RESCATES
PARA CINÉFILXS 2.0
CUANDO EL DOCUMENTAL SUDAMERICANO ALZÓ SU VOZ
El documentalismo en Colombia
La producción documental en Colombia ha sido variada y
de calidad. Sin embargo, no suficientemente difundida, por las barreras que
impone la industria cinematográfica en cuanto a la exhibición y distribución
del material. No abundan los espectadores interesados en acercarse a este
material audiovisual.
Durante la década de 1970, en la ciudad de Cali se
vivió un gran "boom" no solo referente al cine sino a las artes en
general, allí nació el llamado Grupo de Cali o Caliwood, haciendo referencia
a Hollywood, del cual formarían parte Carlos
Mayolo, Luis Ospina, Andrés Caicedo, y Oscar Campo, entre
otros documentalistas y cineastas que retrataron en imágenes en movimiento una
ciudad y unas realidades particulares.
En
Colombia la gran figura del documental comprometido fue la pareja formada por Jorge
Silva y Martha Rodríguez, autores de ese extraordinario documental
testimonial que es Chircales
(1967-72), sobre la explotación de una familia en un suburbio
bogotano, que trabaja en condiciones infrahumanas. Según Caicedo, “El trabajo infantil en la fabricación
artesanal de ladrillos... como síntoma visible, necesario de reconocer, de la
enfermedad del sistema... (Con) alguna influencia del neorrealismo italiano”.
Tras
una investigación de varios años, muestra la vida cotidiana de una familia en
el barrio Tunjuelito, al sur de Bogotá, que se dedica a la elaboración
rudimentaria de ladrillos; destaca las condiciones religiosas, políticas y
sociales de los habitantes de la zona mostrando la explotación de la que eran
objeto por parte de terratenientes y la permisividad de los explotados debido a
su condición social y cultural. Como en sus demás producciones, los documentalistas
se preocuparon por producir un acercamiento a la comunidad y conocerla, siendo
esta la primera en testigo del producto final y de discutir al respecto. La
película ganó en 1972 la Paloma de Oro en el Festival de Cine Documental de
Leipzig, y en 1973 ganó el Grand Prix en el Festival Internacional de Cine de
Tampere. La pareja trabajaría en otros proyectos cinematográficos dentro de los
que se destacan Campesinos (1975), La voz de los sobrevivientes (1980), Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (1981)
y Amor, mujeres y flores (1988),
siempre realizando profundas investigaciones de las comunidades que
documentaban.
Otro
documentalista reconocido es Carlos Álvarez, con Colombia 70 (1970)
y ¿Qué es la democracia?
(1971), mediometrajes sobre las diferencias sociales del país y las opciones
electorales en la historia colombiana (Paranagua, 2003: 88) Una producción
colombiana contemporánea es El
corazón (2006) de Diego García Moreno, sobre un soldado
que tiene que vivir con una esquirla incrustada en el corazón producto de una
mina antipersonal; expulsado del ejército precisamente por su lesión, hace
confesiones acerca de las necesidades y no de las convicciones en la vida de
muchos colombianos.
El trabajo de estos y otros documentalistas colombianos, esta
referenciado en el único libro que se ha publicado sobre la historia de este
género en el país titulado: "Acercamiento
al documental en la historia del audiovisual colombiano" (Ed. U.
Nacional, 2009) La autora, que es la docente e investigadora Carolina Patiño
Ospina, también lidera desde el año 2006 el grupo de investigación
Documental Colombia de la Escuela de Cine y Televisión de la Universidad
Nacional de Colombia.
El grupo, que está conformado por estudiantes, docentes y
documentalistas, además de realizar documentales que contribuyan a la memoria
histórica y cultural del país, también labora en el fortalecimiento y
desarrollo de sus dos principales líneas de investigación: "El documental
y el problema de distribución" y "La docuterapia". (www.documentalcolombia.org)
CALIWOOD El grupo de Cali fue fruto de su tiempo.
