DOSSIERS
El reflejo crítico de nuestra historia en el cine
nacional contemporáneo
LA PANTALLA MEMORIOSA
"Compañeros de historia, tomando en cuenta
lo implacable que debe ser la verdad,
quisiera preguntar - me urge tanto -
¿Qué debiera decir, qué fronteras debo respetar...?".
Silvio Rodríguez.
“Playa Girón”.
El 28 de Diciembre de 1895 en Paris, junto con el cine nació un nuevo standard de verosimilitud en la
representación de la realidad. Así lo percibieron los hermanos Lumiére al llamarle originalmente biógrafo
(representación de la vida) Así también
Edison, que fundó
Hasta entonces, el paradigma tecnológico para representar la realidad era
el proceso fotoquímico inaugurado por Niépce,
al que conocemos como fotografía. Ahora esa imagen, sucesivamente capturada por
la acción de una manivela a un ritmo de
Sin embargo, en los 127 años de vida que este maravilloso invento lleva, nadie ha podido evitar la tentación de reflejar - ya desde el documental, ya desde la ficción - su entorno, sus circunstancias y, a la manera de una botella arrojada al mar, dejar un testimonio más o menos fiel del paso de nuestro paso por la Historia. "Debajo de aquellas pirámides erigidas para gloria del Faraón yacen en silencioso anonimato quienes las levantaron con su esfuerzo", escribió Brecht.
Así también, una megaindustria del entretenimiento como la del Gran País del Norte, ha creado un megacine intimidatorio y avasallante, y sepultado o acallado a las cinematografías periféricas. Ya que, aún apelando al tratamiento fantástico, no se priva de propagandizar sus adelantos tecnológicos: Cuando Hollywood estrena Jurassic Park (1993, Steven Spielberg), Estados Unidos dice "hemos avanzado notablemente en materia de ingeniería genética"; cuando exhibe Mis otros yo (1996, Harold Ramis), avisa "estamos a punto de clonar personas"; cuando lanza Día de la Independencia (1996, Roland Emmerich), amenaza con que su presidente debería ser el del mundo entero, y el 4 de julio la máxima fiesta patria de la especie humana.
En esta remota latitud surindoamericana también soñamos en grande, pero venimos expresando preocupaciones más urgentes. En efecto, desde el circo criollo de los hermanos Podestá, pasando por el radioteatro de Juan Carlos Chiappe, y arribando al cine del gigantesco e ignorado “Negro” Ferreyra, nuestra tradición artística es revisionista en lo histórico y testimonial en lo social. Prueba de lo primero - en la década del 40 - es La Guerra Gaucha (1942, Lucas Demare); y de lo segundo, Las aguas bajan turbias (1952, Hugo Del Carril) Lo mismo ocurrirá - en adelante - con Gatica el mono (1993, Leonardo Favio) o Pizza, birra, faso (1998, Israel Adrián Caetano y Bruno Stagnaro), por ejemplo.
Pero, en concreto, si es cierta la afirmación acerca de que el cine bien puede ser el reflejo del país que lo produce, ¿cómo se ha verificado este fenómeno, al menos en los ya casi 40 años de vigencia del orden constitucional que venimos transitando?
Mapeando someramente dicha porción de la historia reciente nos
encontraremos con un primer período, prácticamente coincidente con la gestión
del Dr. Alfonsín, denominado
genéricamente de "transición democrática", y signado por la vigencia
de las secuelas del terrorismo ideológico heredado de la dictadura. A dicho
lapso pertenecen producciones documentales como La República Perdida (1983, Miguel Pérez); o ficcionales como La
Historia Oficial (1985, del recientemente desplazado de la jefatura del INCAA Luis Puenzo) En ambas se cuela el
tufillo indisimulable de la Teoría de los Dos Demonios, intento de autoamnistía
surgido de las entrañas de una comunidad herida y aún no dispuesta a hablar ni
a escuchar debidamente ciertas verdades muy dolorosas - algunas todavía
pendientes de revisión - tales como el consenso social sin el cual los
genocidas jamás hubieran ido tan lejos en la destrucción nacional. Sin ir más
lejos, en el citado filme de Puenzo, el represor interpretado por Héctor Alterio sostiene una acalorada
discusión con la viuda de un detenido-desaparecido interpretada por Chunchuna Villafañe, que esta última remata
con la peligrosa frase de "...a la
postre, mi marido y vos fueron dos caras de la misma moneda". Dicha
película - como se recordará - obtuvo un Óscar de
El segundo período correspondería al "menemato". Superado el fantasma de la hiperinflación, se pensaba que la estabilidad institucional era un logro definitivo, y esta conquista daba paso a una década de ficticia estabilidad monetaria cuyo estrepitoso derrumbe aún nos esta mortificando. En ese lapso se produjo un hito sumamente significativo en materia de relectura de la historia reciente y reparación de ciertas falacias.
