lunes, 21 de noviembre de 2022

RESCATES

PARA CINÉFILXS 2.0

  

WERNER HERZOG

SUPERANDO LA HAZAÑA QUE SE INTENTA RECONSTRUIR














Para lxs amantes del Séptimo Arte siempre resultará apasionante repasar las ya legendarias vicisitudes padecidas por el ecléctico Werner Herzog durante el rodaje de “Fitzcarraldo” (1982), comenzando por el reemplazo de Jason Robards  (que, con el 40 % de su faena cumplida,  enfermó de disentería en plena filmación) por Klaus Kinski, y la eliminación de un personaje consagrado - ni más ni menos que al Rolling Stone Mick Jagger -, que ante la prórroga del rodaje no pudo interpretarlo por razones contractuales. Herzog considera a esa circunstancia como la más grande frustración de su carrera.

Para concretar el film de marras prácticamente hubo que reproducir en un escenario semejante la hazaña protagonizada por el verdadero sujeto al que esa historia evoca.

Semejante epopeya cinematográfica requirió del empeño inclaudicable de un  director que durante su tarea en la región amazónica se vio afectado simultáneamente por una guerra entre Perú y Ecuador, por la desforestación a cargo de grandes empresas multinacionales, y por la hostilidad de algunas tribus autóctonas. 

Sin ir más lejos, el Consejo de la Comunidad Aguaruna rechazó su presencia, a la que consideró colonizadora. 

En 1979 su campamento fue incendiado por completo.

En 1981 el equipo reanudó su labor en Iquitos. 

La empresa descripta incluye la construcción de tres barcos semejantes al original. 

Entre las secuencias más conflictivas, se destaca la que supuso hacer aguardar durante 48 horas a una formación de numerosas canoas  tripuladas por nativos… para conseguir la “hora mágica” que anhelan todos los directores de fotografía. 

A esta altura de nuestra reseña cabe destacar, en plena era digital, la penuria que implicó en incontables ocasiones previas llevar a cabo una odisea como la descripta sin contar con escenografías virtuales, cuando todo era analógico, y si - por ejemplo - Tarkovski incendiaba una mansión para el rodaje de “El Sacrificio” (1986), en caso de que esa toma fallara, había que volver a edificar el inmueble por completo. 

Aunque la prioridad de esta nota radica en detallar cómo se fueron sorteando todos y cada uno de los obstáculos que enfrentó tan accidentado rodaje, como ocurre en todo viaje iniciático - y hacer un filme también lo es -, en plena faena  Herzog se permitió reflexionar acerca de los efectos devastadores de la globalización, y hasta tomó la precaución de ordenar el armado de dos campamentos de trabajo diferenciados, para “no contaminar” (SIC) culturalmente a los nativos con hábitos y costumbres que les resultaran ajenos. 

A propósito de esto último, en algún momento el realizador alemán declaró “ojalá que esta tierra sin títulos de propiedad alguna vez pertenezca a sus legítimos dueños”. 

Sin embargo esa mirada progresista iría flaqueando a medida que los sucesivos reveses del rodaje fueran erosionando la moral del equipo y las tribus originarias que lo secundaron, al punto de que Kinski expresaría que se sentía prisionero de la selva, y los nativos requerirían prostitutas a la producción, dado que la mayoría afrontó su labor a distancia de sus mujeres. Así, el director, ya muy agotado, también sostendría que se encontró con “un país inconcluso”, “prehistórico”, “maldito”, haciendo causa común finalmente con ciertas percepciones de la izquierda colonial europea. 

El barco destinado al rol protagónico se atascaría una y otra vez, frenando la filmación por tiempo indeterminado.

Pero el tozudo Herzog finalmente declararía que, aunque se sintiera merecedor de un manicomio, la gran hazaña que vertebra semejante tour de forcé estriba en transportar un barco de 30 toneladas cuesta arriba, de un canal a otro, a lo largo de un cerro empinado y con 70% de posibilidades de que la empresa fracasara dejando muertos y heridos, como en algún momento lo vaticinó el ingeniero a cargo del aparejo dispuesto para resolver dicho intríngulis, que terminó renunciando a tal intento. 

Develar cómo terminó la experiencia descripta exige ver esa imperdible obra de arte.-



 

 

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