Las vanguardias europeas - francesas, inglesas, alemanas - buscaban un rompimiento
con el cine previo, el Nuevo Hollywood afloraba en este lado del mundo, había
juventud, pasión, ganas de derrumbar, construir y de nuevo derrumbar. El
espíritu era contestatario, la ciudad hervía con su mezcla de calor, mujeres
y rumba. No se tenían noticias del VIH, no había por qué ser políticamente correcto,
se hacía el amor y no la guerra. Andrés Caicedo fue escritor, crítico de cine, guionista y cineclubista. Padecía una “cinesífilis” incurable que transmitió a los demás, esparcida sin que se dieran cuenta en las funciones del Cineclub de Cali en el teatro San Fernando, a principios de los años setenta, donde convocaba a los interesados en un cine diferente al comercial y que no era fácil de encontrar. Luis Ospina fue el académico, el que tuvo la oportunidad de estudiar cine en Estados Unidos, mientras Mayolo - que fue vecino suyo y amigo desde la infancia - había empezado a hacer cine en Bogotá y le propuso a Ospina trabajar juntos haciendo documentales. Mayolo fue quien le presentó a Caicedo: “En él encontré un espíritu afín, un amigo desconocido. Habíamos compartido lugares comunes y vivido vidas paralelas que, sin nosotros saberlo, se habían cruzado; habíamos frecuentado las mismas películas, en los mismos teatros, sin nunca habernos conocido”, evoca Ospina en su libro Palabras al viento. El caldo de cultivo estaba listo. Junto a Hernando Guerrero y a Ramiro Arbeláez se dedicaron a la coordinación del cineclub, fundaron entre todos la revista Ojo al cine, presenciaron cómo los demonios interiores arrastran a Andrés Caicedo en 1977 (el joven escritor se suicidó a los 25 años), y “cuando la crítica de cine escrita no fue suficiente, Mayolo y yo decidimos llevarla a la praxis en el cine mismo”, escribe Ospina. Empezaron juntos explorando las posibilidades dramáticas, subversivas y de denuncia del documental - Oiga vea (1972), Cali: de película (1973), Agarrando pueblo (1978) -, para luego cada uno buscar sus propios senderos creativos. Mayolo haría
los largometrajes Carne de tu carne (1983) y La mansión de Araucaima (1986),
mientras Ospina realiza Pura sangre (1982) y Soplo de vida (1999), en medio
de una larga carrera como documentalista que tiene en Todo comenzó por el fin (2015)
su versión nostálgica y en primera persona de lo que fue Caliwood. Sandro
Romero - una década menor que Ospina - aparece en este grupo como actor,
ayudante de dirección, músico y cronista, para convertirse en uno de los
escritores y críticos más prolíficos del país, amén de su trayectoria como
docente y director de teatro. |
El documentalismo brasileño
La
corriente cinematográfica del Cinema Nôvo brasileño tuvo, dentro
de él, un cine documental muy independiente, que combinó el neorrealismo
italiano y el cinema-verité francés,
registrando la polémica realidad social del país. Al inicio están los
mediometrajes líricos de Joaquim Pedro
de Andrade O mestre
y O poeta (1959); luego, con un sentido crítico y un salto
cualitativo, con un soberbio final social, en Arraial do Cabo (1960) de Paulo Cezar Saraceni,
sobre una aldea de pescadores en la que se instala una fábrica. Cinco vêzes favela (1961-62)
es un trabajo colectivo de cinco historias directas y realistas (Paranagua,
2003:18-21)
De
Andrade hizo luego Garrincha (1962)
siguiendo el estilo francés relacionando al personaje con su realidad social, y
con el significado de los "héroes". Memória do Cangaçao (1965) de
David Neves y Luis Sergio Person fue un sorprendente documento
sobre los olvidados "bandoleros honorables".
Hay
que considerar brasileño el documental A
historia do Brasil (1973-1975), del conocido Glauber Rocha, fundador del Cinema Nôvo, pese a que lo dirigió
en Cuba donde estaba exiliado. Es un extenso documental de montaje, que
pretende ser un “análisis materialista y dialéctico” de los tres últimos siglos
de la historia de su país, desde los puntos de vista socioeconómico y político:
el propósito es, según su propio autor, “desmitificar
la historia oficial mostrando cómo el colonialismo político terminó engendrando
el fascismo”.
Ya
en el periodo de transición a la democracia, tres documentales son
representativos del esfuerzo por superar la herencia de los conflictos sociales
anteriores. Hombre marcado para morir (1984)
de Eduardo Coutinho, sobre la
problemática de los marginales; Uaka
(1988) de Paula Gaitán, sobre el folklore urbano; y Una avenida llamada Brasil (1989)
de Octavio Becerra, un homenaje a la urbe y sus problemas cotidianos (Galiano
y Caballero, 1999: 13-22)
La
festividad de San Juan en el nordeste de Brasil es retratada en Viva Sao Joao! (2002) de Andrucha
Waddington, registro costumbrista y pagano, festivo y algo monótono;
reportaje patrocinado por el cantante y ministro de cultura Gilberto Gil. Del mismo año es Edificio Master, segundo
documental de Coutinho, célebre por su filme de 1985, y que ahora conversa durante
una semana con veintisiete habitantes de un edificio de departamentos en
Copacabana, donde viven quinientas personas, resultando un variopinto
testimonio costumbrista sobre la naturaleza humana, además de una reflexión
sobre el género documental mismo. Peones
(2004), tercero de Coutinho es un reportaje social sobre antiguos
trabajadores de la industria metalúrgica paulista, que tomaron parte en las
famosas huelgas de 1979 y 1980 pero permanecieron en relativo anonimato, y que
ahora hablan de sus orígenes, de su participación en las luchas de los
sindicatos y los caminos que tomaron sus vidas desde entonces.
