RESCATES
PARA CINÉFILXS 2.0
Woody Allen
UN CINÉFILO QUE DICE ADIÓS AL CINE
Ese hombrecito tímido surgido de un barrio judío de Brooklyn con el nombre de Allan Stewart Konigsberg, cuenta que cuando dejó de cultivar el stand up - a la manera de Lenny Bruce - para arriesgarse a escribir un guión de cine, finalmente se sintió muy humillado al asistir al estreno de ¿Qué hay de nuevo, Pussycat? (1965, Clive Donner), señalando que su estructura narrativa apenas “es el armazón de un puñado de gags divertidos”.
También confiesa que su inspiración humorística fueron Charlie Chaplin y Buster Keaton, y compara el vínculo entre cine mudo y hablado como el que guarda jugar a las damas o al ajedrez. A los mentores señalados suma, en el terreno del montaje a Ralph Rosemblum, y en el de la fotografía a Gordon Willis, como los responsables de todo lo que hoy sabe acerca de cómo rodar un filme.
En su modestísimo sincericidio, agrega que está convencido de imitar a Bob Hope todo el tiempo aunque no es ni la mitad de bueno que él, ratificando siempre su conocida y vigente fascinación por Manhattan.
El prolífico realizador, hoy residente en París, caracteriza a su filme Annie Hall (1977) - la película ganadora de un Óscar que menos había recaudado en la Historia - como punto de inflexión respecto a sus filmes primigenios, a los que define como “divertidos”.
En su inmanejable empeño de ir a menos, declara que carece de registro como actor, expresando “sólo puedo interpretar a un tonto, por lo que soy, o a un intelectual, por lo que parezco”.
Describe su vida privada como muy endogámica y austera, señalando - aunque cueste creerle - que el cine no constituye su prioridad existencial, y que es capaz de acortar una jornada de rodaje para no perderse un partido de beisbol.
El reputado autor de La rosa púrpura del Cairo (1985) describe su rutina como cineasta contando que vive 10 meses al año dentro de un universo falso, situado en latitudes y épocas diversas, y de tal modo escapa momentáneamente de la realidad.
Se ve a sí mismo como un “compendio de ideas descabelladas” que mete en sus films, y lo ejemplifica con Zelig (1983) y Poderosa Afrodita (1995), señalando que “cosas como el documental o el coro griego pueden servir para el humor, por su solemnidad inherente”.
Y, siempre fiel a su complejo de inferioridad, recomienda a sus fans que no se hagan falsas ilusiones respecto a la trascendencia de su obra.
Acaso uno de los cineastas contemporáneos más prolíficos, acaba de anunciar que la próxima será su última película. ¿Conseguirá cumplir esa promesa?.-
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