado en 2022 y alojado en la plataforma Netflix. 

Y estableciendo un puente entre el aporte del mundo periférico al cine político, en cuyo género corresponde situar esta obra, su abordaje narrativo recuerda al del docudrama de nuestro realizador tucumano Gerardo Vallejo, El Camino hacia la Muerte del Viejo Reales (1968), para cuya descripción de la explotación laboral en los obrajes cañeros del noroeste argentino se apela al relato familiar alusivo a tres hijos del protagonista, quienes encarnan diferentes derroteros de vida posibles en el contexto de grandes luchas sociales en el que se produjo su rodaje: Un sindicalista, un represor, y un guerrillero rural. La opción de Gavras Jr. se asemeja, en tanto aborda con singular crudeza la reacción que despierta el vil asesinato de un menor en la comunidad musulmana de inmigrantes residentes en el suburbio parisino que da nombre al film, narrando justamente el decurso de tres hermanos de origen argelino (el cuarto es el niño muerto que dispara la rebelión de esa colectividad) El que se nos presenta primero es un joven líder natural resuelto a tomar revancha (no se ha visto en el cine un rostro tan potente  desde el Ben Alí La Pointe de La Batalla de Argel - 1966, Gillo Pontecorvo -: repárese en el prolongado primerísimo primer plano del personaje cuando, en pleno fragor de la batalla campal, se detiene frente al retrato de su hermanito asesinado), el segundo es un narcotraficante al que tal protesta y la incursión policial consecuente amenazan con malograr su negocio, y el tercero es un ex soldado condecorado por el ejército francés.

Como se podrá apreciar, desplegar dicho abanico contribuye grandemente a presentar un rico pantallazo sociológico de la comunidad en cuestión, cuyo status actual en la vetusta y agónica Europa, ganada por neoconservadurismos de toda laya, otorga plena vigencia a los señalamientos oportunamente efectuados por el siquiatra antillano Frantz Fanon (a cuya memoria, más que oportunamente, acaba de rodarse una biopic) en su canónico libro Los condenados de la tierra, publicado en 1961.

La violenta pueblada que el film describe al detalle y con dramático realismo, da cuenta del gran sentido de pertenencia del grupo étnico aludido, y de su vasta experiencia de acción directa ante las frecuentes provocaciones por parte de la  ultraderecha, exhibiendo respuestas tan rudimentarias como eficaces, tal el recurso pirotécnico de proyectiles Tres Tiros, tan familiares entre nuestras hinchadas de fútbol, que aquí alcanzan para mantener a la represión de una policía sumamente racista a prudencial distancia de la barriada insurrecta.

En referencia a su tratamiento visual, cabe destacar que, a partir de su memorable arranque, apela con enorme eficacia a la exasperación del plano secuencia, prolongada toma que mantiene su unidad narrativa sin producir cortes, lo que, a la hora de recurrir a un despliegue de masas digno de Eisenstein, demanda una ajustada planificación coreográfica. Dicho recurso, que oportunamente ensayaran con las limitaciones propias de la era analógica tanto Welles (Ciudadano Kane, 1941) como Hitchcock (La Soga, 1948), y sobre el que Pasolini sostuvo que “no es una técnica cinematográfica neutral, sino una herramienta para explorar la naturaleza de la realidad, la subjetividad humana y el lenguaje de la vida”, se ha visto notablemente favorecido por el advenimiento del cine digital, que abarata enormemente el costo que demandaban las retomas en soporte fílmico. Tal criterio narrativo adoptó contemporáneamente Aleksandr Sokúrov en El Arca Rusa (2002), largometraje rodado en una única toma, y pusieron de moda en nuestros días series como Adolescence o The Studio.

En conclusión, un filme de visión obligatoria para dimensionar la barbarie cotidiana perpetrada por una civilización blanca que, parafraseando a Serrat, ha caído en manos de “unos locos con carnet”. - 



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