Sucedió hacia el vigésimo aniversario del golpe militar del General Videla. Una sociedad más reencontrada con su identidad y su destino transitó de los mediadores dudosos del relato nacional, como el "arrepentido" Pablo Giussani o el "servicio" Martín Andersen, a contar con las imprescindibles recopilaciones documentales de Roberto Baschetti; el excelente trhiller político El presidente que no fue, de Miguel Bonasso; las relecturas sobre la trayectoria de la izquierda revolucionaria publicadas por Pablo Pozzi; los Cazadores de Utopías (1996) de David Blaustein; el valiente filme de Tristan Bauer Evita, la tumba sin paz (1997); y la más lograda reconstrucción ficcional sobre la cotidianeidad en un centro de exterminio que nuestro cine nos haya dado hasta la fecha: Garage Olimpo (1999, Marco Bechís)
Voces múltiples, en todo caso, dispuestas a enfrentar el miedo y la resignación con productos cada vez más irrefutables. Esa notable evolución es perceptible también si la confrontamos con la pobre argumentación con que alguna vez Félix Luna buscó explicar "los años de plomo" apelando a la siquiatría en el prólogo del ensayo "Soldados de Perón", del estudioso británico Richard Gillespie: "Lo que va a leerse en las páginas que siguen - escribió el historiador vitalicio del régimen - es la historia de una locura. Una locura que al principio se apoderó del espíritu de un puñado de muchachos pertenecientes a clases medias altas, y luego inficionó todo el cuerpo social argentino".
Mientras tanto, en uno de los estupendos videos didácticos con que el
equipo de
Comenzaba a superarse así el estadio de la superstición, y se avanzaba gradualmente hacia el rigor de las ciencias sociales.
Desde entonces ha pasado mucha agua bajo el puente de las pantallas nacionales.
Inaugurado con el "Argentinazo" de 2001 el tercer período de esta
sucinta revisión - siempre provisoria - se hace difícil seleccionar algún
producto representativo sin salir del circuito de difusión convencional, porque
fue justamente desde el under donde fraguó una nueva mirada de
lxs argentinxs, ya prácticamente despojada de miedos y resuelta a disputar
palmo a palmo un destino de dignidad. Baste pues, al respecto, con recomendar
(véaselo donde se pueda pero véaselo) el
impresionante video Crónicas de libertad. Organizando la resistencia (2002),
minucioso registro de "
En el circuito de exhibición masiva, no obstante, también cabría destacar el apoyo brindado por el público a una producción oportunamente candidateada al Óscar como Kamchatka (2002, Marcelo Piñeyro), que antecedería al crudo verismo ofrecido más adelante por las insoslayables Infancia clandestina (2011, Benjamín Ávila) y Sinfonía para Ana (2017, Ernesto Ardito y Virna Molina)
Pese a las limitaciones propias de su impronta comercial, el filme de Piñeyro describe a una familia de profesionales militantes (impecables Ricardo Darín y Cecilia Roth) pasando por todas las tribulaciones por las que atravesaron lxs compatriotas comprometidxs con los caros ideales transformadores de los 70s.
Dos detalles para no pasar por alto: En dicho filme, el mal tiene el rostro del citado superministro del Proceso, que nos hundió a todos. Y los militantes se sacrifican por preservar a sus hijos del horror, pero no interrumpen su relación con lo que a lo largo de todos estos años muchos vinieron considerando una "asociación ilícita". Están en la clandestinidad. Y sostienen su compromiso hasta la muerte. En algunas salas el público se emocionó y aplaudió. Este cronista fue testigo.
Los genocidas se pudrirán en sus madrigueras sin experimentar un
reconocimiento social semejante.-
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