Joao Moreira Salles es autor de dos documentales
brillantes. Entreatos (2004) es
el registro, desde dentro, de la campaña que llevó a Lula da Silva al
poder en Brasil, mostrándolo como político y hombre, más allá del discurso
oficial; prescinde al final de casi todas las apariciones públicas de Lula para
dar una visión personal del candidato y su entorno, con elevado humor. Santiago (2006) es el registro
personal y subjetivo, casi surreal, de los testimonios de Santiago, personaje
central de su infancia, mayordomo retirado de la familia, que vive recluido en
su departamento y guarda una historia erudita de la “aristocracia antes y después de Cristo”.
Breve historia del cine documental en Bolivia
En el año 1897, la llegada del cinematógrafo a La Paz, se ve bien
recibida gracias a las proyecciones semanales realizadas en el Teatro
Municipal.
En los próximos años y sobre todo a partir de 1904 se dan los
primeros registros cinematográficos en Bolivia, la película Retrato de
personajes históricos y actualidad desde ya refleja el cine boliviano como un
medio con una función clara de capturar el tiempo de una época. El registro de
autoridades y personalidades y de vistas locales (desfiles, misas, procesiones,
paseos) se vuelve un acto consciente acerca de lo que significa inmortalizar la
imagen de alguien o algo.
El cortometraje documental se vuelve el principal formato de
producción y exhibición, en la actualidad este formato (más allá de sus
condiciones de producción) nos debería devolver una conciencia acerca del cine,
sus orígenes y sus funciones.
Desde los tempranos años de la llegada del cine al país, a pesar
de prolíficas producciones de Castillo, Goytisolo, Sambarino,
Posnansky y Velasco Maidana, se llevan a cabo filmaciones
realizadas por empresas extranjeras que llevan al circuito mundial de
exhibición las imágenes de nuestro país, un tema que sigue todavía pesando (y
cada vez más) en nuestra historia cinematográfica.
Si bien durante las próximas décadas a 1910 el cine boliviano dio
productos cinematográficos concretos dentro de un contexto de espectáculo y
casi siempre concebidas desde el dramatismo y la ficción, no es hasta “Wara
Wara”, largometraje de Velasco Maidana, que el cine boliviano va
evidenciar plenamente sus modos de producción: Historias locales narradas por
un grupo de élite de artistas urbanos. La situación hoy en día no ha cambiado
demasiado.
En la década de los 50 surge la figura del documentalista Jorge Ruíz y su más importante obra Vuelve Sebastiana. Se cree que desde
entonces nada sería igual en la historia del cine boliviano debido
principalmente a una cuestión: “…muestra
la dura vida de ese grupo étnico en vías de extinción, además de pintar con
respetuosa emoción sus ancestrales costumbres. El mayor valor de ‘Vuelve
Sebastiana’, reside sin embargo en el hecho de trascender su anécdota para
convertirse en un verdadero llamado a volver a las raíces”. Sin embargo, el
contenido de este film dice menos acerca de un lugar y una época que su propia
forma: Una ficción que si bien parte de una búsqueda de lo real, termina siendo
un relato contado desde lo ajeno y la otredad, construyéndose a sí misma como
una fábula que tiende a establecerse como una verdad en imágenes.
En los años posteriores surge la figura de Jorge Sanjinés. Sus obras Revolución, Ukamau y Yawar Mallku van a
construir definitivamente su estilo de concebir el cine, sólidamente basado en
una ideología que, sin caer plenamente en lo político del término, más tarde se
llamaría: un cine junto al pueblo. Esta fue quizá la máxima expresión de un
nuevo cine boliviano dentro de un contexto de un nuevo cine latinoamericano. El
término “nuevo” siempre acentuado de una manera de concebir hacer cine como un
acto de lucha política en los intensos contextos que vivía el país y el
continente, estableciendo la función del cine hacia otra dirección que no sea
la del mero espectáculo, sino de la denuncia.
