Jan
Švankmajer
REVISITANDO AL APRENDIZ DE BRUJO
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¿Alguien recuerda cuándo perdió la inocencia y descubrió que Los Reyes Magos eran los padres? Resulta poco probable. Sin embargo, en el campo de la animación cinematográfica podríamos afirmar que la distancia que media entre Bambi y Bob Esponja destaca su definitivo ingreso a la adultez. Ya no cabe pues hablar de “dibujitos animados”. Si se revisa además ese arco temporal - que tiene antecedentes, claro - se experimenta a la vez el derrumbe del pre concepto de su realización “exclusivamente gráfica”, y se accede a las múltiples variantes enumeradas por Richard Taylor en su “Enciclopedia de Técnicas de Animación” (Editorial La Isla)
Puede afirmarse - además -, sin riesgo de equivocación, que el animado es El Primer Cine, considerando el aporte respectivo del físico belga Joseph Plateau y del austríaco Stampfer en 1832; o las “Pantomimas luminosas” creadas por Emile Reynaud para su “Teatro Óptico”, estrenadas en 1892 en el Museo Grevin de París. Esta referencia suma un dato superlativo a nuestro apego por el quehacer en cuestión.
Si consideráramos además las múltiples ventajas que desde mediados de la última década del Siglo XX nos aporta el paradigma digital, podríamos convenir que el que nos ocupa es también un arte del pasado cargado de futuro.
Y si alguien le ha hecho honor en todas sus formas, es el maestro Jan Švankmajer, nacido en Praga, Checoslovaquia, el 4 de septiembre de 1934, artista y creador cinematográfico checo, de temática principalmente surrealista, célebre sobre todo por un trabajo creativo en el que mezcla diferentes técnicas, como el stop motion y el rodaje en imagen real, para crear obras inquietantes y sugestivas que admiten múltiples interpretaciones.
En 1977, por ejemplo, Švankmajer incursionó en la literatura clásica, como lo haría a futuro en varias ocasiones, realizando como docu-ficción con fragmentos de animación un corto que aventura la hipótesis de que la trama de El castillo de Otranto, la célebre novela gótica del escritor inglés Horace Walpole, se hubiese desarrollado en una edificación situada al este de Bohemia.
En 1983, el talentoso animador rodó el corto titulado Hasta el sótano, en el que una niña real desciende a una vieja y penumbrosa cava, linterna en mano y saboreando un croissant, que en algún momento se le caerá al piso y será devorado por una jauría de zapatos animados como títeres de guante. Ahí la pequeña descubrirá a un anciano que duerme cubierto con trozos de carbón, quien, al detectar su presencia, la invitará a hacer lo propio. Mientras, una anciana amasa tortillas batidas con huevo y carbón, y le convida una espolvoreada con azúcar impalpable. A continuación, y en medio de semejante oscuridad, una serie de trastos arrumbados cobrarán vida hostigando a la niña. No son pocos los trabajos de Švankmajer, que - aún actuando niñxs - bordean lo siniestro.
Entre 1982 y 1984, Švankmajer animó un par de oscuros e inquietantes cortos en blanco y negro adaptando sendos relatos de Edgar Allan Poe: La caída de la Casa Usher y El pozo y el péndulo. Apelando en ambos casos a claustrofóbicos planos detalle, aunque en el primero, con predominio de objetos, y en el segundo con medida intervención de la figura humana, que nunca aparece entera. Puede que la primera de esas piezas sea la versión más aterradora de las tantas en que el cine abrevó en dicho relato.
En medio de las producciones anteriores, y siempre recurriendo a un humor corrosivo, el artista checo rueda Dimensiones del Diálogo, acaso una de sus obras más conocidas, integrada por tres actos, en cada uno de los cuales se exponen situaciones alegóricas a la imposibilidad de consenso y acuerdo en los intercambios simbólicos humanos, no solo de carácter racional sino también sentimental.
En 1988 colaboró con un videoclip de Hugh Cornwell titulado Otro tipo de amor, donde el intérprete se constituye a partir de un saco colgado sobre una silla al que le salen manos y rostro de arcilla, que luego ser fusionarán con los atributos reales del cantante, y hasta sus propios zapatos entonarán la canción gracias a la técnica de stop motion.
