RESCATES
PARA CINÉFILXS 2.0
“CADA
UNO DE SUS FILMES EQUIVALE A DIEZ DE OTROS” (*)

Merced a su eclecticismo, Stanley Kubrick fue un director inclasificable. Aún perviven las miradas controversiales sobre su figura. Para algunos de sus colaboradores fue un tipo huraño, excéntrico, ermitaño, y para muchos de sus colegas fue EL cineasta, cuya impronta más envidiaron y temieron.
Ese hombre que se movía a sus anchas durante los rodajes, era a la vez esquivo a la exposición pública. Tal vez por ello se hayan tejido tantas leyendas sobre su personalidad.
Lector temprano, pese a sus 40 años de vida en Inglaterra, Kubrick nunca dejó de ser un neoyorkino de pura cepa.
Siendo muy joven, se interesó por la fotografía y llegó a ejercerla con particular rigor para periódicos escolares.
A la edad de 16 años tuvo el acierto de inmortalizar el plano corto de un modesto vendedor de periódicos apenado por la muerte del presidente Franklin Delano Roosevelt. Había allí una mirada de autor. Y la Revista Look supo advertirlo, no solo publicándole aquel hallazgo sino también contratándolo como fotógrafo oficial de esa publicación.
Su colega Paul Mazursky alguna vez sostuvo que aquel Kubrick primerizo “no era un bohemio ni un hombre de izquierda, solo un muchacho listo del Bronx”, que comenzó a dirigir sin saber nada sobre el manejo de actores.
Ya en 1955, con su tercera obra fílmica (Killer Kiss), el bisoño realizador pudo desplegar todo su conocimiento previo en materia de iluminación.
A continuación, se asoció con un empresario y fundó su propia productora: Kubrick y Harris.
En adelante, trabajaría con el prestigioso DF Lucien Ballard, marido de la actriz Merle Oberon, a quien le llevó tiempo hacerle entender sus pretensiones visuales.
Pero el Kubrick de culto que hoy veneramos nace con Paths of Glory (1957), protagonizada por un Kirk Douglas en su mejor momento. Sobre esta obra opinó Martin Scorsese que había visto otros filmes de guerra antibélicos, pero ninguno como ese.
Para Steven Spielberg, así como muchos artistas comienzan sus obras bocetando en carbonilla, Kubrick lo hace dando brochazos de colores primarios sobre el lienzo.
Kubrick se desposó y tuvo un par de hijxs con la estrella femenina de aquel filme.
La imagen que la obra ofrece de la oficialidad francesa le granjeó varios años de prohibición en ese país.
Cuando un estudio propuso a Kirk Douglas protagonizar la superproducción épica Espartaco (1960), inspirada en la obra homónima de Howard Fast, el actor puso como condición que la dirigiera Kubrick, pese a que originalmente se la hubieran ofrecido a Anthony Mann. A sus 30 años, el director tuvo la templanza de lidiar con dos monstruos sagrados como Lawrence Olivier y Charles Laughton, que - para más dato - se odiaban entre sí. No obstante, resultaron algo incómodas para Kubrick las circunstancias de que no poseía los derechos de la obra como para retocar el guion, y la de que su protagonista, que era tan temperamental como él, estuviera a cargo de la producción. La película obtuvo 4 Óscares, y le granjeó el reconocimiento de toda la Academia, pero su corte final estuvo a cargo de Douglas. En consecuencia, Kubrick no aceptó rodar más films en los que no ejerciera el control total.
En 1962 asumió el riesgo de llevar a la pantalla una versión libre de la controvertida novela Lolita, de Vladimir Nabokov, que tardaría 6 meses en estrenarse debido al recelo de la Iglesia Católica.
Pero Kubrick no escarmentó, sino que redobló la apuesta, filmando en 1964 Dr. Insólito. O cómo aprendí a despreocuparme y amar la bomba, comedia negra que ironiza sobre la Guerra Fría, y adonde el versátil cómico británico Peter Sellers interpreta a varios personajes.
Kubrick colocó cámaras en diferentes ángulos y disfrutó de la interpretación de Sellers más como espectador que como director, procurando no perder ni un detalle de la performance de aquel actor.
El director Sidney Pollack manifestó que no recordaba estreno alguno de Kubrick sin controversia.
Hacia 1963, el director había cosechado tanta autoridad ante crítica y público que estaba en condiciones de dirigir el film que quisiera sin depender de los mandamases de Hollywood.
