lunes, 7 de agosto de 2023

RESCATES

PARA CINÉFILXS 2.0

KING VIDOR

EL ÚNICO DIRECTOR AMERICANO

CON UN TEMPERAMENTO INTERESANTE

Y UNA CONCIENCIA ARTÍSTICA (*)

Afecto al teatro, la actuación y la escritura, King Vidor fue de los directores de su país que más brilló en la etapa muda. El Gran Desfile (1925), estelarizado por John Gilbert, fue su primer éxito rotundo. No quería que todo su esfuerzo se exhibiera durante tres días - como por entonces ocurría en Los Ángeles - y se olvidara. Así se lo hizo saber al productor Irvin Thalberg, quien le preguntó si tenía alguna idea para garantizarlo. Entonces respondió “tengo tres: Guerra, trigo y acero”. Inspirándose en David Wark Griffith, planificó entonces el storyboard de un desfile en línea recta de 400 camiones transportando unos 4000 hombres que se perdían en el horizonte, haciendo marchar a sus figurantes, en las escenas de infantería, acorde al ritmo de un bombo que funcionaba como metrónomo. Con ese título, que demostraba que todxs somos antihéroes anónimos producto de las circunstancias, consiguió varios reestrenos, figurar en numerosas retrospectivas, y colocar a la Metro Goldwin Mayer en la consideración del público. 

A continuación, dirigió a Lilian Gish en Vida Bohemia (1926), conmoviéndose ante la dedicación de una actriz capaz de adaptar su físico con una semana de antelación a las escenas más comprometedoras, como la de su muerte. 

Y el mundo marcha (1928) probablemente sea la obra maestra de Vidor, en la que tomó muchas referencias visuales del expresionismo alemán, realizando, además - mediante la utilización de maquetas - escenas prodigiosas para la época. El film describe el periplo de vida de un hombre común apelando a un extra desconocido que el director descubrió por azar. El sórdido final de ese ignoto actor en la vida real - sufriendo un accidente mientras intentaba hacer reír al público disfrazado de payaso - parece profetizado en el film. 

Ante el éxito de El Gran Desfile, el magnate periodístico William Randolph Hearst - el mismo a quien Orson Welles convertiría en su legendario Ciudadano Kane -, de gran influencia en MGM, le pidió que ofreciera un papel a su amante, la infravalorada actriz Marion Davies. Y eso ocurrió al rodar Espejismo (1928), film que, ya en la era sonora, homenajea a las grandes comedias del cine mudo, contando con parte de la troupe de los Estudios Keystone para narrar la historia de una actriz seria condenada a encarnar roles de poca monta, emulando la trayectoria de Gloria Swanson, una de las divas de Mack Sennet. Hearst se opondría a que durante el rodaje su protegida recibiera un tortazo de crema en el rostro.

Aleluya (1929) fue su primer film sonoro, un musical en el que Vidor pretendía que su elenco no solo cantara. Oriundo del sur de Tejas, en este film el director procuró reconstruir algunas vivencias de sus primeros años entre la población de color, en los algodonales de Tennessee y Arkansas, recurriendo a técnicas de rodaje propias del cine mudo para su sonorización posterior, debido a las grandes dificultades que por entonces reportaba grabar sonido directo en exteriores. A Vidor le fastidiaba comprobar que durante el período mudo el público se veía obligado a no perder detalle de la acción, mientras que en el sonoro se podía permitir dialogar con el espectador de al lado, porque los parlamentos se seguirían escuchando. 

Dos años más tarde rodó El Campeón (1931), interpretada por Wallace Beery, donde una vieja gloria del boxeo vuelve a pelear para mantener la custodia de su hijo. En principio, sin experiencia al respecto, Beery se resistía a hacer las escenas de pugilato. Un día el director lo vio coqueteando con dos hermosas extras, y tuvo la ocurrencia de colocarlas en la primera fila del ring side, ante lo cual el protagonista se negó a usar extras y peleó ante cámaras él mismo. El film presenta una dupla actoral padre - hijo tan eficaz que tardará en volver a verse, quizás hasta Ladrón de Bicicletas (1948, Vittorio De Sica), y un final de los más conmovedores que recuerda la historia del Séptimo Arte. En 1979, Franco Zeffirelli rendiría tributo a este film rodando una remake interpretada por John Voight. 

En plena depresión y sin el apoyo de los grandes estudios, que preferían apostar por el star system en vez de ocuparse de un conjunto de desempleados, Vidor rueda El pan nuestro de cada día (1934), sobre un grupo de ciudadanos que monta una cooperativa agrícola. Gracias a Charles Chaplin consigue estrenarla con United Artists. Hipotecando todas sus propiedades logra hacerse con 125.000 Dls. Nuevamente coreografió al ritmo de los bombos el de los picos y las palas, logrando una obra maestra de la composición y el montaje.

En 1938 rodó La Ciudadela, film basado en una obra de A. J. Cronin, para el cual el actor Robert Donat asistió con el director al relevamiento de todas las localizaciones en Gales, y hasta diseñó el arco emocional completo del personaje que compondría. 

Ya de vuelta a su país, en 1939 rodó la mayor parte de las escenas introductorias y coloreadas en sepia de El Mago de Oz - incluida aquella en la que Judy Garland interpreta la famosa canción Over the rainbow -, película completada por su amigo Víctor Fleming. Hasta la muerte de este último, Vidor nunca hizo pública su intervención en aquel clásico.

En 1946, el productor David Selznick convertiría su film Duelo al sol en una superproducción erótica. Aun así, la cinta incluye algunas de las escenas más memorables de Vidor. 

En 1949, con Más allá del bosque, esbozo de cine negro, el director ingresa en la que muchos consideran su etapa delirante, incluyendo cierta carga sexual en sus films. 

También en 1949, rodará El Manantial, la historia de un exitoso arquitecto capaz de convertirse en jornalero con tal de no rendirse al sistema, rasgo que emparenta al personaje con aspectos de la propia personalidad de Vidor.

Este artista mayúsculo estaba convencido de que la cámara tomavistas se asimilaba a la conciencia humana. A lo largo de su carrera, siempre prefirió dirigir a 5000 hombres en vez de a dos actores, porque daba por hecho que lo dejarían hacer sin réplica alguna. A propósito de ello, alguna vez le preguntaron si se sentía una especie de Napoleón, y respondió “más aún, porque el corso dirigió a un solo bando de la batalla, mientras yo puedo dirigir a ambos”. 

Salomón y la reina de Saba (1959) fue la última película de Vidor, y no su preferida, aunque como muchos de sus films sonoros, contenía una de las más espectaculares escenas de batalla. Aquella en que el ejército de Salomón, en inferioridad de condiciones respecto a sus enemigos, utiliza el sol de frente para encandilarlos con el reflejo del mismo en los escudos de sus tropas. Valdría la pena que la cinefilia nativa digital estudiara aquella proeza absolutamente artesanal, producida en vivo ante las cámaras con miles de extras.

Así culminaba su carrera un cineasta que nunca ofreció al cine ni héroes ni villanos absolutos. Como hace la vida misma. –

 

(*): Scott Fitzgerald

 

Para aproximarse a este autor: https://www.youtube.com/watch?v=7yH_qoRl9sg 

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