sábado, 14 de mayo de 2022

CRÍTICAS


El Marginal

TODXS ESTAMOS EN CAUTIVERIO























“Del otro lado de la reja está la realidad,

de este lado de la reja también está

la realidad; la única irreal

es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien

si pertenece al mundo de los vivos,

al mundo de los muertos,

al mundo de las fantasías

o al mundo de la vigilia,

al de la explotación o de la producción”.


Francisco Urondo


Parecía imposible, después de tanta secuela y precuela, que una serie tan potente y con personajes tan carismáticos como El Marginal (2016 - 2022) llegara a su fin. Pero así ha ocurrido, con el beneplácito o repudio de sus fans, con clásicos como Breaking Bad (2008 - 2013, Vince Gilligan), Game of Thrones (2011 - 2019,  David Benioff y ‎D. B. Weiss), o House of Cards (2013 - 2018, Beau Willimon) Y las aventuras de Miguel Palacios, el policía que cambió de bando, y su tenso vínculo con el Clan Borges, que comenzara en el alguna vez devorado por las llamas penal de San Onofre culminó con un dantesco motín en el centro de reclusión Puente Viejo. Lugares imaginarios pero sin embargo sazonados con múltiples referencias espacio - temporales insoslayablemente argentas.

La primera obviedad que salta a la vista al analizar esta exitosa producción es su estrecho vínculo estético - narrativo con el llamado Nuevo Cine Argentino, fenómeno que eclosiona durante la segunda mitad de los 90s, y camino al derrumbe de la década menemista. 

Ese movimiento artístico del que renegaron la mayor parte de sus protagonistas  reunió un conjunto de películas estrenadas en esa época y a sus directores, representando un quiebre con respecto al repetitivo cine argentino de los años 1980 y principios de los 90, al introducir nuevos elementos narrativos y un marcado estilo realista que puso la mira sobre las severas consecuencias del modelo de exclusión social en auge. Entre sus principales directores figuraron Pablo Trapero (1999, Mundo Grúa), Daniel Burman (1997, Un crisantemo estalla en cinco esquinas) y Lucrecia Martel (2001, La Ciénaga) Pero muy especialmente Israel Adrián Caetano, Bruno Stagnaro (autores ambos en 1998 de la nave insignia de dicho fenómeno, Pizza, birra, faso), y Luis Ortega (2002, Caja Negra)

Estos tres últimos tendrán a su cargo tres significativas producciones surgidas de la factoría Underground, fundada en 2006 por el audaz  Sebastián Ortega. Ellas son justamente El Marginal, Un gallo para Esculapio (2017 - 2018), e Historia de un clan (2015), sagas que, como se recordará, exponen con una alta dosis de sordidez el lado más oscuro de la realidad nacional.

No obstante, nunca como en esta serie - estelarizada centralmente por Juan Minujín, Nicolás Furtado y Claudio Rissi - la productora en cuestión había descendido hasta el séptimo círculo de un infierno de cuya existencia estamos al tanto pero preferimos no indagar.

El dilema que plantea la enorme adhesión que tuvo este producto conduce a interrogarnos acerca de con qué público dialoga semejante truculencia (un match de quick boxing entre reclusos que culmina con el perdedor hecho pulpa ante la euforia de la platea, la crucifixión literal de otro recluso, el empalamiento de un guardiacárcel, un tercer recluso apuñalado cagando, y así) Nadie de cierta edad ignora los acontecimientos acaecidos en la prisión de máxima seguridad de Sierra Chica, donde el 30 de marzo de 1996 comenzó el motín carcelario más sangriento de la historia argentina. Un levantamiento, que duró ocho días, tuvo 17 rehenes y dejó ocho muertos, y fue encabezado por "Los Doce Apóstoles", una docena de presos que intentaron fugarse del lugar, y que adquirieron macabra fama por haber faenado en dicho intento a sus adversarios y comido empanadas rellenas con sus restos.

Una clave a barajar a este respecto parte del célebre apotegma acerca de que “la realidad supera a la ficción”, y conduce a concluir que para conmover a un público bastante anestesiado por los noticieros corresponde elevar la apuesta desde la ficción y no guardarse nada.

No obstante, para contextualizar ayuda revisar algunas miradas que se han preocupado por analizar el tema desde la perspectiva de las ciencias sociales, no totalmente desvinculada de su reflejo en la producción audiovisual.

La filósofa mexicana Sayak Valencia, por ejemplo, toma el término gore de un género cinematográfico centrado en la violencia extrema, para describir la etapa actual del capitalismo en ciudades fronterizas donde la sangre, los cadáveres, los cuerpos mutilados y las vidas cautivas son herramientas en la reproducción del capital. El aspecto más fuerte de esta obra es que la autora caracteriza la violencia como una nueva epistemología. La define como un conjunto de relaciones que atan nuestro tiempo con prácticas discursivas y materiales originados en el neoliberalismo. En la epistemología del capitalismo gore, la violencia tiene un triple rol: como herramienta de mercado altamente eficaz; como medio de supervivencia alternativo; y como mecanismo de auto-afirmación masculina.

