RESCATES
PARA CINÉFILXS 2.0
KING
VIDOR
EL
ÚNICO DIRECTOR AMERICANO
CON
UN TEMPERAMENTO INTERESANTE
Y
UNA CONCIENCIA ARTÍSTICA (*)

Afecto
al teatro, la actuación y la escritura, King Vidor fue de los directores
de su país que más brilló en la etapa muda. El Gran Desfile (1925),
estelarizado por John Gilbert, fue su primer éxito rotundo. No quería
que todo su esfuerzo se exhibiera durante tres días - como por entonces ocurría
en Los Ángeles - y se olvidara. Así se lo hizo saber al productor Irvin
Thalberg, quien le preguntó si tenía alguna idea para garantizarlo.
Entonces respondió “tengo tres: Guerra, trigo y acero”. Inspirándose en David
Wark Griffith, planificó entonces el storyboard de un desfile en
línea recta de 400 camiones transportando unos 4000 hombres que se perdían en
el horizonte, haciendo marchar a sus figurantes, en las escenas de infantería,
acorde al ritmo de un bombo que funcionaba como metrónomo. Con ese título, que
demostraba que todxs somos antihéroes anónimos producto de las circunstancias,
consiguió varios reestrenos, figurar en numerosas retrospectivas, y colocar a
la Metro Goldwin Mayer en la consideración del público.
A
continuación, dirigió a Lilian Gish en Vida Bohemia (1926),
conmoviéndose ante la dedicación de una actriz capaz de adaptar su físico con
una semana de antelación a las escenas más comprometedoras, como la de su
muerte.
Y
el mundo marcha (1928) probablemente sea la obra maestra de Vidor, en la que
tomó muchas referencias visuales del expresionismo alemán, realizando, además -
mediante la utilización de maquetas - escenas prodigiosas para la época. El
film describe el periplo de vida de un hombre común apelando a un extra
desconocido que el director descubrió por azar. El sórdido final de ese ignoto
actor en la vida real - sufriendo un accidente mientras intentaba hacer reír al
público disfrazado de payaso - parece profetizado en el film.
Ante
el éxito de El Gran Desfile, el magnate periodístico William Randolph Hearst
- el mismo a quien Orson Welles convertiría en su legendario
Ciudadano Kane -, de gran influencia en MGM, le pidió que ofreciera un papel a su
amante, la infravalorada actriz Marion Davies. Y eso ocurrió al rodar
Espejismo (1928), film que, ya en la era sonora, homenajea a las grandes
comedias del cine mudo, contando con parte de la troupe de los Estudios
Keystone para narrar la historia de una actriz seria condenada a encarnar roles
de poca monta, emulando la trayectoria de Gloria Swanson, una de las
divas de Mack Sennet. Hearst se opondría a que durante el rodaje su
protegida recibiera un tortazo de crema en el rostro.
Aleluya
(1929) fue su primer film sonoro, un musical en el que Vidor pretendía que su
elenco no solo cantara. Oriundo del sur de Tejas, en este film el director
procuró reconstruir algunas vivencias de sus primeros años entre la población
de color, en los algodonales de Tennessee y Arkansas, recurriendo a técnicas de
rodaje propias del cine mudo para su sonorización posterior, debido a las
grandes dificultades que por entonces reportaba grabar sonido directo en
exteriores. A Vidor le fastidiaba comprobar que durante el período mudo el
público se veía obligado a no perder detalle de la acción, mientras que en el
sonoro se podía permitir dialogar con el espectador de al lado, porque los
parlamentos se seguirían escuchando.
Dos
años más tarde rodó El Campeón (1931), interpretada por Wallace Beery,
donde una vieja gloria del boxeo vuelve a pelear para mantener la custodia de
su hijo. En principio, sin experiencia al respecto, Beery se resistía a hacer
las escenas de pugilato. Un día el director lo vio coqueteando con dos hermosas
extras, y tuvo la ocurrencia de colocarlas en la primera fila del ring side,
ante lo cual el protagonista se negó a usar extras y peleó ante cámaras él
mismo. El film presenta una dupla actoral padre - hijo tan eficaz que tardará
en volver a verse, quizás hasta Ladrón de Bicicletas (1948, Vittorio De Sica),
y un final de los más conmovedores que recuerda la historia del Séptimo Arte.
En 1979, Franco Zeffirelli rendiría tributo a este film rodando una remake
interpretada por John Voight.
En
plena depresión y sin el apoyo de los grandes estudios, que preferían apostar
por el star system en vez de ocuparse de un conjunto de desempleados,
Vidor rueda El pan nuestro de cada día (1934), sobre un grupo de ciudadanos que
monta una cooperativa agrícola. Gracias a Charles Chaplin consigue
estrenarla con United Artists. Hipotecando todas sus propiedades logra hacerse
con 125.000 Dls. Nuevamente coreografió al ritmo de los bombos el de los picos
y las palas, logrando una obra maestra de la composición y el montaje.
En
1938 rodó La Ciudadela, film basado en una obra de A. J. Cronin, para el
cual el actor Robert Donat asistió con el director al relevamiento de
todas las localizaciones en Gales, y hasta diseñó el arco emocional completo
del personaje que compondría.
Ya
de vuelta a su país, en 1939 rodó la mayor parte de las escenas introductorias
y coloreadas en sepia de El Mago de Oz - incluida aquella en la que Judy
Garland interpreta la famosa canción Over the rainbow -, película
completada por su amigo Víctor Fleming. Hasta la muerte de este último,
Vidor nunca hizo pública su intervención en aquel clásico.
En
1946, el productor David Selznick convertiría su film Duelo al sol en
una superproducción erótica. Aun así, la cinta incluye algunas de las escenas
más memorables de Vidor.
En
1949, con Más allá del bosque, esbozo de cine negro, el director ingresa en la
que muchos consideran su etapa delirante, incluyendo cierta carga sexual en sus
films.
También
en 1949, rodará El Manantial, la historia de un exitoso arquitecto capaz de
convertirse en jornalero con tal de no rendirse al sistema, rasgo que emparenta
al personaje con aspectos de la propia personalidad de Vidor.
Este
artista mayúsculo estaba convencido de que la cámara tomavistas se asimilaba a
la conciencia humana. A lo largo de su carrera, siempre prefirió dirigir a 5000
hombres en vez de a dos actores, porque daba por hecho que lo dejarían hacer
sin réplica alguna. A propósito de ello, alguna vez le preguntaron si se sentía
una especie de Napoleón, y respondió “más aún, porque el corso dirigió a un
solo bando de la batalla, mientras yo puedo dirigir a ambos”.
Salomón
y la reina de Saba (1959) fue la última película de Vidor, y no su preferida,
aunque como muchos de sus films sonoros, contenía una de las más espectaculares
escenas de batalla. Aquella en que el ejército de Salomón, en inferioridad de
condiciones respecto a sus enemigos, utiliza el sol de frente para
encandilarlos con el reflejo del mismo en los escudos de sus tropas. Valdría la
pena que la cinefilia nativa digital estudiara aquella proeza absolutamente
artesanal, producida en vivo ante las cámaras con miles de extras.
Así
culminaba su carrera un cineasta que nunca ofreció al cine ni héroes ni
villanos absolutos. Como hace la vida misma. –
(*): Scott Fitzgerald
Para aproximarse a este autor: https://www.youtube.com/watch?v=7yH_qoRl9sg