miércoles, 27 de abril de 2022

DOSSIERS

 

El reflejo crítico de nuestra historia en el cine nacional contemporáneo
LA PANTALLA MEMORIOSA















"Compañeros de historia, tomando en cuenta

lo implacable que debe ser la verdad,

quisiera preguntar - me urge tanto -

¿Qué debiera decir, qué fronteras debo respetar...?".


Silvio Rodríguez.

“Playa Girón”.


 

El 28 de Diciembre de 1895 en Paris, junto con el cine nació un nuevo standard de verosimilitud en la representación de la realidad. Así lo percibieron los hermanos Lumiére al llamarle originalmente biógrafo (representación de la vida) Así también Edison, que fundó la Vitagraph, empresa dedicada a producir material que permitiese "graficar la vida". Así lo demostraron los primeros espectadores aterrados ante la imagen del arribo de un tren monocromático y mudo a la estación de Lyón. Así lo expresó el editorial del diario Le Post que escribió al día siguiente de tal acontecimiento "Es la vida misma. La muerte absoluta ya no es posible". 

Hasta entonces, el paradigma tecnológico para representar la realidad era el proceso fotoquímico inaugurado por Niépce, al que conocemos como fotografía. Ahora esa imagen, sucesivamente capturada por la acción de una manivela a un ritmo de 16 a 18 fotogramas por segundo, adquiría movimiento. Pero la descomposición-recomposición del mismo sólo permite hablar de una ilusión. Como expresara Carlos Sorín, el director del imperdible film Historias mínimas (2002), "...en última instancia el cine es todo un engaño (...), la persistencia retiniana... Si nuestro cerebro fuese suficientemente perfecto no habría cine posible." 

Sin embargo, en los 127 años de vida que este maravilloso invento lleva, nadie ha podido evitar la tentación de reflejar - ya desde el documental, ya desde la ficción - su entorno, sus circunstancias y, a la manera de una botella arrojada al mar, dejar un testimonio más o menos fiel del paso de nuestro paso por la Historia. "Debajo de aquellas pirámides erigidas para gloria del Faraón yacen en silencioso anonimato quienes las levantaron con su esfuerzo", escribió  Brecht.

Así también, una megaindustria del entretenimiento como la del Gran País del Norte, ha creado un megacine intimidatorio y avasallante, y sepultado o acallado a las cinematografías periféricas. Ya que, aún apelando al tratamiento fantástico, no se priva de propagandizar sus adelantos tecnológicos: Cuando Hollywood estrena Jurassic Park (1993, Steven Spielberg), Estados Unidos dice "hemos avanzado notablemente en materia de ingeniería genética"; cuando exhibe Mis otros yo (1996, Harold Ramis), avisa "estamos a punto de  clonar personas"; cuando lanza Día de la Independencia (1996, Roland Emmerich), amenaza con que su presidente debería ser el del mundo entero, y el 4 de julio la máxima fiesta patria de la especie humana.

En esta remota latitud surindoamericana también soñamos en grande, pero venimos expresando preocupaciones más urgentes. En efecto, desde el circo criollo de los hermanos Podestá, pasando por el radioteatro de Juan Carlos Chiappe, y arribando al cine del gigantesco e ignorado “Negro” Ferreyra, nuestra tradición artística es revisionista en lo histórico y testimonial en lo social. Prueba de lo primero - en la década del 40 - es La Guerra Gaucha (1942, Lucas Demare); y de lo segundo, Las aguas bajan turbias (1952, Hugo Del Carril) Lo mismo ocurrirá - en adelante - con Gatica el mono (1993, Leonardo Favio) o Pizza, birra, faso (1998, Israel Adrián Caetano y Bruno Stagnaro), por ejemplo. 

Pero, en concreto, si es cierta la afirmación acerca de que el cine bien puede ser el reflejo del país que lo produce, ¿cómo se ha verificado este fenómeno, al menos en los ya casi 40 años de vigencia del orden constitucional que venimos transitando? 

Mapeando someramente dicha porción de la historia reciente nos encontraremos con un primer período, prácticamente coincidente con la gestión del Dr. Alfonsín, denominado genéricamente de "transición democrática", y signado por la vigencia de las secuelas del terrorismo ideológico heredado de la dictadura. A dicho lapso pertenecen producciones documentales como La República Perdida (1983, Miguel Pérez); o ficcionales como La Historia Oficial (1985, del recientemente desplazado de la jefatura del INCAA Luis Puenzo) En ambas se cuela el tufillo indisimulable de la Teoría de los Dos Demonios, intento de autoamnistía surgido de las entrañas de una comunidad herida y aún no dispuesta a hablar ni a escuchar debidamente ciertas verdades muy dolorosas - algunas todavía pendientes de revisión - tales como el consenso social sin el cual los genocidas jamás hubieran ido tan lejos en la destrucción nacional. Sin ir más lejos, en el citado filme de Puenzo, el represor interpretado por Héctor Alterio sostiene una acalorada discusión con la viuda de un detenido-desaparecido interpretada por Chunchuna Villafañe, que esta última remata con la peligrosa frase de "...a la postre, mi marido y vos fueron dos caras de la misma moneda". Dicha película - como se recordará - obtuvo un Óscar de la Academia representando a TODOS los argentinos. Nos referimos, claro está, a circunstancias en que un grupo de señores pelicortos, de traje oscuro y anteojos espejados tuvieron la capacidad de suspender con su sola presencia una conferencia de prensa ofrecida en Córdoba por organismos de derechos humanos, para denunciar las atrocidades cometidas por el Tercer Cuerpo de Ejército. Para ese entonces, también, los detenidos-desaparecidos adolescentes eran llamados "perejiles" en el filme La Noche de los Lápices (1986, Héctor Olivera), que pretende confrontar la supuesta inocencia del represaliado menor de edad con la responsabilidad del adulto capaz de alzarse en armas en defensa de la soberanía popular.

