RECOMENDACIONES

Tratamos demasiado bien a las mujeres

EL VALOR DE BURLARSE DE UNA DERROTA

Seguramente muchxs aún recuerden las polémicas que supo levantar oportunamente el oscarizado filme de Roberto Benigni La Vita é bella (1997), en torno a la legitimidad o no de tomarse en solfa un suceso tan luctuoso como una guerra o - en ese caso particular - la suerte de lxs reclusxs en un campo de exterminio.

Pues España tiene una tradición de humor anticlerical y vitriólico que le viene acaso desde antes de Francisco de Quevedo, y que hace pie en el cine a través de Luis Buñuel y tantos otros directores que como el gran surrealista de Calanda no le hicieron asco a ese tipo de abordaje, del que forman parte La Vaquilla (1985, Luis García Berlanga), Espérame en el cielo (1988, Antonio Mercero), Balada triste de trompeta (2010, Álex de la Iglesia), Fe de etarras (2017, Borja Cobeaga), MalnaZidos (2022, Javier Ruiz Caldera y Alberto de Toro), y unos cuántos títulos más. Entre ellos, el que nos ocupa ahora.

La trama presenta a un derrengado grupo de combatientes republicanos que, en 1944, con el franquismo en plena consolidación, busca replegarse hacia Francia bajo la lógica de “soldado vivo sirve para otra guerra”. Con esa intención irán a dar con un pueblito prácticamente deshabitado, refugiándose en una mansión abandonada para recuperar fuerzas. Cada integrante de esa escuadra, bastante vapuleada, ofrece un perfil singular, ya por su escepticismo, por su delirio místico, o por su vano sentimiento del deber.

Si convenimos que de la cantidad nace la calidad, debemos reconocer que el cine ibérico pasa por un período pródigo en materia de títulos cinematográficos destacables, lo que a su vez facilita el progreso y afianzamiento de un multifacético elenco casi omnipresente de actores y actrices dignxs de ovación.

Aquí se lucen, por ejemplo, la descomunal Carmen Machi, actriz todoterreno dotada de sobrados recursos tanto para la comedia como para el drama, quien encarna - al menos durante buena parte del film - a una mujer entrada en años que sin embargo aún aspira a casarse de blanco con un oficial del bando falangista.

El otro crédito siempre eficaz es Antonio de la Torre, el actor que más nominaciones tiene en la historia de los Premios Goya, apto para encarnar con solvencia todo tipo de personajes, quien interpreta aquí a El Doce, combatiente dispuesto a matar o morir por una Revolución cada vez más ilusoria, y último sobreviviente de una ristra de 11 hermanos asesinados a lo largo de esa guerra fratricida que desangró a España. 

El tono narrativo, si bien sobrio, es sumamente cáustico y sutilmente satírico. Se trata pues de una troupe de entrañables perdedores que no abandonará sus nobles ideales ni ante la circunstancia más desalentadora. 

Entre ellos, el personaje de Soria El Loco, a quien da vida el actor Óscar Ladoire, será el encargado de que el guionista se luzca poniendo en su boca frases dignas de colección, como "Presiento que este siglo ya no es para nosotros".

No falta tampoco el cameo de un siempre eficiente Luis Tosar.

Eso no es todo, en su tramo final, esta producción de visión imprescindible para amantes del buen cine, cambia imprevistamente de género, produciendo un giro que dejará boquiabierta a la platea. Y no decimos más. -  

 

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RECOMENDACIONES 

The Creator

UN APOCALIPSIS NOW!

PARA LA ERA DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Contestes de los vertiginosos avances contemporáneos en materia de innovación tecnológica, hecho que dificulta cada vez más a literatos y guionistas superar en originalidad a la realidad, vayamos de la ciencia a la ficción.

La Unión Europea (UE) acaba de dar luz verde a la primera ley importante a nivel mundial para la regulación de la inteligencia artificial (IA) Se trata del AI Act, una normativa pionera que establece reglas comprensivas sobre la tecnología en cuestión.

El lanzamiento de ChatGPT por OpenAI puso de manifiesto la falta de detalle en la legislación existente para abordar las capacidades avanzadas de la IA generativa emergente y los riesgos relacionados con el uso de material protegido por derechos de autor. Esto llevó a los funcionarios a reconocer la necesidad de una normativa más específica.

“La adopción del AI Act es un hito significativo para la Unión Europea”, afirmó Mathieu Michel, secretario de Estado belga para la digitalización. “Con el AI Act, Europa enfatiza la importancia de la confianza, la transparencia y la responsabilidad cuando se trata de nuevas tecnologías, asegurando al mismo tiempo que esta tecnología en rápida evolución pueda florecer y estimular la innovación europea”, agregó Michel en una declaración citada por CNBC.