El coraje del pueblo, el largometraje “exiliado” de Jorge
Sanjinés, va a ser la obra que va a acentuar aún más la fusión documental (como
un género que rescata testimonios reales, entre otros) con la puesta en ficción
de un suceso político tan fuerte como ha sido la masacre de San Juan. ¿Por qué
recurrir a poner en escena a un grupo de actores representando a militares y
mineros en lucha, cuando se trataba de una historia tan fresca y reciente en el
imaginario del espectador? Entonces, ¿es un documental o una ficción? Poco
importa la respuesta y menos aún la pregunta pues precisamente porque el cine
de Sanjinés va a construir imágenes que no recaen en sus modos de producción,
sino en el poder y la efectividad de su mensaje.
El ambiente político en la actualidad, por supuesto diferente,
sigue igual de ferviente que en la década de los sesenta, disparado de otras
maneras y concebido desde otros puntos, pero sobre todo parece ya no haber
provocado un cambio tan fuerte en la visión de los cineastas como lo fue en los
inicios el Grupo UKAMAU.
Toda esta historia llena de imágenes inmortales, de deconstrucción
y reconstrucción de una manera de pensar y hacer cine, ha sido la principal
influencia para el cine que NICOBIS logra como una productora audiovisual
independiente que aparece con la llegada del video a Bolivia, a principios de
los ochentas.
Si bien el Grupo UKAMAU intentó en sus inicios establecer la
primera escuela de cine en el país y el primer cine-club boliviano, no fue
hasta fines de la década de los setenta que se concretó el Taller de Cine de la
UMSA que precedido y cerrado por los contextos de las dictaduras, logró durante
un tiempo la formación de varios alumnos que contaban con docentes de la época
que resultaban ser las principales figuras del cine de entonces, Jorge
Sanjinés, Óscar Soria, Paolo Agazzi, Luis Espinal, entre otros.
El cine en los formatos Super 8 mm. y 16 mm. se vio poco a poco
suplantado por las nuevas tecnologías (U-matic, Betamax), logrando que estos
alumnos tengan a su disposición una nueva posibilidad de creación de imágenes y
sonidos que no dependan de los modos de producción del celuloide. Esta nueva
generación de cineastas en potencia contaba (y cuentan) con un tipo de
formación muy influenciada por sus maestros. La recuperación de la democracia
en Bolivia también marcó otro tipo de búsquedas en el cine y video bolivianos.
La productora NICOBIS inicia sus producciones independientes en
Super 8mm. y video logrando este último soporte asentarse por encima del
celuloide debido a sus facilidades de manejo y precios en el mercado.
Estas producciones tempranas tuvieron pleno efecto en sus
contextos debido a que eran todos “cortometrajes documentales” que registraban
(una vez más y como siempre) la combustión social que vivía el país, pero ahora
estos productos salían rápidamente a la luz gracias al video.
Entre los cortometrajes de NICOBIS que han ganado premios
nacionales e internacionales se encuentran: La marcha por la vida, registro
importantísimo y casi único de la marcha de los mineros hacia La Paz por la Ley
21060 y el cierre de las minas. Lucho vives en el pueblo, un cortometraje
forzado a sí mismo a encasillarse como docu-ficción va a narrar la vida y
muerte de Luis Espinal, con entrevistas y testimonios reales a personas que lo
conocieron, una voz en off que reza las Oraciones a Quemarropa de
Espinal y, quizás el elemento más importante, las secuencias de ficción en las
que un actor encarna a Espinal y en las que predominan las cámaras subjetivas.
Este último recurso también se ve plenamente explotado en el cortometraje La
danza de los vencidos donde la construcción de un discurso sobre la esclavitud
y la danza de la morenada está construido más desde su forma que desde su contenido
(sin nunca separar estos dos conceptos, pues están y deberían estar plenamente
fundidos entre sí) Son imágenes y sonidos sueltos que van a cobrar sentido sólo
a partir de su montaje y yuxtaposición.
El mediometraje Tiempo de vida y muerte. Pampa Aullagas ilustra el
pueblo de Pampa Aullagas (Oruro) en diferentes épocas del año, sumergiéndose
por completo en la cotidianeidad de los habitantes, logrando una cámara
invisible, no invasiva que refleja el acontecer de un pueblo que va adquiriendo
- y esto se muestra sin reparo alguno - idiosincrasias del mundo urbano.
Asumiendo así una posición ideológica del documentalista frente al purismo de
la antropología visual de otros tiempos pero que permanecen todavía.
Las nuevas tecnologías a partir de los noventa (Tarjeta de video,
miniDV, edición no lineal digital) marcan una nueva manera de hacer cine (hacer
video también es hacer cine) que abaratan más los costos de las producciones
chicas y grandes de esos años. Sin embargo, el tema de la difusión es
nuevamente el problema que más aqueja a la producción independiente de
cortometrajes.