El segundo período correspondería al "menemato". Superado el fantasma de la hiperinflación, se pensaba que la estabilidad institucional era un logro definitivo, y esta conquista daba paso a una década de ficticia estabilidad monetaria cuyo estrepitoso derrumbe aún nos esta mortificando. En ese lapso se produjo un hito sumamente significativo en materia de relectura de la historia reciente y reparación de ciertas falacias.

Sucedió hacia el vigésimo aniversario del golpe militar del General Videla. Una sociedad más reencontrada con su identidad y su destino transitó de los mediadores dudosos del relato nacional, como el "arrepentido" Pablo Giussani o el "servicio" Martín Andersen, a contar con las imprescindibles recopilaciones documentales de Roberto Baschetti; el excelente trhiller político El presidente que no fue, de Miguel Bonasso; las relecturas sobre la trayectoria de la izquierda revolucionaria publicadas por Pablo Pozzi; los Cazadores de Utopías (1996) de David Blaustein; el valiente filme de Tristan Bauer Evita, la tumba sin paz (1997); y la más lograda reconstrucción ficcional sobre la cotidianeidad en un centro de exterminio que nuestro cine nos haya dado hasta la fecha: Garage Olimpo (1999, Marco Bechís)

Voces múltiples, en todo caso, dispuestas a enfrentar el miedo y la resignación con productos cada vez más irrefutables. Esa notable evolución es perceptible también si la confrontamos con la pobre argumentación con que alguna vez Félix Luna buscó explicar "los años de plomo" apelando a la siquiatría en el prólogo del ensayo "Soldados de Perón", del estudioso británico Richard Gillespie: "Lo que va a leerse en las páginas que siguen - escribió el historiador vitalicio del régimen - es la historia de una locura. Una locura que al principio se apoderó del espíritu de un puñado de muchachos pertenecientes a clases medias altas, y luego inficionó todo el cuerpo social argentino".

Mientras tanto, en uno de los estupendos videos didácticos con que el equipo de la Escuela Superior de Comercio "Carlos Pellegrini" - liderado por otro historiador, Felipe Pigna - rescatara por entonces la historia oral de lxs argentinxs, el patricio José Alfredo Martínez de Hoz (padre, si los hay, del modelo de país que aún padecemos), sostiene con sereno pragmatismo algo así como: "El doctor Cavallo pudo hacer sin bayonetas lo que a mí me costó 30.000 desaparecidos". 

Comenzaba a superarse así el estadio de la superstición, y se avanzaba gradualmente hacia el rigor de las ciencias sociales. 

Desde entonces ha pasado mucha agua bajo el puente de las pantallas nacionales.

Inaugurado con el "Argentinazo" de 2001 el tercer período de esta sucinta revisión - siempre provisoria - se hace difícil seleccionar algún producto representativo sin salir del circuito de difusión convencional, porque fue  justamente desde el under donde fraguó una nueva mirada de lxs argentinxs, ya prácticamente despojada de miedos y resuelta a disputar palmo a palmo un destino de dignidad. Baste pues, al respecto, con recomendar (véaselo donde  se pueda pero véaselo) el impresionante video Crónicas de libertad. Organizando la resistencia (2002), minucioso registro de "La Masacre de  Avellaneda" realizado desde las filas piqueteras por el Grupo Alavío, con  Fabián Pierucci como referente. 

En el circuito de exhibición masiva, no obstante, también cabría destacar el apoyo brindado por el público a una producción oportunamente candidateada al Óscar como Kamchatka (2002, Marcelo Piñeyro), que antecedería al crudo verismo ofrecido más adelante por las insoslayables Infancia clandestina (2011, Benjamín Ávila) y Sinfonía para Ana (2017, Ernesto Ardito y Virna Molina)

Pese a las limitaciones propias de su impronta comercial, el filme de Piñeyro describe a una familia de profesionales militantes (impecables Ricardo Darín y Cecilia Roth) pasando por todas las tribulaciones por las que atravesaron lxs compatriotas comprometidxs con los caros ideales transformadores de los 70s. 

Dos detalles para no pasar por alto: En dicho filme, el mal tiene el rostro del citado superministro del Proceso, que nos hundió a todos. Y los militantes se sacrifican por preservar a sus hijos del horror, pero no interrumpen su relación con lo que a lo largo de todos estos años muchos vinieron considerando una "asociación ilícita". Están en la clandestinidad. Y sostienen su compromiso hasta la muerte. En algunas salas el público se emocionó y aplaudió. Este cronista fue testigo. 

Los genocidas se pudrirán en sus madrigueras sin experimentar un reconocimiento social semejante.-

 

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