El lector se preguntará qué tiene esto que ver con el film que pretendemos analizar. Pues ocurre que las leyes acostumbran a irle en saga a tales avances, y aquí el director Gareth Edwards nos ubica en un futuro remoto y distópico en que la mentada IA ya es materia corriente, al punto de que ha replicado - en forma parcial o total - humanoides que conviven con nuestra especie y, al igual que los de Blade Runner (1982, Ridley Scott), se han salido de madre y aspiran a su total autodeterminación, lejos de la tutela de una humanidad que ha sucumbido al complejo militar-industrial de un poder monopólico en un contexto de extrema globalización, que exhibe altos contrastes socioculturales entre el centro y la periferia de ese mundo.

En ese marco, el protagonista, en carácter de doble agente, mantiene un vínculo sentimental con una científica relacionada con la resistencia contra el orden establecido. Ambos esperan un bebé. Él supone que la fuerza a la que responde solo procura información, pero acabará por advertir que esta realmente se propone el exterminio de los insurgentes para dar con una forma de IA de avanzada que los lidera, a partir de lo cual hará cuanto esté a su alcance por evitar que sucumban tanto su pareja como la criatura que lleva en el vientre.

Vale la pena destacar que estamos ante una súper producción en toda la regla, al estilo de Máquinas Mortales (2018, Peter Jackson) o Dune (aunque aquí no haya un elenco de estrellas tan destacado como en la saga de Denis Villeneuve)

Edwards concibió la película a partir de una biblioteca de imágenes de alrededor de 50 piezas de arte conceptual y a partir de ahí fue elaborando una historia que cuenta con un enfoque diferente a los métodos del Hollywood actual, rodando en lugares reales que le cuadraban para dar vida a ese catálogo gráfico, un trabajo de localización que acumuló hasta 80 escenarios distintos, para luego, con el filme completamente editado, introducir al diseñador de producción y otros artistas para modificar los fotogramas y encajar todos los elementos de post  producción encima.

El producto final, pródigo en efectos especiales de nueva generación, recuerda en su planteo algunas propuestas contraculturales tales como Distrito 9 (2009, Neil Blonkamp), adonde el sector más plebeyo de una raza extraterrestre quedaba abandonado por sus mandantes en una nave espacial  flotante sobre el cielo de Johannesburgo, siendo más adelante discriminado hasta por el más pauperizado de los lugareños, o Avatar (2009, James Cameron), donde una avanzada imperial de nuestra especie va en busca de saquear el combustible que alberga el Árbol de la Vida custodiado por el pueblo N'avi del planeta Pandora, cuyos habitantes resistirán al igual que lo vienen haciendo muchos pueblos árabes en defensa de ese “oro negro” que atesora su tierra.

Pues aquí también el quid de la cuestión reside en el derecho que los seres creados por la IA reclaman a ser dueños de su destino. 

Quien acostumbre a leer este tipo de productos entre líneas, sin sucumbir a la parafernalia del gran despliegue visual, no pasará por alto la similitud entre el objetivo de los rebeldes de destruir a la nave misilística Nomad y los hechos del 11 - S. Si en aquella circunstancia el World Trade Center representaba la meca del poder económico occidental, aquí el citado vehículo encarna la quintaesencia de un poder armamentístico destinado a someter a quien se le oponga.

En conclusión, otra vez la ciencia ficción se para del lado de los condenados de la tierra. Que no decaiga. –

 

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RECOMENDACIONES

Vermin

EL HEROISMO DE LOS DESCARTADOS

Por lo general, en Occidente suele asociarse a la fealdad con alguna suerte de amenaza. Los bichos sigilosos y con muchas patas han venido siendo víctimas de dicho prejuicio. ¡Y vaya si el Séptimo Arte no ha sabido aprovecharse de ello!

Filmes como Tarántula (1955, Jack Arnold), Aracnofobia (1990, Frank Marshall), o la reciente Sting (2024, Kiah Roache-Turner) lo demuestran con creces.

En consecuencia, esta nota bien podría entrar en tema preguntándose ¿por qué ver otro film de ciencia ficción cuya amenaza son - una vez más - las arañas?

Otro modo de hacerlo sería ¿qué atractivo ofrece esta ópera prima de Sébastien Vanicek sobre una invasión de arañas en un edificio suburbano de la localidad francesa de Noisy-le-Grand?

Probablemente este segundo interrogante incluya en cierta medida la clave que lo hace diferente, y lo vincula con cierta fantaciencia gala que viene proponiendo al público un cine fantástico con connotaciones sociales. 

Su trama nos presenta a Kaleb, un joven algo retraído que pasa buena parte del tiempo en su cuarto de un modesto monoblock, pendiente de las variopintas alimañas que colecciona en memoria de un difunto amigo de infancia con quien supo compartir dicha afición. El muchacho mantiene una tensa convivencia con su hermana menor - único integrante, además de él, de esa familia sin adultos - y hace tiempo que no se habla con el mejor amigo que le queda. Apasionado al fin por esas exóticas criaturas, un día se agencia con malas artes una araña tan pequeña como ponzoñosa, que accidentalmente se da a la fuga. Para sorpresa del protagonista, y de todo ese entorno de marginales desahuciados que deberá hacerle frente, el animal se reproduce y aumenta de tamaño vertiginosamente.