De igual manera, para la época y para las nuevas generaciones, el
documental adopta (aún más) para los ojos del público la posición de un “cine
inferior”, de menos calidad y quizás lo más importante, parece menos divertido.
NICOBIS presenta el cortometraje La marcha por el territorio y la
dignidad que refleja el camino de los marchistas de los pueblos bajos hacia La
Paz en el año 1992. Si bien existen registros de este hecho en noticieros
televisivos y demás medios que quizás ya han desaparecido, este cortometraje es
uno de los pocos que le da un verdadero valor y respeto a esa captura en el
tiempo de un hecho social tan significativo, que quizás es más importante ahora
en nuestros días que lo que fue en ese entonces.
Sayariy de Mela Márquez es un largometraje que cuenta con
la participación de NICOBIS en la producción, igualmente plantea un híbrido
novedoso en el cine boliviano en cuanto a la relación de imágenes documentales
con textos de poemas de Blanca Wietuchter. Igualmente se plantean
secuencias ficcionadas de un actor (ya sea natural o profesional) encarnando un
personaje que reflexiona sobre sus orígenes y sobre el ritual del tinku.
Zona Sur de Juan Carlos Valdivia, Bala perdida de Mauricio
Durán, Los viejos de Martín Boulocq y La chirola de Diego
Mondacca son muestras de un nuevo tipo de cine que plantea igualmente
problemas sociales, políticos, de nuestra sociedad, pero abarcados desde un
punto de vista que recientemente va adquiriendo mayor respeto, el del punto de
vista evidentemente personal, el de diseccionar ciertos enclaves de la sociedad
desde la intimidad y mostrarlos desde la emotividad.
Los hijos del fin del mundo
de Emiliano Longo y Geraldine Ovando es un proyecto en
desarrollo, un largometraje filmado alrededor del mundo buscando (nuevamente)
soluciones y planteando preguntas acerca del tema ecológico y el futuro del
planeta, pero todo desde el punto de vista de un matrimonio joven que
experimenta en carne propia la crisis de la impotencia respecto a la inminente
catástrofe que plantea la película, pero igualmente planteando que existen
soluciones y esperanzas que parten siempre desde uno mismo, lo que
implica un cambio de conciencia.
EL GRUPO UKAMAU SEGÚN JORGE
SANJINÉS Empezamos a hacer cine con un propósito deliberado
de participar y de contribuir a la lucha de los sectores empobrecidos de
nuestra sociedad boliviana y, paralelamente, llamar la atención de esa misma
sociedad sobre los valores culturales de las mayorías indígenas que
constituyen la presencia cuantitativa humana más grande de Bolivia. Lo
hicimos sin militar en ninguna organización política específica, imbuidos de
una ideología de izquierda en años en que América Latina sufría la opresión
dictatorial de regímenes militares muy violentos. Nuestro cine, que desde su
primera película independiente Revolución, un cortometraje de
sólo 10 minutos, enseña una preocupación por la causa social, ha seguido la
senda de construir un material cinematográfico al servicio de la lucha
histórica del pueblo por su liberación sea esta interna como externa. En el
marco de esa lucha liberadora que implica la denuncia de un sistema
capitalista como fuente de la injusticia social, ha sido fundamental para
nosotros alimentar nuestro lenguaje cinematográfico con la identidad cultural
de las mayorías indígenas a las que vimos como nuestros más importantes
destinatarios. Ese proceso de elaboración de un lenguaje cinematográfico se
hizo no sólo porque teníamos al frente un destinatario poseedor de una
cultura distinta a la occidental (quechua-aymará), sino porque comprendimos
que en ese juego comunicador se podía proponer una conjugación mayor, es
decir, la construcción de una nueva identidad para nuestra propia Nación. Así
al utilizar un medio tecnológico moderno como el cine, pero al elaborar una
manera diferente del lenguaje cinematográfico, más afín con la cosmovisión,
más cerca de los “ritmos internos” de esa mayoría culturalmente diferenciadas
del grupo social dominante criollo de cultura occidental, estábamos
concretando en la forma del instrumento cinematográfico, es decir en el
lenguaje narrativo, lo que en teoría proponíamos fortalecer y desarrollar:
una identidad nacional propia que sin renunciar a los avances tecnológicos,
científicos, sociales modernos, pudiera recoger su memoria cultural,
rescatada y desarrollada, para constituir una nueva entidad social boliviana
impregnada de una propia manera de componer su propia realidad, capaz de
generar un estilo que le perteneciera desde el fondo de los tiempos. Nuestro cine, creo que logró esa simbiosis en las
limitaciones de su especificidad: al desarrollar el “plano secuencia
integral” como mecanismo narrativo que se funda en la concepción cíclica del
tiempo - propia del mundo andino - al priorizar el protagonista colectivo
sobre el protagonista individual, correspondiendo a la concepción andina de