Durante el mismo año, este genio del Séptimo Arte se mofa del deporte más popular en Juegos viriles, su vigésimo corto animado (ver link al pie de esta nota), que arranca en un domingo cualquiera de pleno clima futbolero: una sala repleta de banderines, posters, fotos y souvenirs de clubes de fútbol - entre los que destaca el Sparta de Praga, el más laureado y popular de los checos - y un televidente que está listo, con sus cervezas y snacks, para disfrutar del inminente partido. Echando mano a la combinación de acción en vivo y siluetas animadas (que exhiben - jugadores y árbitro - el mismo rostro del espectador de TV), este duelo de 11 contra 11 no lo ganará el que anote más goles, sino el que produzca más bajas en el equipo rival mediante “técnicas” inesperadas de eliminación. Con esta premisa, y un montaje reiterativo y preciso, el filme retrata al fútbol como un burdo espectáculo circense, la algarabía del estadio moderno evoca a la del antiguo coliseo romano, y los goles que celebran los aficionados - validados por el árbitro - son las muertes absurdas de los jugadores. El protagonista es tan afortunado que el juego le cae a domicilio: un pelotazo que salió del estadio ingresa por su ventana y propicia que jugadores y árbitro entren a su departamento a continuar las acciones de estos “juegos viriles”.
En 1989, el célebre animador realiza el corto Oscuridad, luz, oscuridad, en el que un cuerpo humano se reconstruye gradualmente a medida que las diversas partes que lo constituyen se amontonan en una pequeña habitación y, finalmente, después de mucha experimentación, deciden cuál será el destino de cada una.
Durante el mismo año, a su vez rodó el corto Amor de carne, cuya historia se desarrolla íntegramente en la mesada de una cocina y tiene como protagonistas a dos trozos de carne cruda. La primera porción es cortejada por la segunda y juntas bailan al son de una grabación de los años 20 transmitida por radio, después de lo cual ambas se encuentran jugando y coqueteando en un plato lleno de harina, pero la pasión es abruptamente interrumpida por dos tenedores que pinchan las dos rodajas y las fríen en un sartén.
En 1991, Švankmajer realizó el corto de 20’ La Muerte del Stalinismo en Bohemia, relato sobre la historia checa desde 1948 hasta la "Revolución de Terciopelo" de 1989. Aquí combina sabiamente el uso del stop motion con un fotomontaje vertiginoso, recurso explotado con anterioridad por el documentalista cubano Santiago Álvarez, para crear videoclips de alta concentración de sentido político en formatos breves. El filme incluye secuencias tan conmovedoras como la fabricación en serie de partisanos manufacturados en arcilla, que a continuación son enviados al patíbulo deslizándose sobre una cinta sin fin, para ser ahorcados y vueltos a convertir en una masa informe de arcilla, en clara alusión al martirio de Julius Fučik, periodista y escritor, miembro del Partido Comunista de Checoslovaquia, detenido y posteriormente ejecutado por la Gestapo. Si algún asidero tiene aquella frase acerca de que “una imagen vale por mil palabras”, esta pieza audiovisual lo confirma con creces.
En 1992 realizó Food, apelando a la técnica de pixilation (aplicación del principio de stop motion sobre modelos vivos), para examinar la relación humana con la comida mostrando un desayuno, un almuerzo y una cena. El primer bloque nos muestra a un hombre mayor sentado a una mesa, frente a otro de cuyo pecho penden instrucciones. Siguiéndolas, el primero introduce una moneda en la boca del segundo, le apreta un ojo con su dedo índice, y la camisa del segundo se abre exhibiendo cómo un montacargas eleva y sirve al otro un café con leche, una rodaja de pan, y una salchicha asada. Aplicándole un puñetazo en el mentón al sujeto proveedor, sus orejas expenderán el cuchillo y el tenedor necesarios para desayunar. Pateándole el tobillo, el hombre también proporcionará la servilleta de rigor. A continuación, quien ha suministrado el pedido abandona su rol y, colgándole el instructivo en el cuello, lo delega ahora en el primer hombre. Acto seguido, dicha rutina se repite alimentando a un tercer hombre. Y vuelta a invertirse los roles, ahora en pro de un cuarto personaje. En el segundo bloque, descubrimos a un hombre maduro y pulcro sentado a otra mesa, frente a un muchacho algo desalineado, en un ámbito que semeja a un restaurante. Como el mozo pasa de largo y no los atiende, el joven toma una florcita del florero que decora la mesa y se la coloca en su ojal, el mayor toma todas las flores, las sirve en su plato, las almuerza, y se bebe el agua del recipiente que las contenía. El muchacho, sin nada más para ingerir, se devora el florero. Poco después, el primero se sirve e ingiere la servilleta, y el otro, que no encuentra la suya, se come un pañuelo viejo. Luego, el primero se sirve sus propios zapatos, y enrolla los cordones cual tallarines, el otro lo imita devorando los propios. Y así ocurre sucesivamente con todas sus prendas, hasta quedar desnudos, circunstancia que los llevará a engullirse la vajilla, el mantel, y hasta la propia mesa. Pero el mayor finalmente reservará los cubiertos para devorarse al comensal más joven. En el tercer y último bloque, sucesivos comensales sazonan y cenan partes de su propio cuerpo: una mano, una pierna, dos senos, y hasta un pene y dos testículos.
Para aproximarse a este autor:
https://www.youtube.com/watch?v=DOrvvOcv9dM
(habrá más Švankmajer… porque corresponde)