En 1968 produjo la hazaña de adaptar al cine la novela de ciencia ficción 2001. Odisea del Espacio, de Arthur C. Clarke, generando un hito en el género, que a partir de entonces procuraría vanamente ser emulado. Su inédita representación de la prehistoria humana, sus efectos especiales de vanguardia, la vigente modernidad escenográfica y de maquetaje, colocan esta obra en el sitial de filme - escuela.
Según el escritor de ciencia ficción Brian Aldiss, el secreto de Kubrick consistía en concentrarse en 6 o 7 “unidades insumergibles” o secuencias a toda prueba - como gustaba llamarles - que, interrelacionadas, completaban un buen film.
Algún productor muy poco visionario vaticinó ante el estreno “esto es el final de Kubrick”.
Quienes colaboraron en aquel film aseguran que Kubrick era exigente hasta la perfección.
Su siguiente empresa fue rodar Napoleón. Llegó a disponer de 5000 soldados en Rumania y de todos sus uniformes. Pero el estreno del film Waterloo, con Rod Steiger, desalentó a sus productores.
En 1971 superó todas sus marcas adaptando la polémica distopía de Anthony Burguess La Naranja Mecánica, terminantemente prohibida en nuestro país durante la última dictadura.
Como acostumbra a ocurrir, la violencia que destila el film fue utilizada para responsabilizar a Kubrick de haber inducido ciertos actos delictivos de carácter juvenil.
Pese a haberse exhibido exitosamente durante 61 semanas, el director decidió interrumpir la distribución del film en Inglaterra, doblegado por el hostigamiento recibido como supuesto instigador a la violencia. Perdió dinero, pero impuso su voluntad a la Warner, que prefirió recaudar menos a dejar de contar con él como gallina de los huevos de oro. En dicha factoría, Kubrick llegó a ostentar el control absoluto de sus films.
Alguna vez hasta les compró a bajo costo un par de cámaras BNC que utilizaban para retroproyección, y las personalizó con unos lentes Zeiss fabricados para la NASA. Cuando los técnicos advirtieron que la empresa se había desprendido de aquellos irreemplazables tesoros se armó un lío de proporciones. Pero, a partir de aquella transacción, la fotografía de Kubrick tendría una indeleble marca de autor, que puede apreciarse por ejemplo en Barry Lyndon (1975), film que cuenta con numerosas y bellísimas tomas rodadas exclusivamente a la luz de las velas.
El film, que duraba 3 horas, fue señalado como largo y tedioso en EEUU, mientras que Europa ponderó su belleza visual. Finalmente se alzó con cuatro Óscares.
Ante las críticas que no apreciaban su titánico esfuerzo creativo, con la adaptación del clásico de Stephen King El Resplandor (1980) intentó combinar la obra de arte con el éxito de taquilla. Aunque con el tiempo el film se convertiría en obra de culto, al célebre best - sellerista del horror no le satisfizo la estilización a la que apeló el cineasta ni sus múltiples licencias narrativas.
Al cabo de tan intenso rodaje, el director se recluyó en la campiña con familia y mascotas, se rehusó a dar entrevistas, y comenzó a forjar su leyenda de ermitaño antisocial.
Colegas y familiares de Kubrick coinciden en describir su carácter compulsivo-obsesivo y perfeccionista, tanto dentro como fuera del set, al punto de, en el caso de un gato suyo que bebía en exceso, averiguar cuánta agua ingieren esos felinos en cada lengüetazo, y estar atento para regulárselo.
Con Nacido para Matar (1987) volvió a la temática bélica, ahora ocupándose de la guerra en Viet Nam, pero esta vez sin abrir juicio de valor.
Pese a que trabajó intensamente en la adaptación de la novela Inteligencia Artificial, de Brian Aldiss, terminó por considerar que para dirigir ese film era menester una sensibilidad como la de Spielberg, y se reservó el rol de producírselo.
Ojos bien cerrados (1999) fue su último film como director. Esa historia oscura sobre la tensión entre compromiso matrimonial y libertad sexual le volvió a reportar severas críticas. Este gran inconformista del Séptimo Arte volvía a tensar los límites de lo decible.
Una semana después de su estreno, murió en su hogar, plenamente satisfecho de no haber dejado de sorprender jamás a público y crítica. -
(*): Frase de Martin Scorsese sobre
Kubrick.
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