la armonía social; al conjugar el “suspenso” como recurso típico del cine
occidental creando un “distanciamiento” reflexivo, al minimizar el uso del
“primer plano” o “close-up”, al trabajar con los mismos protagonistas de
hechos históricos como actores, etc. Recursos que en su conjunto
constituyeron un lenguaje que viene del propósito de insertarse con fluidez,
propiedad y autenticidad, en el diálogo con esas mayorías. Y si es verdad que
en un comienzo la búsqueda de un lenguaje propio obedeció principalmente a la
necesidad comunicacional con la “otra” cultura. Llegó más tarde el convencimiento
de que en ese camino de conjugar ambos constituyentes para lograr algo
distinto. Era necesario un cine diferente al occidental porque tenía una
estructura narrativa inspirada en elementos ideográficos y filosóficos
andinos; un cine que era producto de la ciencia y la tecnología occidental
pero que constituía, por sí mismo, la concreción de una propuesta que viene
contenida en la búsqueda de muchos bolivianos que piensan en soluciones para
la factibilidad de la nación boliviana. Cuando esta conciencia tomó cuerpo,
pudimos hacer una película como La nación clandestina (1989) Mucho nos ha preocupado, a lo largo de estos más de
treinta años de trabajo, hacer de nuestro cine un espacio reflexivo. Cesáreo
Morales, sociólogo y filósofo mexicano apunta en un ensayo algo que lo
asumimos como propio porque expresa justamente nuestro sentir. “Ha de ser
un cine que escapando a los riesgos de lo didáctico sea el lugar en el que
las masas reflexionen sobre ellas mismas cinematográficamente, un cine en el
que las masas ponen en escena e interpretan sus propias acciones bellamente,
utilizando los recursos propios de este dispositivo significante e inventando
nuevos”. Sin embargo, nunca hemos dejado de pensar el cine como un medio
expresivo artístico, y aún más, como espectáculo, y esto parecería reñido con
la idea de un lugar para pensar, un espacio para la reflexión, pero creo que
las más bellas obras al sobrecogernos en nuestra emoción sensitiva, nos
motivan reflexiones profundas. Y esta idea ha sido también fundamental en
todo el trabajo que realicé junto a mis colaboradores, pensamos, desde un
primer día, que la emoción jugaba un papel determinante, que un espectador
emocionado por la magia de la belleza se veía impulsado a pensar con
profundidad las cosas de la vida motivadas por el resplandor de la imagen
cinematográfica. Y aquí quiero citar un trozo de una respuesta de una
reciente entrevista sobre este tema que di a un querido amigo: “En una
obra de arte lograda, la belleza comunica no sólo placer sensorial, goce de
proporciones, armonías, contrastes y formas coherentes, sino que ocurre en su
encuentro el misterio de la emoción y de la alegría compartida. La emoción
que sacude el ser, que motoriza la inteligencia en su más amplia
perceptibilidad y que canaliza la posibilidad de entender la verdad de las
cosas”. Y en este sentido nos hemos esforzado en hacer buenas películas,
películas que sean agradables de ver, que sean interesantes de seguir, que
emocionen y que transmitan la belleza de las cosas; y hemos hecho películas
que son “espectáculo” en el mejor sentido, con las limitaciones de nuestros
presupuestos que, por obvias razones han sido bajos. Y aquí otra
característica de este cine del Grupo Ukamau, un cine nunca supeditado a las
exigencias productivas comerciales. Hemos preferido posponer una obra a fin
de contar con la completa libertad para hacerla a nuestra manera y decir en
ella todo lo que nos proponíamos decir. Si en la mayor parte de nuestras
películas han trabajado actores no profesionales, protagonistas auténticos de
los sucesos, cuando tuvimos en una ocasión, la posibilidad de trabajar con
una gran actriz como es Geraldine Chaplin, lo hicimos, motivados por
la calidad humana de Geraldine, animados por el compromiso de ella con las
causas progresistas y por su disposición consecuente de no figurar como “la
protagonista de nuestra película”. Ella aceptó con una humildad que la
enaltece, ser uno de los varios personajes - ninguno protagónico - de nuestra
película Para recibir el canto de los pájaros. En esa búsqueda por construir
un lenguaje cinematográfico propio, que nos permitiera comunicar mejor y más
eficazmente los significantes, hemos contado principalmente con los aportes
del propio pueblo cuyas prácticas de interrelacionamiento social han sido
inspiradores, como así mismo los profundos mecanismos de solidaridad que
estructuran la vida de las sociedades andinas. Su notable comprensión del
papel del hombre en su relación con la naturaleza que nos han llevado a
considerar al paisaje como un personaje importante en nuestras obras. Muchas
de esas lecciones nos han costado sufrimientos por culpa de nuestra propia
ignorancia. Creíamos, al inicio de nuestro trabajo, que estábamos preparados
para hacer cine en Bolivia cuando en realidad éramos más ignorantes de lo que