Con esa sencilla premisa, al igual que en la saga REC (2007-2012, Paco Plaza y Jaume Balagueró), esos condenados de la tierra - bastión de Tercer Mundo en las entrañas del primero - será preventivamente confinado en el mencionado edificio, velozmente convertido por las fuerzas de seguridad en cámara de exterminio para excluidos sociales. He aquí el particular motivo de interés que vuelve a un filme claustrofóbico y simple en una oferta inteligente, que deja un saldo bastante superior a un par de sustos.

El drama descripto escalará hacia una situación tan extrema que orillará el remate de la legendaria Noche de los Muertos Vivientes (1968, George A. Romero), título que también recurría al género terror para metaforizar la suerte de las minorías étnicas en tiempos de Martin Luther King.

Si en aquel caso los cruzados del orden social resultaban más peligrosos que los zombis, aquí son más temibles que la amenaza de las arañas.

Que en nuestra latitud el colofón de esta historia recuerde a la implosión del Albergue Warnes, y a continuación se monte en las inmediaciones un santuario para quienes sucumbieron a la plaga - una más de las tantas que acechan a cualquier menesteroso que habite los confines de las grandes metrópolis -, nos acerca aún más a una aventura salpicada de noblezas que afloran en momentos de extremo peligro. - 

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RECOMENDACIONES

De vuelta a la realidad

UNA COMEDIA LIVIANA ENALTECIDA POR TRES INTERPRETACIONES GENIALES

En este simpático film con alguna que otra pincelada musical, co producido entre Francia y Bélgica y dirigido por el comediante Dany Boon, Tridan Lagache - protagónico que también interpreta - ha pasado su vida en la comunidad hippie administrada por padres naturistas y enemigos de la sociedad de consumo, cambiando de amigos cada 8 días, y criado con los valores y costumbres de sus mayores. A los 50 renuncia a ese parador vacacional mexicano donde nació, decidido a encontrar, 42 años después, a su gran amor de infancia, Violette. Llega a París, ingenuo y perdido pero dichoso de quedarse con Louis, un medio hermano (el gran Kad Merad, a quien vimos destacarse en El Triunfo, como maestro de teatro en un presidio) cuya existencia ignoraba. Para desembarazarse del recién llegado, Louis ruega a una conquista ocasional, Roxane (la SIEMPRE deliciosa Charlotte Gainsbourg), - descubierta en una aplicación de citas - que se haga pasar por Violette, a quien Tridan cree reconocer a primera vista. Todo lo que ocurra de ahí en más, aún si previsible, vale la pena para concentrarse en cada plano cerrado de los intérpretes de ese inefable triángulo.

Durante bastante tiempo ha constituido un lugar común entre cinéfilos heterosexuales cis sentir comprometida su masculinidad si confiesan algún tipo de predilección por la comedia romántica (quien escribe estas líneas revistó en esas lides) Puede que solo se trate de un prejuicio de ciertos adultos mayores, que esté viéndose gradualmente superado, aunque parecería que la predilección de buena parte de los varones jóvenes se inclina mayormente hacia el cine de acción y el animé más tecno.

Acaso el secreto de aquella prevención estribara en la necesidad de no exhibir flancos de vulnerabilidad emocional ante una sociedad mejor predispuesta a que la manada adhiera al espectáculo violento o gore. 

Aún para esos, en caso de que aún se ciñan a tal postura, vale la invitación a asomarse, aunque más no sea en soledad, a historias simples, pero magistralmente interpretadas como esta.

Un plus, planteado como interrogante sin respuesta, y que no demanda unanimidad al respecto: ¿Porqué una cincuentona como la Gainsbourg, más delgada que un junco, carente de los rasgos voluptuosos que acostumbran a estimular la descarga de hormonas masculinas, y absolutamente ajena a lo que podría considerarse la belleza hegemónica… tiene una capacidad hipnótica que anula cualquier otro elemento presente en un plano abierto cada vez que ella entra en escena, y libera las más inconfesables fantasías de buena parte de la platea masculina?

¿Será tan solo por conocer la leyenda de sus libérrimos padres - los legendarios Serge Gainsbourg y Jane Birkin, pareja emblema de la Revolución Sexual que campeó durante los años 70s (recuérdese el provocativo tema que alguna vez grabaron: “Yo te amo, yo tampoco”) -, quienes la criaron así de desprejuiciada, o acaso la impresión que a muchos dejó la audacia que fue capaz de desplegar en las dos entregas de Nimphomaniac (2013, Lars Von Trier)

Este cronista lo ignora… pero - a riesgo de que suene lúbrico - la disfruta como a un helado de chocolate y sambayón, en cualquier género al que incursione. - 

 

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