Aunque Valencia centre su enfoque preferentemente sobre el femicidio, algunas claves genéricas que brinda permiten enmarcar al producto que intentamos revisar, decididamente gore.

La socióloga argentina Rita Segato se aproxima aún más al núcleo de nuestra indagatoria, cuando expresa “Llamo pedagogías de la crueldad a todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas. En ese sentido, estas pedagogías enseñan algo que va mucho más allá del matar, enseñan a matar de una muerte desritualizada, de una muerte que deja apenas residuos en el lugar del difunto”.

En el campo específico de lo audiovisual, sin por ello afirmar que estemos hablando de un fenómeno similar, no estará de más revisar ciertos presupuestos aportados por los realizadores colombianos Luis Ospina y Carlos Mayolo, quienes oportunamente concibieron una categoría referencial sumamente útil cuanto menos para cuestionarse sobre el éxito de contenidos como el que venimos analizando: A principios de los años 70, con la ley de apoyo al cine, apareció cierto tipo de documental que copiaba superficialmente los logros y los métodos del cine independiente hasta deformarlos. Así, la miseria se convirtió en tema impactante y por lo tanto, en mercancía finalmente vendible, especialmente en el exterior, donde la miseria es la contrapartida de la opulencia de los consumidores. Si la miseria le había servido al cine independiente como elemento de denuncia y análisis, el afán mercantilista la convirtió en válvula de escape del sistema mismo que la generó. Este afán de lucro no permitía un método que descubrirá nuevas premisas para el análisis de la pobreza sino que, al contrario, creó esquemas demagógicos hasta convertirse en un género que podríamos llamar cine miserabilista o porno-miseria”. 

Volviendo ahora al universo de la saga El Marginal, este cronista detecta una similitud en el tratamiento metafórico de la Gotham City presentada en The BatMan (2022, Matt Reeves) y la prisión de San Onofre, donde comienza la serie en cuestión. Si la metrópoli en que campeará ese desangelado Hombre Murciélago pretende espejar el derrumbe del mundo occidental, el penal que nos presenta Ortega representa a nuestro país sumido en la crisis en que lo hundió el macrismo.

En ese feudo el amo y señor es Sergio Antín, memorable creación del actor Gerardo Romano, jerarca amoral y disoluto que concentra todos los disvalores de una derecha venal y corrupta, explicitando a veces su temor al retorno del populismo o el asedio de lxs planerxs. 

Recurriendo una vez más a la arbitraria pero funcional referencia del superhéroe encapotado, en varias temporadas de la serie de Underground se introducirán villanos estrafalarios dignos de BatMan, como el omnipotente “Sapo” Quiroga (Rolly Serrano), el delirante místico Coco (Luis Luque), y el pái Medina (Jorge Prado)

Nobleza obliga, la oscuridad con que se encara este apasionante thriller carcelario no obsta para que, de tanto en tanto, la factoría Ortega se permita deslizar algunas pinceladas progresistas, como la que en la quinta temporada transforma al protagonista principal en una suerte de César González, quien al cumplir condena recuperó su libertad transformado en poeta y prolífico realizador cinematográfico. 

En esta ficción, el personaje que encarna Minujin termina publicando sus memorias de presidiario bajo el mismo título de la serie, animando a viejos reclusos con frases de Eduardo Galeano, desde su puesto de bibliotecario de la prisión, y denunciando ante una Justicia indiferente el carácter de depósito de menesterosos abandonados por la mano de Dios en que se constituyen esos centros de detención. 

El final de la serie cierra el arco dramático de la mayoría de sus personajes  principales, dejando esbozados sin embargo un nuevo liderazgo en el establecimiento penitenciario, alguna descendencia del Clan Borges, y una atracción meramente insinuada entre el protagonista y la abogada que lo apoya para recuperar a su hijo. Pero cualquier expectativa de continuidad se torna vana cuando se incluye la palabra “fin”.

En la opinión de este cronista - siempre discutible y nunca neutral - en la galería de los personajes inolvidables de la ficción nacional quedará para la posteridad la DESCOMUNAL creación de Nicolás Furtado interpretando a “Diosito” Borges, ese entrañable recluso cabeza de termo que aporta no pocas pinceladas humorísticas a una trama re densa. 

Y, por qué no, ese final antojadizo y pasado de rosca pero conmovedor hasta el delirio, coreografiado con el tema de presentación compuesto por L - Gante.-

1 comentario:

RECOMENDACIONES Frewaka "HAY UNA CASA BAJO LA CASA"   La mitología nór...