suponíamos. Nuestra formación cultural puramente occidental, cartesiana,
cristiana y técnica no fue suficiente para entender, en la primera etapa, un
mundo distinto, complejo, misterioso, hermético y clandestino en el que se
libraba la vida difícil y castigada de las mayorías indígenas de nuestra
patria. Cuando colisionamos con ese universo distinto, con la “otra
mentalidad”, con la diferente cultura es que comprendimos que si queríamos
hacer un cine boliviano coherente debíamos revisar todo nuestro presupuesto
cultural. No creo que hoy, después de 30 años, dominemos los conocimientos
necesarios para comprenderlo todo, es indudable, pero ya pienso esa “otra”
presencia, esa “otredad”, como pertenecientes a mi país. Creo que el arte y el cine, en el caso nuestro, son
lugares constituyentes de toda sociedad porque allí puede ocurrir el milagro
de “mirar” la esencia de las realidades, allí se puede llegar a tomar una
conciencia crítica de las cosas, gozando de las formas con que la imaginación
plasma sus intuiciones. Por eso es natural que el cine puede contribuir al
conocimiento profundo de sí misma que toda sociedad requiere para vivir y
para sobrevivir. Ese conocimiento profundo que sólo el arte es capaz de
entregamos nos dota de la capacidad de liberamos y sobrevivir al oscuro
proceso de autodesprecio suicida que amenaza a Bolivia. |
El documentalismo de la Araucanía
La exhibición del programa
cinematográfico de Louis Lumière en Chile, el 26 de agosto de 1896 en el teatro
Unión Central de Santiago, constituyó una semilla que germinaría a los pocos
años. Diversos chilenos, entre actores, dueños de teatros, empresarios y
escritores, se interesaron por el nuevo medio y comenzaron a filmar la realidad
local. El documental (o "actualidad" como se le llamaba) fue el
primer género de expresión cinematográfica, como ocurrió en todo el mundo. En
1900 se sabe de la exhibición de una obra corta titulada Carreras en Viña. Dos años
después se presentó Ejercicio
general de Bombas captado en Valparaíso, que es el material
nacional más antiguo conservado. El denominador común de estas obras era, como
para Lumière, captar realidades con movimiento, para demostrar las
características del nuevo invento. Es por ello que las obras de las primeras décadas
tienen que ver con carreras, desfiles, movimientos de personas, de trenes,
torneos, etc. Paulatinamente los documentales pasaron del mero registro de la
realidad a obras con intención narrativa, es decir, con un relato más elaborado
en la puesta en escena y en el montaje. Un hito en ese sentido fue Recuerdos del
mineral de El Teniente de Salvador Giambastiani (1919), suerte de
reportaje al mineral y sus actividades relacionadas.
Ya en la década de 1910 el cine
argumental extranjero copaba las carteleras, observándose una menor
importancia del documental. Sin embargo, el cine se descubrió como un gran
instrumento de propaganda y divulgación y fue así como durante varias décadas
el cine documental en Chile se desarrolló gracias al financiamiento de
instituciones tanto privadas como públicas que encargaron obras a diferentes
cineastas y casas de producción. En el ámbito privado destacaron las empresas
viñateras (Visitas a la Viña
Undurraga, 1910 y 1926), pero sobre todo las mineras, con
innumerables documentales sobre las explotaciones de cobre, salitre, hierro y
petróleo a lo largo de todo Chile. El documental corporativo también fue
desarrollado por el Estado, cuando reparticiones públicas como la CORFO,
el Servicio Nacional de Salud y en la década de 1970 el Servicio Nacional de
Turismo produjeron numerosas obras sobre la temática del desarrollo nacional.
Otro género de gran importancia fue
el noticiario, impulsado en primer lugar por empresas periodísticas
como El Mercurio o La Nación, para luego ser
asumido con gran interés por el Estado, que en 1929 fundó el Instituto de
Cinematografía Educativa, que realizó gran cantidad de "documentales
didácticos". El documental adquirió un nuevo status al
fundarse escuelas de cine en las universidades del país a partir de
la década de 1950 y con la aparición de la televisión en la de 1960. En esta
década se observó el surgimiento del "documental de autor" en el
medio universitario, obras con contenido social y político explícito. Esto
llegó a su punto más alto en la Unidad Popular, donde la producción
cinematográfica se ligó estrechamente con la contingencia del país. A partir
del golpe de Estado de 1973, cambió radicalmente la historia del
documental en Chile. Gran cantidad de cineastas partieron al exilio. La
publicidad absorbió gran parte de la producción de cine y la televisión
reemplazó en cierta manera al antiguo documental noticioso o de reportaje. Sólo
en el cine de exilio el documental (político) mantuvo una gran
importancia, como medio de denuncia política, pero decayendo claramente en la
segunda mitad de los años ochenta.
EL CINE DOCUMENTAL SEGÚN PATRICIO GUZMÁN, ENTREVISTADO POR CECILIA RICCIARELLI (FRAGMENTOS) “Creo que el cine directo sigue vivo entre nosotros. No es
una moda, no es una fórmula, es una parte consustancial del documental.
Muchas veces no se encuentra en estado puro, pero sigue presente, en
numerosas secuencias de películas actuales. Y desde luego está en el
reportaje. Jean-Louis Comolli decía en 1969 que el cine directo en su
estado bruto no es nada: es apenas una sombra, un fragmento borroso de
noticiero. Cuando el plano está en ese estado, decía él, no es nada todavía,
está en su grado cero. Tenía razón. Pero hoy, con millones de turistas
filmando “en directo” en todas partes, tenemos la impresión de que vivimos
una especie de anarquía de la imagen. Con las mini cámaras el lenguaje ha empeorado,
pero también ha mejorado. Los realizadores se han convertido en camarógrafos
y también registran el sonido… ¿qué ocurrirá más adelante?… En todo caso creo
que el cine directo siempre asomará por aquí y por allá, porque es el
registro más vivo de la realidad, el más auténtico. No ha desaparecido porque
es parte del género. Entonces, pienso que el directo se instaló para
permanecer mucho tiempo”. “La Batalla de
Chile es inconcebible sin la utilización del cine directo. Imagínate
cuál hubiera sido el resultado si yo me hubiera encerrado en un estudio
haciéndole preguntas a un grupo de sociólogos y politólogos; o si me hubiera
quedado sentado en las oficinas de los diputados o de los ministros, con
preguntas como esta: ‘¿por favor podría hablarme de la vía chilena hacia el
socialismo?’. El resultado sería un discurso interminable de media hora por
persona, hubiera sido la negación de las posibilidades del documental. El
hecho de que las principales acciones estaban en la calle, en las fábricas o
en las discusiones del parlamento, indicaba que no había ningún otro método
posible para filmar que el cine directo: mucha movilidad, una cámara al
hombro y una grabadora sincrónica colgada en la espalda. Lo que he
venido haciendo después, la evocación de la memoria, es otra cosa. La banda
que toca el Venceremos (en Chile, la
memoria obstinada), por ejemplo, está filmada como cine directo, pero
es un hecho deliberado, preparado, así como los escoltas que vienen con el
auto. En El caso Pinochet hay
una selección de elementos reales, también deliberada, que muestra lo más
básico de ese proceso: un dictador atrapado por la justicia internacional. Y La cruz del sur es una película
alegórica, es al mismo tiempo un docudrama, sobre todo en la primera parte”. “…recuerdo por ejemplo que a finales de los 70 se hicieron
dos documentales de excepción, de gran calidad artística, sobre el novelista José
Donoso y el poeta Nicanor Parra, dirigidos por Carlos Flores
y Guillermo Cahn, respectivamente. Eran una forma indirecta de hablar
de Chile. En el año 83 Ignacio Agüero, de forma clandestina y
ocultando su identidad, hizo el primer filme sobre los desaparecidos: el
descubrimiento de la primera fosa común, No olvidar, una película excelente y
temeraria en esa época de terror. Otros autores eligieron temas menos
arriesgados como David Benavente con El Willy y la Miriam, retrato
incisivo de una pareja de pobladores; Juan Carlos Bustamante, que hizo
un film sobre una comarca rural, Río Maule y Francisco Gedda, que
empezó una serie monumental sobre naturaleza y ecología, titulada Al sur del
mundo. En esos años Pablo Salas y Hernán Castro empezaron a
hacer sus reportajes”. |
Quinta entrega de nuestra saga sobre el cine de no ficción nostramericano (continuará... )
Aporte audiovisual sugerido:
https://www.youtube.com/watch?v=7ZYWKAdOc9Y
Bibliografía de consulta
PARAGUANÁ, PAULO ANTONIO (2003), Cine documental en América Latina, (ed.). Cátedra.
Disponible en:
https://es.scribd.com/doc/95360220/Paranagua-Cine-Documental-en-America-Latina
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